Javier Rico
Una de las muchas ventajas que nos depara Aver Aves –siempre de la mano de escolares y de familias, y por supuesto de las aves– es recorrer kilómetros y kilómetros de ciudad con la compañía siempre presente de la biodiversidad urbana. En la ciudad de Madrid y en otras grandes urbes que la rodean hay parques y jardines, pero también bulevares, descampados y parterres que dan continuidad a las grandes zonas verdes. Dos rutas recién realizadas y el chequeo de una por realizar nos han demostrado que se puede ir de Villaverde a la Casa de Campo (trece kilómetros), casi sin pisar asfalto.
Nos situamos a las puertas del colegio público Juan de la Cierva, ubicado en el barrio de Los Rosales de Villaverde. Con este centro escolar tenemos programadas cuatro salidas durante este mes de octubre, y la intención era chequear qué lugares e hitos de la biodiversidad urbana más cercana son los más idóneos para captar la atención de los escolares.
Los hay de sobra. Los primeros surgen entre los jardines y bulevares de unas calles que con sus nombres ayudan a sentirte muy a gusto: Dulzura, Coalición, Alianza, Felicidad, Avenencia… Entre llamadas de atención de petirrojos y carboneros garrapinos, adelfas en flor y madroños en plena fructificación llegamos al parque de El Espinillo. Esta zona la conocemos bastante bien gracias a las numerosas rutas que llevamos a cabo con el instituto del mismo nombre.
Entre la preocupación por los nidos de cotorras argentinas que proliferan en los cedros (algunos ya vencidos por su peso) y la localización casi siempre segura de una pareja de pitos reales en una pradera salpicada de álamos blancos, llegamos a la orilla del río Manzanares. ¿Y si lo remontamos desde aquí hasta la Casa de Campo? Dicho y hecho.
El lecho y ambas orillas no paran de sorprendernos con ruiseñores bastardos, ánades azulones, lavanderas blancas y cascadeñas y gallinetas comunes. Pero también nos sorprendemos no tan gratamente con, a nuestro juicio, un excesivo afán de limpieza de la vegetación de las márgenes del cauce para dejarlas “más domesticadas”, menos salvajes; más para la “vista turística” que para la “visita de la avifauna”.
Avanzamos, pasamos la Caja Mágica y llegamos al meollo del primer tramo del Parque Lineal del Manzanares. Jilgueros, verdecillos y papamoscas no dejan de acompañarnos, y en lo alto de las farolas asoman cormoranes grandes y gaviotas sombrías, justo antes de alcanzar Madrid Río a la altura de Matadero.
En este entorno estuvimos hace un par de días con un grupo de personas que, organizadas por el programa Ecosistema Arganzuela del colectivo Intermediae, nos propusimos descubrir quién habitaba en el entorno más allá de gorriones y palomas. La garceta común fue una de las principales protagonistas, pero también más gallinetas, ruiseñores, ánades, gaviotas, urracas y, sí, gorriones y palomas, por supuesto, incluidos gorriones molineros y palomas torcaces.
Seguimos río arriba para visitar la colonia de aviones roqueros del puente de Praga; comprobar que la de aviones comunes del de Toledo está vacía, con sus ocupantes camino de África, y disfrutar con los pizpiretos chorlitejos chicos que se mueven entre otros dos puentes, los de Segovia y el Rey.
Y por aquí nos adentramos en la Casa de Campo, buscando a un afluente del Manzanares, como hace poco más de una semana hicimos con otro grupo, este con una ruta dentro del Día Europeo de las Comunidades Sostenibles, que se celebró el 21 de septiembre. Aparte de echar un vistazo a fochas, zampullines y gansos del Nilo en el lago, la intención era remontar el arroyo Meaques por su margen izquierda.
Se trata de un recorrido poco frecuentado pero lleno de tesoros botánicos de porte arbóreo (sauces, fresnos, encinas y robles) que, junto a los sotos fluviales y los setos de las praderas más abiertas, ofrecen señales continuas de su avifauna: petirrojos, verdecillos, mirlos, trepadores azules, carboneros comunes, picos picapinos, abubillas, papamoscas (cerrojillos y grises), estorninos negros…
Acabamos en el metro de Batán, casi trece kilómetros más allá de la otra estación en la que comenzamos el recorrido: Villaverde Bajo. Sí, se nos olvidaba decirlo: fue un ejercicio de senderismo urbano de cero emisiones de carbono. Como todos los que hacemos con los grupos escolares y familiares que se vienen con Aver Aves. Una manera de conocer y disfrutar con la biodiversidad cercana, sin contaminarla ni alterarla, solo siendo pacientes y dichosos observadores.
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