Existe una estrecha y curiosa relación entre los cerdos y el archipiélago de las Hawái, un paraíso en el que nos encantaría estar en estas frías fechas del año, y que bien podrían ser españolas, de no haber sido por nuestra desidia endémica.
Hace cuatro días que estábamos en mangas de camisa, y ya añoramos el calorcito del verano. De buena gana nos iríamos una temporadita al Caribe, o a Hawái, hasta que pasase el mal tiempo.
Han llegado las bajas temperaturas, y se nos comienza a poner la carne de gallina. Aunque a los que se les eriza de verdad es a los cerdos, una vez celebrada la fiesta de San Martín.
Y es que cuando bajan los termómetros llega el tiempo de matanzas, y ellos lo saben. Así que ellos también desearían, aún más que nosotros, irse a vivir una temporadita a Hawái.
Sobre todo porque uno de los dioses más importantes de la mitología de estas islas es un cerdo, Kamapua’a, el dios de la fertilidad. Se trata de un personaje mitad humano mitad gorrino, y dotado de una fuerza descomunal.
és, para descubrir que tal vez pertenece
a la estirpe de los insatisfechos y visionarios, de los obstinados buscadores
de una verdad trascendente, de una plenitud última que esté por encima del
tiempo y el espacio.
Ficha del libro
Vampiros y limones de Karen Russell
NARRATIVA (F). Novela
NARRATIVA (F). Cuentos
Noviembre 2014
Andanzas CA-845
ISBN: 978-84-8383-970-6
País edición: España
280 pág.
18,27 € (IVA no incluido)
En el maravilloso
cuento que da título a este volumen, dos vampiros en un limonar inundado de sol
intentan desesperadamente saciar su sed de sangre, en una inolvidable parábola
sobre la adicción y el ansia, el pavor y el amor mortales. Le siguen siete
relatos protagonizados por los más sorprendentes protagonistas: un adolescente
(enamorado) que descubre que el universo se comunica con él a través de unos
talismanes abandonados en un nido de gaviotas, una comunidad de mujeres que se
transforman lentamente en gusanos de seda humanos para tejer delicados hilos
extraídos de sus propias entrañas, una masajista que descubre su poder sanador
manipulando los tatuajes en el torso de un veterano de guerra...
La autora también
arrastrará a sus lectores hacia los fantasiosos (pero tan reales) mundos de los
dos últimos relatos: en el desastroso intento de una familia de colonos por
hacerse con la propiedad de unas tierras en el Oeste, el monstruo es el ansia
humana de posesión, y la víctima lo más preciado de la vida; finalmente, cuando
una pandilla de chicos encuentra un espantapájaros mutilado que guarda un
inquietante parecido con el compañero de clase desaparecido al que solían
atormentar, lo que podría haber sido una historia común sobre acoso escolar
deviene una siniestra historia de culpa y expiación.
Ficha del libro
Aquellos
primeros días con Magreb casi acaban conmigo. En un principio mi euforia fue
intensa, cegadora, todos mis pensamientos se aovillaban en un solo hilo azul de
alivio: «¡La sangre no hace nada! ¡No tengo que beber sangre!»; pero cuando la
exaltación remitió, descubrí que no me quedaba nada. Si no teníamos que beber
sangre, ¿para qué demonios servían aquellos colmillos?
A
veces pienso que Magreb me prefería entonces: como a un hijo, sin formar, puro
asombro. Destrozamos mi ataúd a hachazos y pasamos la noche en un hotel. Me
quedé tumbado en la espaciosa cama con los ojos abiertos de par en par, el
corazón dando coletazos como un pez en el fondo de un barco.
—¿Estás
completamente segura? —le susurré—. ¿No tengo que dormir en un ataúd? ¿No tengo
que dormir durante el día?
Magreb
se había quedado dormida.
Unos
meses después, propuso salir al campo de merienda.
—Pero
¿y el sol?
Magreb
sacudió la cabeza.
—Pobrecito,
la de tonterías que te has llegado a creer.
Por
aquel entonces habíamos encontrado un refugio subterráneo para vivir en el
oeste de Australia, donde el sol ardÉste se enamoró en su día de Pelé, la diosa del fuego, pero ella lo rechazó insultándole. Su disputa se fue encendiendo cada vez más, y de las palabras pasaron al combate. Finalmente, los soldados de Kamapua’a lanzaron lluvia y niebla sobre la tribu del fuego, que vivía en el cráter de un volcán, y Pelé finalmente se rindió.
Los ecos de aquella batalla aún resuenan por toda la isla, de tal forma que incluso está prohibido viajar con un cerdo, o con algún alimento procedente del mismo, por la carretera que une Honolulu y Kaneohe, ya que dicen que si la diosa Pelé percibe su presencia, se encoleriza y el volcán puede entrar en erupción (además de que aquellos que ignoren la leyenda sufrirán problemas mecánicos o incluso un accidente).
ía entre las nubes como si fueran un mantel
de encaje. Aquel sol se tragaba lagos, asomaba al alba sobre volcanes inactivos,
tres veces más grande que la luna llena de otoño y blanco como una calavera, abrasando
la hierba. A ver quién es el guapo que se expone a ese sol cuando le han dicho
que tiene yescas por huesos.
Miré
fijamente los combados tablones de la trampilla sobre nuestras cabezas, la
escalerilla de cobre que conducía peldaño a peldaño hacia el luminoso mundo
exterior. El tiempo mudó de piel y volví a ser un niño, un niño con miedo,
mucho miedo. Magreb posó la mano en mis riñones. «Venga, que puedes», me dijo,
azuzándome con suavidad. Hice una honda inspiración y encorvé la espalda, el
cuero cabelludo rozando la trampilla del refugio, el pelo empapado en sudor. Me
concentré en intentar calmar los temblores, no fuera que los colmillos me
hirieran la boca por dentro, y aparté la cara de Magreb.
—Venga.
Me
incorporé y sentí que la madera cedía. La luz estalló en el refugio. Mis
pupilas se encogieron hasta transformarse en dos puntitos.
Fuera,
el mundo entero ardía. Sordas explosiones sacudían el reseco monte, motas de
luz ardían como cohetes silenciosos. El sol incidía a través de los eucaliptos
y los pinos australianos en franjas de rojo vivo. Salí al exterior boca abajo,
me aovillé en el suelo de tierra e imploré piedad hasta quedar extenuado. Luego
abrí un lacrimoso ojo y miré largamente el mundo alrededor. ¡El sol no mataba!
Era incómodo simplemente, hacía que los ojos me escocieran y lloraran, me hacía
estornudar.
A
partir de entonces, y durante los siguientes treinta años que pasamos juntos,
contemplaba los colores de la alborada esperando sentir cualquier cosa menos terror.
Dedos de luz se extendían por el grisáceo mar en dirección a mí, y no percibía
hermosura en ellos. El cielo bajo el que vivía era una mezcla funesta, horrenda,
de naranja y rosa, una deformidad física. En la década de 1950 vivíamos en una
zona residencial a las afueras de Cincinnati, y cuando la primera luz del alba
se reflejaba en las ventanas de la cocina, yo apretaba la cara contra el suelo
y barbotaba mi miedo entre las juntas del linóleo.
—Bueeeeeno
—decía Magreb—, ya veo que las mañanas no son lo tuyo.
Luego
se sentaba en el balancín del porche y se balanceaba conmigo, dándome
palmaditas en la mano.
El misterio de la orquídea calavera de Élmer Mendoza
NARRATIVA (F). Novela
Noviembre 2014
Andanzas CA-844
ISBN: 978-84-8383-969-0
País edición: España
288 pág.
17,31 € (IVA no incluido)
Ante el gran éxito de
la saga del detective Edgar «el Zurdo» Mendieta, Élmer Mendoza nos sorprende
con la primera entrega de la serie protagonizada por «el Capi» Garay. Con apenas
18 años, debe idear un plan para reunir cuatro millones de dólares en tres días
luego de recibir una llamada amenazante: han secuestrado a su padre. Es el
momento de demostrar a los demás y a sí mismo que no es un adolescente inútil.
Al emprender su viaje a Xilitla para probar suerte como negociador, halla El
misterio de la orquídea Calavera en el librero de un hotel. En sus páginas
descubre la fascinante historia de Edward James y de cómo fundó Las Pozas, un
parque surrealista en la selva mexicana. «El Capi» vivirá el goce de leer
cuando la ficción cobra vida con una enigmática orquídea que se hace presente
en su viaje. Entre el padre secuestrado, el misterio de Las Pozas, la vida de
James y unas severas alergias que no le dan tregua, terminará por entender que
resolver problemas reales tiene sus complicaciones.
Ficha del libro
Tomo
el directorio telefónico de Mazatlán y sigo marcando.
El
abuelo me despierta a las siete. Dice que va a ver a sus amigos al Lucerna y
que regresa al rato, que no cometa estupideces, que siga buscando a mi hermana,
que mi mamá aún no reacciona. Pienso en nuestro rancho, no tengo idea de cuánto
pudiera valer pero no creo que sea tanto, setecientas tres cabezas de ganado
son pocas; realmente no tengo idea de cuánto es cuatro millones de dólares y qué
se puede comprar con ellos. Un hoyo en mi panza crece y no evito lloriquear.
Cuando agoto los hoteles sin encontrar a Valeria me entra una desazón del
demonio.
Para
calmarme salgo a caminar al parque cerca de casa. Espero ver a una güey que va
a correr y que cada vez que la veo se me cae la baba; Fritzia la conoce, se
llama Iveth Astorga; si no fuera tan regazona le pediría que me la presentara pero
no, ya me las arreglaré. Hay dos bolsas tiradas junto al depósito de basura, ¿y
si fueran dos millones de dólares? Nos faltarían dos para los cuatro, pero qué
van a ser: es porquería; gente cochina que no falta, ¿por qué no las echan
dentro?, ¿qué les cuesta? Por eso se hace el mosquero. Mi mamá pelea todo el
día con ellas hasta que la hacen llorar. Si llega mi padre, acaricia su cara,
le dice cosas ridículas y ella se pone contenta. Con media palabra de esas que
le dijera a Diana de seguro dejaba de pensar que soy un pobre ranchero apestoso
a estiércol, pero no le voy a dar el gusto. Ya parece que la escucho: Ay, qué bonito,
igual que una canción de Luis Miguel. Guácala. El Osuna Espinoza delira por
ella, pero la güey ni lo hace en el mundo; dicen que quiere con todos menos con
él. Pobre imbécil, hasta le escribe versos de amor. Presumió que se iría de
vacaciones a Guadalajara; ojalá y se intoxique con Sabritas. Iveth no es así,
ella corre suavecito, relajada, ¿por qué, aunque siempre me saluda con una
sonrisa, no me atrevo a hablarle? Se me lengua la traba, o al revés, siento
calientes las orejas, me da comezón en la espalda y mejor la dejo dar vueltas
en el parque sin que me vea. Mi papá me aconseja que no me achique, que me
decida, pero ¿cómo? Casi me mareo cuando pasa cerca de mí. Dice Valeria que le
temo por mis espinillas, que cuando se me quiten me aventaré, pero eso cuándo
será. Además tengo como tres.
Pobre
de mi jefe, ojalá mi abuelo consiga algo, ¿qué vamos a hacer sin él? Qué
horrible.
En
cuanto salgamos de esta bronca voy a buscar a Xiomara, ella sí es una verdadera
bruja sexual; según muy formal con el Alejandro pero bien que le pone los
cuernos, maldito enano, ya le dijeron pero ni se tibió; dice que la prefiere
compartida. Le conté a mi papá y me pidió que me la tomara con calma, que el
mundo está lleno de mujeres y que conoceré más historias de las que imagino. ¿Cómo
estará?, ¿esa herida será mortal?, ¿cuánta sangre habrá que perder para dejar un
rastro? Ojalá no se le infecte, pobre viejón, debe estar preocupado, ¿de dónde
vamos a sacar el dinero? Aunque no me diga, creo que mi abuelo puede agenciarlo.
Viejo racista, ¿por qué le caigo tan mal? ¿Será por mis ojos verdes y mi piel
rosada? No es cierto, soy trigueño de ojos cafés, suficiente para las güeyes de
mi edad. Con mi abuelo Ramón me llevaba bien, pero murió hace tres años y mis
abuelas se fueron un año antes, casi a la vez.
Por el gusto de leer. Beatriz de Moura, editora por
vocación de Juan Cruz
BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS (NF). Memorias
Noviembre 2014
Tiempo de Memoria TM-104
ISBN: 978-84-8383-972-0
País edición: España
296 pág.
16,35 € (IVA no incluido)
Juan Cruz
nos ofrece una larga conversación sobre la experiencia profesional y la
peripecia vital de Beatriz de Moura, fundadora y editora de Tusquets
Editores durante 45 años. En ella se relatan los orígenes, las dificultades y
los aciertos para construir un catálogo y sostenerlo durante décadas. Se
dibuja, en fin, una trayectoria editorial insólita en nuestra tradición, que
nace de una vocación, pero también de un gusto por leer. ¿Qué ha hecho que ese
catálogo se parezca a la joven que a finales de los sesenta decidió embarcarse
en esa aventura? Este libro explica las claves, al tiempo que traza una
aproximación en primera persona a la historia literaria y cultural reciente.
Ficha del libro
¿Cómo
se funda una editorial? ¿Qué te hizo imaginar que ser editora de tu propio sello
iba a ser algo interesante?
No
decidí fundar Tusquets porque tuviera dinero o porque tuviera un proyecto, en
absoluto. Lo decidí porque me echaron de Lumen, la editorial en la que trabajaba.
¿Y
qué pasó para que te echaran?
Imagino
que se produjo un desajuste con Esther Tusquets, que la dirigía y que la había
montado con su padre, Magin. Trabaje en Lumen desde 1963 hasta 1968. Allí fue donde
conocí la profesión y aprendí todo lo que tiene que ver con el oficio. La
editorial era enteramente de la familia Tusquets. La editora era Esther, y yo,
la curranta. Había estado en otras editoriales, en las que trabaje para ganarme
el pan, en tareas que no eran creativas. Pero cuando entre en Lumen y me
empezaron a pagar un sueldo, Esther Tusquets quiso que hiciera un poco de todo,
una especie de secretariado general.
¿En
qué consistía ese trabajo?
En
Lumen trabajaba muy poca gente. Se contaba con gente de fuera, que iba a la
editorial todos los días. Yo empecé escribiendo las cartas propias de la
editorial, no las de Esther, o al menos no recuerdo que las hiciera; y enseguida
ella me adjudicó el trabajo con el que más aprendí: comprar y vender derechos
de autor. En aquella época comprábamos sobre todo títulos extranjeros para
poder traducirlos y publicarlos. Me encantó ese trabajo, y en gran medida me
ayudó a comprender la importancia de un catálogo. Porque para construir un
catálogo resulta fundamental la relación con el mundo editorial exterior. Eso es
lo primero que entendí y comprobé, y es lo que me hizo trabajar con un ánimo
extraordinario. Sabía bastantes idiomas, estaba preparada para ello, tenía un
buen carácter y empecé a hacerlo de manera muy entusiasta. Me iba muy bien el
trabajo.
¿Cómo
aprendiste a distinguir lo que había que comprar y lo que había que desechar?
Fue
poco a poco, al ver los libros que a Esther le interesaban. Y sobre todo, trabajando
junto a Antonio Vilanova, que dirigía la colección Palabra en el Tiempo. Yo le
iba haciendo una selección de libros que a él le gustaran, y descubrió que eso
le facilitaba la tarea. Era magnífico poder hacer ese trabajo: él me daba una
lista, casi toda de autores norteamericanos de la época, grandes autores en
aquel momento, y yo conseguía algo más incluso, porque nadie preguntaba por
ellos en España. Lo sabía porque era lectora de toda la vida y muchos de los
nombres que me pedía Vilanova yo ya los había leído. Si sólo se disponía de
dinero para comprar uno o dos títulos, le recomendaba otro para que lo leyera.
Con lo cual empecé a trabajar muy bien con él.
También
poco a poco entré a trabajar en un núcleodonde creo que aprendí aún más. Era el núcleo de las de cisiones: nos
reuníamos con las propuestas de Esther y de Vilanova ya cribadas. Como yo era
muy ordenada y tomaba nota de todo, Vilanova quiso que asistiera a esas
reuniones, por si faltaba algo. Ese era el momento sagrado de la construcción
de un catálogo: la jefa, Esther, y su editor literario, Vilanova, elegían entre
los libros que se podían contratar.
Ahí
leían y decidían.
Pero
yo ya estaba en la comidilla anterior. Era mejor aún, porque es entonces cuando
cobras entusiasmo por tu trabajo: estás en ello, participas del proceso. Creo
ahora que nací para hacer eso. No me veo haciendo otra cosa, la verdad. No sé
hacer otra cosa. No sé si sabría, pero por suerte no tuve que averiguarlo.
Leer
y decidir van juntos, ya lo habrías percibido entonces. Estás leyendo y te
dices ¡este es el libro!
Pero
eso no ocurre enteramente así cuando trabajas para otros.
En
aquella primera etapa del aprendizaje comprobé lo importante que eran los condicionantes
económicos, averiguar qué tiradas se podían hacer con uno u otro autor y decidir
por cuál empezar. La última lectura la tiene que hacer el editor, el que tiene
el dinero y el que manda. Y también el que asume la apuesta.
Cuentas
que en una época queríais publicar muchas traducciones y os disteis cuenta de
lo caras que podían resultar, que había que ir por otro lado.
Las
traducciones, si son de poca venta, resultan carísimas y eso la gente no lo
sabe. Siempre se dice que los libros son muy caros; ahora cualquiera puede
comprobarlo con la llegada de los soportes electrónicos. En realidad, los
libros en papel no son caros; a la gente nadie le ha explicado nunca claramente
cuantas personas trabajan en la confección de un libro; tampoco nadie le ha
preguntado al comprador de un libro si sabe qué porcentaje le queda al editor
no solo para cubrir gastos, sino también para seguir produciendo más títulos.
!Ahí
aprendí de todo! Aprendes al tener que elegir y prescindir, y te duele en el
alma que un libro que te ha gustado mucho no pueda contratarse. Como yo no era
nadie en Lumen y las decisiones las tomaban sobre todo dos personas, para mí
era maravilloso y doloroso a la vez que se eligieran ciertas cosas y se
descartaran otras por las que yo hubiera apostado en aquel momento. Este es el
momento clave, y es duro porque hay que tomar una decisión que proviene de un
cálculo estrictamente económico... Por pequeña que sea, esa cuentita la tienes
que hacer; es básico, para comprar los derechos de un libro que quieres editar,
intuir que puedes ganar en relación con lo que vas a invertir.
El castillo de la pureza de Pere Gimferrer
POESÍA (NF). Biografías, autobiografías y memorias
Noviembre 2014
Marginales 287
ISBN: 978-84-8383-973-7
País edición: España
96 pág.
15,38 € (IVA no incluido)
Tras trece años sin
publicar un libro de poesía en catalán, la aparición de El castell de la
puresa de Pere Gimferrer a principios de 2014 fue todo un
acontecimiento literario. El poemario fue saludado por la crítica como el mejor
del autor, y apuntalaba más si cabe su prestigio como autor fundamental en las
dos lenguas. Esta edición bilingüe brinda al lector en español la posibilidad
de asomarse a un universo lírico deslumbrante: diez largos poemas en los que
brilla una lengua de orfebre que dialoga con Mallarmé, J.V. Foix, Góngora o
Ausiàs March, y que aúna el formalismo con la provocación desde un profundo
conocimiento de la tradición.
Ficha del libro
Así
es como vivimos, como duendes
o
como fuegos fatuos, o granizo
que
solo sabe del designio ciego
de
esparcir fuego o agua destructiva,
el
don sutil de las palabras muertas,
y
despertar a los que aún no han muerto,
la
lámina de estaño, la madrugada oscura,
entre
el morir y el vivir a arañazos,
en
el filo de acero de la borrasca,
paciendo
el chaparrón de las tinieblas,
mañana
vivos y despiertos, calados de negrura,
pero
despiertos en el alba anaranjada,
avistaremos
el telón dorado,
paraíso
pintado con luz de laca:
la
luna, persiguiendo mi deseo,
se
ha acomodado al carrizal de sombra.
Tantos
muertos por el oro de una bandera,
por
una luz apócrifa tal vez,
fusilados
en los clavos de la noche estrellada.
Los
contaremos uno a uno, injertos
en
un traje de encaje y sangre seca,
como
contar sabemos los instantes
de
nuestra vida: un cipresal, el oro
de
los tejos, la luz baudeleriana,
como
el sello del agua en la manzana,
como
Mercè Marçal murió en el bosque,
el
ojo del verdugo en can Bussana;
los
leñeros del cobre con hachazos
desmocharán
la herrumbre de la plata:
así
recolectamos la penumbra;
haces
de sol y fajos de fulgor.
Lynn Margulis. Vida y legado de una científica
rebelde de Dorion Sagan
BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS (NF). Biografías
Noviembre 2014
Metatemas MT-131
ISBN: 978-84-8383-971-3
País edición: España
272 pág.
15,70 € (IVA no incluido)
Los intereses
científicos y la energía intelectual de la bióloga Lynn Margulis
(Chicago, 1938-Massachusetts, 2011) parecían no tener límite. Conocida ante
todo por sus trabajos con las células eucarióticas, la hipótesis de Gaia y la
simbiogénesis como fuerza rectora de la evolución, las investigaciones que Margulis
llevó a cabo han transformado para siempre nuestra manera de entender la vida
en la Tierra. En esta colección de ensayos, Dorion Sagan reúne el
testimonio de amigos y colegas que exponen aspectos poco conocidos de su vida
así como el extraordinario legado científico que dejó tras su inesperada
muerte. Descubrimos en estas páginas la importancia de su temprana colaboración
con James Lovelock (el creador de la hipótesis de Gaia), la polémica que
mantuvo en Oxford con el neodarwinista Richard Dawkins o la fascinación
con que leía la poesía de Emily Dickinson. Margulis fue elegida
miembro de la Academia Nacional de Ciencias en 1983 y en 1999 recibió la
prestigiosa Medalla Nacional de la Ciencia.
Ficha del libro
Hay
dos clases de grandes científicos: los que son conocidos por sus impresionantes
experimentos, y los que llevan a cabo síntesis teóricas revolucionarias. Lynn
Margulis es un ejemplo de la segunda categoría. Ella es la responsable de la idea
transformadora de que las células eucarióticas (desde las levaduras hasta los
vertebrados) evolucionaron a través de la adquisición y explotación de otras
células menores, un proceso conocido como endosimbiosis. En consecuencia, los componentes
esenciales de la célula eucariótica —los orgánulos llamados mitocondrias y, en
las células fotosintéticas, los cloroplastos— se derivan de bacterias ingeridas
por alguna célula ancestral. Se piensa que estos sucesos tuvieron lugar en una
fase temprana de la historia de la vida.
En
1967, en un extenso artículo de cincuenta páginas publicado en Journal of
Theoretical Biology, Margulis, que aún no había cumplido los treinta años,
presentó su tesis, sustentada en una montaña de datos. Sus argumentos hacían
referencia a publicaciones olvidadas, dando así crédito a los que habían
propuesto la misma idea antes. A pesar de sus antecedentes y de la extensa
documentación de su artículo, tuvo que pasar una década tras su publicación
para que la hipótesis se convirtiera en uno de los principios centrales de la
biología moderna. Al final se le reconocieron sus méritos: fue aceptada como
miembro de la Academia Nacional de Ciencias y en 1999 recibió la Medalla
Nacional de la Ciencia de manos del presidente Bill Clinton.
La
teoría detallada de Margulis permitía hacer algunas predicciones. Margulis
predijo correctamente que «si un orgánulo tiene su origen en una célula de vida
libre, es posible que todavía puedan encontrarse contrapartidas naturales entre
los organismos existentes».
Ahora
se acepta ampliamente que los parientes de las bacterias ancestrales de las que
descienden las mitocondrias y los cloroplastos siguen existiendo. En apoyo de
esta idea, tanto las mitocondrias como los cloroplastos comparten rasgos críticos
con las bacterias. Pero la clave reside en su similitud genómica: comparten genes
con bacterias de vida libre. Estos orgánulos tienen genomas simplificados, a
veces con sólo unas decenas de genes, pero su genética da fe de una herencia
común. Las mitocondrias de nuestras células son sin duda primas genéticas de
las Rickettisae (unas bacterias que, cosa interesante, sólo existen hoy como
parásitos intracelulares), mientras que los estudios genéticos establecen la
afinidad de los cloroplastos, los elementos fotosintéticos de las células
vegetales, con las cianobacterias fotosintéticas.
La
importancia de esta idea va más allá de la explicación de los primeros pasos de
la evolución eucariota, porque también explica lo que vino después. Refuerza la
trascendental idea de que la evolución no procede sólo mediante pasos
mutacionales únicos, sino también mediante la adquisición simultánea de
paquetes de genes. Lo atractivo de esto es que nos permite ver cómo pueden
surgir estructuras complejas no a base de un paso mutacional tras otro, sino
mediante la adquisición y combinación de múltiples colecciones de genes que han
evolucionado para cumplir funciones diferentes. La evolución no se limita a un
penoso avance lento y aleatorio, sino que da brincos a medida que los
organismos se desplazan hacia, con o dentro de otros organismos.
Por otra parte, cuenta la leyenda que las islas del archipiélago de Hawái fueron creadas por el semidiós Maui, que un día estaba pescando con sus redes, y cuando éstas se quedaron enganchadas, dio un fuerte tirón que arrancó las rocas del fondo del mar, formando las islas.
Sus habitantes creían esto, y también profesaban admiración por numerosos dioses que encarnan distintas fuerzas de la naturaleza: Ku (dios de los tifones y de la guerra), Hino (diosa de la noche y de la luna), Kane (dios de los bosques), Tangaroa (dios del mar), Lono (dios de las nubes y del surf) o Kanaloa (dios de los peces).
Además, pensaban que muchos de estos dioses vivían tierras lejanas o en los cielos. Por ejemplo, el dios Lono, tras morir su esposa Laka, abandonó la isla en una gran canoa en dirección a Tahití, indicando que algún día volvería.
Así que no es de extrañar que cuando el capitán James Cook desembarcó en estas islas, los nativos le confundieran con Lono, y le agasajaran como si de un dios se tratase, hasta que se despidió de ellos rumbo al Extremo Oriente.
Pero cometió el error de volver a pasar por allí en su siguiente viaje, y los lugareños comenzaron a desconfiar de que dicho dios les visitase tan a menudo. Entraron en su barco para robar, y la reacción de Cook fue la de tomar como prisionero al rey de la isla.
Entonces los aborígenes comprendieron que se trataba de un mortal más, así que decidieron comprobar tal característica de forma práctica, atacándole y matándole. De esta manera resolvieron el problema de la cena aquella noche, dejando para el día siguiente unos bocadillos que tenían preparados, en honor al otro nombre del archipiélago, y que es el de 'islas Sandwich’ (epónimo que les fue dado en agradecimiento al IV conde de Sándwich, que financió la expedición de Cook).
Así fue cómo Cook pasó a formar parte de la leyenda de estas islas, a pesar de no haber sido su descubridor. Parece ser que dos siglos antes los españoles ya las habían explorado, pero habían mantenido su hallazgo en secreto para utilizarlas como escala en sus viajes a Filipinas.
Nadie más conocía de su existencia, hasta que Cook las redescubrió, para mayor gloria del navegante, y orgullo de los británicos. Aunque no hace mucho que se han encontrado en Manila unos planos españoles muy anteriores a su viaje, similares a los que debió utilizar el almirante inglés para poner rumbo a las islas, y que certifican el descubrimiento español, además de ciertas palabras locales muy parecidas a las nuestras, como terra (tierra), nuna (luna), sola (sol), oma (hombre)...
Desde entonces, y a la vista del escaso interés que mostró España por su posesión, pasaron a pertenecer al Imperio británico, sin que mediara ningún tipo de incidente diplomático por ello. Hasta que tal día como hoy, un 28 de noviembre, pero de 1843, declararon su independencia.
Así se mantuvieron durante medio siglo, pero en 1893 los Estados Unidos, conscientes de su valor estratégico, económico y turístico (el mismo que España no supo ver en su día), decidieron ocuparlas, para convertirlas posteriormente en su 50º estado.
Por ello, hoy en su capital Honolulu celebran el ‘Dia de la Independencia’ (a pesar del escaso tiempo que les duró), bañándose en sus paradisíacas playas, haciendo surf, tomando cócteles como el Blue Hawaii o Mai-Tai, y supongo que también comiendo buen jamón o cerdo kalua, que ya se encargarán los hawaianos de aprovisionarse de él por vía marítima, para que Pelé no se dé cuenta.
Espero que paséis un buen fin de semana, tanto como si pudieseis disfrutar en directo de la fiesta hawaiana. ¡Aloha!