La cuestión que se plantea tiene antecedentes tan arcaicos como que dos paisanos la emprendan a garrotazos contra un tercero para arrebatarle la caza, la cosecha o la parienta. Milenios más tarde, con la aparición de los “estados de derecho”, seguimos corriendo el riesgo de ser despojados o ultrajados, pero se reduce considerablemente dicha posibilidad, gracias al efecto disuasorio y punitivo de la ley. Vemos como la moralidad – se considera malo que un ser humano utilice la violencia para despojar a otro de sus bienes- origina un derecho natural que los estados trasladan a su ordenamiento legal. La excepción, la pervivencia del estado original de la bestia, se produce cuando esta violencia es ejercida impersonalmente por el ente que la monopoliza, el estado. No es la única forma de violencia aceptada socialmente, si entendemos como tal, el ser despojado de tu vivienda, negocio, o medios de supervivencia a causa de las decisiones erróneas de nuestros gobernantes. No cabe, en casos extremos de ineptitud como el de Zparo, negar la relación entre dichas causas y los efectos devastadores que sufrimos en materia económica. Tampoco puede admitirse que no exista violencia por no existir intencionalidad, pues son infinidad los organismos internaciones, instituciones privadas y expertos que anticiparon los daños que acarrearían determinadas acciones. En cualquier caso, si se considera violencia que te metan el dedo en el ojo, tiene que serlo también llevarte a la ruina y abocarte a la indigencia. Esto es la violencia de número, la violencia desatada por una sociedad que considera que la ”verdad” es la opinión mayoritaria. Aquella que cree aceptable que todos, hayamos o no participado de la elección errónea de los gobernantes, debemos sufrir dócilmente las consecuencias de sus actos como si de una catástrofe natural se tratara. Si antes la supremacía de la fuerza justificaba ser avasallado, ahora es la convención, la impunidad del número.
Yo os denuncio masas infectas, ignorantes, estériles, que necesitáis extranjeros para continuar vuestra estirpe. Sois insignificantes, despreciables como individuos, seres antaño, ahora despojos, cuando unís fuerzas sois la peste que asola la tierra, no sabéis, no distinguís, no veis el daño que produce vuestra simple existencia. Habéis dado carta de naturaleza al absurdo, a la incoherencia, porque la razón os recordaría que sois siervos, esclavos de los poderes financieros que aprovechan vuestra decrepitud para subyugar al resto en nombre de vuestra seudo-democracia, la tiranía del número.
Cave Canem