El 29 de julio se recordarán 120 años de la muerte de Vincent Van Gogh, dos días después de dispararse un tiro en el pecho. Diversos autores han publicado escritos dedicados a la vida del pintor holandés, no quedando de lado las aproximaciones diagnósticas que intentan explicar tanto sus padecimientos que culminaron con el acto autoeliminatorio, como su obra misma, bajo la nada novedosa presunción que enlaza genio y locura de modo indisoluble. Aunque desde joven fue descrito como de “carácter difícil, temperamento muy fuerte” y “personalidad inestable” -afirmando el mismo Van Gogh que su juventud fue “triste, fría y estéril” (carta a su hermano Theo, 18 de diciembre de 1883)-, fue aparentemente en sus postreros años de mayor producción artística, que afloraron con más crudeza sus perturbaciones psíquicas y físicas.
Tras el conocido episodio de la mutilación de su oreja*, Van Gogh fue atendido en el Hospital de Arles por el Dr. Felix Rey, el cual le diagnosticó epilepsia (1889); luego, el Dr. Théophile Peyron confirmó tal apreciación, durante su estadía en el Hospital de Saint Paul de Mausole. Posterior a su muerte, Karl Jaspers planteó el diagnóstico de esquizofrenia (Strindberg und Van Gogh, Leipzig 1922). Walter Riese, por su parte, resucitó la idea de los médicos franceses, afirmando la existencia de estados crepusculares (Ueber den stilwandel bei Van Gogh, 1925), siendo apoyado tal postulado por Juan Antonio Vallejo-Nágera (El crepúsculo de Van Gogh, 1989), quien sostuvo que el autor de La noche estrellada padecía de crisis psicomotoras, luego de analizar minuciosamente “la rica vida interior que supo volcar en las 821 cartas que se conservan, la mayoría dirigidas a su hermano Theo”. Pero quizás la teoría diagnóstica más interesante sea la de F. Javier González Luque y A. Luis Montejo González, quienes propusieron una intoxicación por plomo (saturnismo) como explicación a la sintomatología presentada por el neerlandés en sus últimos años (Vincent Van Gogh: poseído por el color y la luz, Salamanca 1997).
Según aquéllos, el plomo presente en las pinturas utilizadas por Van Gogh –particularmente bajo la forma de carbonato (en el “blanco de plata”) y cromato (en el “amarillo de cromo”)-, fue ingresando a su organismo de manera progresiva, ejerciendo un efecto acumulativo. En 1883 comenzarían a manifestarse los primeros síntomas de la intoxicación: cansancio y ánimo depresivo; en una carta (La Haya, agosto de 1883), escribe: “… he perdido parte de mis fuerzas; no es normal que me fatigue por haber hecho un trayecto de aquí al correo (…). Estoy muy agotado y siento que voy a sucumbir”. En otra carta (Drenthe, septiembre de 1883), dice: “me invade una gran angustia, una depresión, un ‘je ne sais quoi’ de desaliento y desesperación, que no puedo describir”. Posteriormente aparecerían la inflamación de las encías (“…como me dolía toda la boca, tragaba la comida lo más rápido que podía” … “comencé a preocuparme cuando se me empezaron a caer cada vez más dientes”; Amberes, 1886); los dolores abdominales (“desde que estoy acá, tengo el estómago terriblemente débil; en fin esto es un asunto de mucha paciencia probablemente”; Arles, marzo-abril de 1888), y la anemia (“Rey me ha dicho … que actualmente estaba anémico; Arles, enero de 1889)(“El tercer cuadro de esta semana es un retrato mío casi descolorido de tonos cenicientos sobre un fondo veronés pálido”; Arles, septiembre de 1888).
Con el avance de la enfermedad se manifestarían los síntomas neuropsiquiátricos; aquí cabe citar el testimonio del Dr. Peyron: “El abajo firmante, doctor en medicina, director de la casa de salud de Saint-Rémy, certifica que el llamado Van Gogh (Vincent) de treinta y seis años de edad, natural de Holanda y actualmente domiciliado en Arles, en tratamiento por el hospital de dicha ciudad, fue atendido de un ataque agudo con alucinaciones visuales y auditivas que lo llevaron a mutilarse cortándose la oreja. En este momento parece que ha vuelto a la razón, pero no se siente con la fuerza y el coraje de vivir en libertad, y ha pedido él mismo su admisión en la casa. Yo estimo como consecuencia de lo que padece, que el señor Van Gogh es víctima de ataques de epilepsia, muy alejados los unos de los otros, por lo que procede someterlo a una observación prolongada en el establecimiento”. En otras de sus cartas, Van Gogh describe estados de confusión, aparentemente crepusculares: “durante muchos días he estado absolutamente extraviado como en Arles … y es de suponer que estas crisis aún se irán repitiendo; es abominable” (Saint Rémy, julio de 1889); “…ya comprenderás que aun estando completamente calmo, en un momento dado puedo recaer en un estado de sobreexcitación por nuevas emociones morales” (Arles, marzo de 1889); “Por momentos tengo una lucidez terrible … y entonces dejo de sentirme… y el cuadro me viene como en un sueño” (Arles, septiembre de 1888); “Me extraña que justo yo, con mis ideas modernas, un admirador tan apasionado de Zola, Goncourt … tenga alucinaciones propias de una persona supersticiosa, y ocupen mi mente confusas y terribles visiones de locura religiosa como nunca me había sucedido en el norte…” (Saint Rémy, octubre de 1889). Finalmente, creen ver los autores una neuropatía periférica de origen plúmbico -que habría dado lugar a una debilidad muscular de las manos-, en la simplificación de los dibujos de su última etapa, y en el hecho de dejar inconclusas algunas obras, así como en las modificaciones grafológicas de sus últimas cartas; en su obra Campo de trigo con cuervos (1890) se haría patente “la distorsión del espacio y la brutal destrucción de la perspectiva”.
Mención aparte merece el acertado deslinde que hacen González y Montejo entre genialidad y locura en el caso de Van Gogh, citando a Vallejo-Nágera cuando dice: “la creación artística de Van Gogh es muy independiente de su enfermedad. Se interrumpe durante las agravaciones; pero la enfermedad ni la potencia ni la estructura. El esquema creador es previo a la enfermedad; sigue su desarrollo durante ella de modo absolutamente lúcido hasta el final: no hay motivaciones patológicas”. No podemos aquí evitar el hacer un paralelismo con el escritor peruano José María Arguedas, quien expresa también sus dolencias en sus escritos, y en quien resulta obligatorio realizar también aquel deslinde: si bien una personalidad depresiva puede ser el terreno propicio para una obra signada por la nostalgia, la marginalidad y el desarraigo, el recrudecimiento de la patología depresiva sume al autor en una orfandad creativa que difícilmente podría considerarse inspiradora.
* Últimamente se ha dicho que la oreja de Van Gogh fue en realidad cortada en una riña con Paul Gauguin