
El disco comienza con una más que contundente canción, titulada Inevitable; un resquicio musical en el que Villanueva nos adentra para no soltarnos a través de una especie de juego epistolar y recordarnos eso de: "Entre flores y mentiras, entre flores y mentiras...", un aderezo muy bien adornado de unas guitarras desgarradoras. Aires que se transforman en más cálidos cuando comenzamos a escuchar Thelma, una nueva reivindicación del estilo personal de este vigués que, desde las grúas del puerto de su ciudad natal, busca edificar su propia historia, aunque esta tenga que ser reconstruida desde las cenizas de la huida: "será mejor salir de esto sin decir adiós, perdiendo todo y solo respirar al dejar de fingir que fue perfecto.... y descubrir que todo está detrás de mí.", con unos coros muy sesenta que acrecientan esos aires de perdición: "ya sé que me tengo que ir.", y que casi se funden con la melancólica y taciturna Bombas nucleares, un tema que ya tiene videoclip y que es una reivindicación de la fuerza necesaria para no dejarse caer antes de que todo estalle de repente, como en una bomba nuclear. Un ímpetu correoso que se traslada a esa nueva ola de ritmo y fuerza envolvente que es Sota, caballo y tú, donde el amor vuelve hacer estragos en el caleidoscopio más universal de las sensaciones que tienden al desastre: "y estás aquí descontrolada... quizá nos marques la distancia.. enseñas todo y no me dices nada". Un ir de farol que Villanueva no pasa por alto y reconstruye magistralmente antes de llevarnos hasta ese eco de resonancias a lo Leonard Cohen que es En vena, donde las cuerdas de la guitarra se van apoderando de nuestros sentidos a medida que se conjugan con la voz casi rota de Villanueva. Subidos a este autobús sonoro de jazz-blues, nos alejamos de lo peor de nuestras vidas, pues las notas de esta canción conseguir reconciliarnos con los sueños: "en vena, en vena por ti, en vena, en vena, por mí". Un chute sonoro que nos llena de múltiples y placenteras sensaciones; gran medio tiempo.
Ahogándonos es un intento sonoro que busca similitudes con algunas canciones del gripo mexicano Zoé, pues los teclados recogen el protagonismo solo esbozado de una forma más tímida en la anterior canción. Aquí la melodía es intensa, muy intensa, y nos envuelve una especie de manto que nos protege de aquello que no nos gusta. Vendaval acústico pleno, muy pleno de resonancias, cuyos arreglos desprenden rayos de luz una y otra vez: "ahogándonos... hay un ciclón entrando por el corredor/ lo articulé que ese no era yo/ con algo más que se reparte entre los dos/ iba a explotar en cada punto de inflexión/ delfines sin decir una palabra porque el tiempo lo gastaba", que acaba en una prodigiosa sucesión de palabras: "para ver lo primero, para ver lo mejor, para ver lo peor, para verlo de nuevo, cuál ha sido el error... ahogándonos, drogándonos, follándonos, mintiéndonos..." Un ciclón que divide el disco en dos partes, pues el resto de las canciones son más oscuras, algo que ya comprobamos en Momento perfecto, una especie de arrebato muy a lo Fito y Fitipaldis, lo que nos proporciona esa muestra del eclecticismo sonoro en el que se desenvuelve Villanueva. Un devenir sonoro que se traduce en un western acústico En septiembre, con dos locos de los que hablaba Kerouac, tal y como nos recuerda Villanueva en la letra de esta canción, que nos traslada una vez más a ese mundo subterráneo donde el bop, el jazz y el blues se dan la mano, lo que de paso hacen con nosotros, y de esa forma arrastrarnos con templanza al territorio donde necesitamos que todo sea nuevo: "en septiembre..."
Circo de bastardos se impone con sus guitarras y su ritmo, y nos lleva a la senda por la que ya transitamos en algunos temas del principio del disco: "y quién es quién en este circo de bastardos... y quién es quién en este circo de bastardos al ver que todo era teatro", donde los ajustes de cuentas se traducen en rasguños profundos de guitarra que buscan los culpables entre las sombras que se esconden tras los bastidores. Pero como Villanueva no nos quiere dejar con un mal sabor de boca existencial, nos propone acabar con Extraño, donde su faceta de cantautor atormentado por el amor se hace de nuevo un hueco en su setlist cual rayo de luz que intenta iluminarnos la vida: "en las hojas de un diario que seguimos sin saber". Una búsqueda perpetua a la que todos de una u otra forma estamos condenados aunque no queramos admitirlo, menos mal, que de momento, hay artistas que no cejan en ese intento de búsqueda, y así intentar mostrarnos el camino... ese otro camino que sí es posible. Artista como Villanueva,sin duda lo consiguen, pues lo hace a través de un interminable reguero de kilómetros pop-rock que buscan el lado subterráneo de la vida.
Ángel Silvelo Gabriel.