Revista Opinión

Violencia de persecución / Salas / Rodrigo Royo

Publicado el 28 enero 2012 por Cronicasbarbaras

Tras la declaración de no culpabilidad por cohecho impropio de Francisco Camps y Ricardo Costa una masa de indignados sindicalistas, de partidos de izquierda y catalanistas, acosó en su casa al expresidente de la Generalidad valenciana en un acto de rabia y odio que recordaba las demandas de linchamiento.

En los primeros años del franquismo eran comunes esas escenas en las que masas de falangistas y nacionalcatólicos se manifestaban a la puerta de cualquier disidente que no había sido fusilado y lo acosaban exigiendo su cabeza, mientras sus hijos se escondían temblando de terror en los rincones más oscuros de la casa. 

Quizás lincharon a alguien así, pero por lo general aquellas manifestaciones eran bravatas de cualquier jefe de Falange enloquecido y algún cura enfermo de fanatismo. 

Producían un terror similar al de los nazis sobre los judíos cuando iban a cazarlos, y el cronista lo sabe porque lo conoció en aquella España negra.

Lo mismo que aquellos fascistas practicaban la violencia de acoso sobre los disidentes, numerosos antifascistas actuales actual actúan igual ante lo que no les gusta, como en este caso en el que una mala instrucción, iniciada por Garzón, no pudo demostrar que Camps y Costa fueran corruptos. 

Es infrecuente ver ahora a fascistas manifestándose frente a las casas de izquierdistas y nacionalistas, pero si es común, en especial desde que Zapatero tomó el poder del PSOE en 2000, ver a derechistas acosados en sus casas y reuniones. Como si se hubieran vuelto las tornas, aunque los derechistas actuales no son los fascistas del pasado. 

Se diría que en esas manifestaciones de linchadores de hoy, más que los perseguidos por el fascismo, son los pistoleros del Frente Popular de la II República que fueron los primeros que empezaron a matar. 

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SALAS

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AOTRA CUESTA ENERO

ACUESTA ENERO

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RODRIGO ROYO Y LA REVISTA SP

Hace algún tiempo Luis Ángel de la Viuda me pidió un texto sobre mis experiencias en el semanario Revista SP, del que fue Redactor Jefe, para los anexos de la tesis doctoral que prepara.

Aún no la ha terminado y lo que escribí se me ocurre que tiene interés porque habla de alguien del que las nuevas generaciones no han oído hablar.

Además, el texto viene bien hoy porque creo que es muy difícil que Rodrigo hubiera actuado en su día como muchos de sus camaradas a los que alude la crónica de hoy o como los fascistas de izquierda que acosan en sus casas a sus contrarios ideológicos.

Este es el texto que recuerda a aquél gran periodista:

Le quedaba poco tiempo de vida a Franco. Parecía imposible que Rodrigo Royo, un símbolo del periodismo en aquel momento, fuera a recibirme en su despacho “Calle Marqués de Urquijo, rumba la, rumba la, rumba la, casi esquina con Ferraz, ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela!”.

 Allí estaba la mítica Revista SP, Servicio Público, superviviente de su aventura con Diario SP, el periódico técnicamente más moderno de Europa entonces, que había muerto por sus altos costes. 

Rodrigo ya sabía que a mí me habían despedido de Noticias Médicas, la empresa de un diario liberal, Nivel, que salió a la calle solamente dos días.

 Yo había sido uno de los líderes de una huelga política de redactores disfrazada de exigencia de aumento de sueldo. En realidad, seguíamos las instrucciones de las organizaciones de izquierda, especialmente el PCE y CC.OO., para hacer ruido y denunciar una vez más al franquismo. 

Rodrigo, falangista que había estado en la División Azul, sabía que yo era rojo e hijo de un perseguido y amenazado de muerte durante más de una década. 

Y que era uno de los tres primeros estudiantes de Periodismo que tratábamos de reconstruir el PSOE y la UGT en la Prensa, mientras Pío Moa, compañero de curso, organizaba el GRAPO, aunque no imaginábamos que él y su gente iban a llegar al terrorismo. 

No es cosa de juzgar ahora lo que, a la larga, resultó aquello que nacía con idealismo y en algunos casos con locura homicida. La historia absolverá solamente a algunos.

 Rodrigo Royo, me recibió afable haciendo sonreír sus bigotes grandes como los de un espadachín del XVII. Tenía un violín entre las manos. Era bastante buen violinista y la música salía frecuentemente de su despacho.

 Lo afinaba  cuando me dijo que no le importaba lo que yo pensaba, que sólo quería que fuera objetivo—término que se usaba antes—y que no me autocensurara, que ya se encargaría él de “adaptar” lo que fuera inconveniente.

 En aquellos tiempos, pasados sus antiguos fervores falangistas, era un hombre liberal, abierto, orgulloso de su estancia y experiencia, además de en Rusia como soldado, en EE.UU., como corresponsal creo que de “Arriba”.

 Trabajé con él alrededor de un año, el último y agónico de Revista SP. Cobraba cuando Rodrigo podía pagar. A veces completaba el sueldo de los redactores sacando unas monedas de cinco duros y hasta algunas pesetas rubias de su bolsillo.

 Mis compañeros José Luís Gutiérez, Vicente Botín, Antonio Artero, Carlos González Perretta, entre otros, eran de todas las tendencias ideológicas, y no recuerdo a ningún falangista. Más bien, todos rojillos o rojos.

 La Redacción era un oasis de libertad personal. Incluso, amparándose en la Ley de Prensa de Fraga, Rodrígo nos estimulaba para que propusiéramos artículos, crónicas y reportajes poco agradables para el franquismo.

 El régimen era ya más dictablanda que dictadura por entonces. Conocidas figuras de la prensa como él, Emilio Romero, Vicente Cebrián y su hijo Juan Luis Cebrián, Jesús Martínez Tessier o Alejandro Armesto, nominalmente falangistas o franquistas, protegían y apoyaban a los que nos considerábamos o éramos rojos.

 Muchas actitudes y conductas antifranquistas de los periodistas de mi generación nos las permitía a aquella gente, que por lo general era generosa y, sobre todo, honrada.

 Hoy no podría entrar en alguno de los grandes periódicos españoles quien sea conocido como hostil al pensamiento de sus editores.

 Por ejemplo, no creo que en El País de Cebrián admitan hoy a un redactor, simplemente, liberal y poco respetuoso con lo políticamente correcto o con el pensamiento socialdemócrata.

 O que no sea rojo, rojísimo en Público. Si ni siquiera les dejaban entrar durante el zapaterato en los medios del Estado...

Creo que todos los rojos que pasamos por SP dejamos de serlo tarde o temprano y nos volvimos librepensadores. Y que debemos nuestra liberalidad, en parte, a que personas como Rodrigo Royo nos trataron con tolerancia y equilibrio.

 Y sí, la Redacción era medio anárquica o anarquista, y en ella a adaptábamos a nuestra revista el “Ay Carmela”, canción republicana al Ejército del Ebro. “Calle Marqués de Urquijo, rumba la, rumba la, rumba la, casi esquina con Ferraz, ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela!”.

 Y seguíamos con la letra real: “El Ejército del Ebro, una noche el río pasó,
¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela! Y a las tropas invasoras, buena paliza les dio”…

Quizás Rodrigo había estado en la batalla del Ebro y había sido de los que recibieron aquella famosa paliza, aunque, finalmente, la devolvieron.

 Murió joven pero le quedó al menos un hijo al que he redescubierto ahora en internet, Simón Royo, doctor en filosofía y profesor en la UNED, un ultraizquierdista –colabora con la web Rebelión—que hereda el antimperialismo de los primeros años de su padre falangista, que veía en el capitalismo la causa de todos los males humanos.

Aunque por entonces ya había atemperado sus opiniones y le gustaba hablar con el cronista de los EE.UU. que ambos habíamos conocido. 

Pero el espíritu falangista prosiguió en su hijo, como con tantos progresís del mismo origen.

Diría que casi todos los progresís vienen del mismo tronco falangista, disfrazado de marxismos, leninismos y de los grandes expresos de Mao Zedong, en los que viajó el cronista por haber vivido en China casi cuatro años.

Rodrigo+Royo+Violin2


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