Recuerdo muy bien ese día. 2 de septiembre. Justo el día en el que volvía a Madrid después de las vacaciones de verano en el pueblo. También recuerdo muy bien lo cansada que estaba, ni siquiera me había acostado. Recuerdo que me metí a la ducha y cuando salí, habíamos recibido la peor llamada que podíamos esperar, la que nunca imaginábamos que iba a llegar. Te curaste, estabas curada, pero volviste a recaer y el bichito pudo contigo… Corriendo nos vestimos para ir a abrazar a tus padres, a tu familia, para ir a despedirnos de ti.
Creo que ha sido uno de los días y los momentos más duros que he vivido en mi vida… Ya habían pasado más de 12 horas y yo seguía sin podermelo creer, no me lo quería creer. Era imposible.
Os preguntaréis por qué escribo esto hoy. El 15 de febrero es el día del niño con cáncer. Tú, no eras una niña, eras una mujer de 15 años. Mi amiga, como mi hermana pequeña. ¡Hay que ver la cantidad de cosas que vivimos juntas! En las convivencias, en los viajes… ¡Cuanto me ayudaste con los peques!
También recuerdo muy bien cuando te pusiste malita. Yo estaba a punto de hacer la Confirmación y esa misma tarde tenía ensayo. No pude parar de llorar. Tampoco me lo podía creer, tampoco me lo quería creer.
Los que me conocéis sabéis lo importante que es Virginia para mi, y lo mucho que hablo y me acuerdo de ella. Los que no, espero que os hayáis dado cuenta ahora.
No quiero ponerme triste, al revés. Cada día pienso en ella, cada día me acuerdo de ella, y nada tiene que ver esa foto que tengo en mi corcho en la pared… Ninguno de los que conocíamos a Virginia tenemos que estar tristes.
Yo sé, que desde hace un tiempo, tengo un ángel que me cuida desde arriba. Todos tenemos un ángel que nos cuida.
Gracias por todo lo que hiciste por los demás, gracias por todo lo que hiciste por mi, por nosotros. Gracias por todo lo que me enseñaste. Gracias por tu ejemplo, por tu fortaleza, por tu vitalidad, por tu sonrisa. En definitiva, gracias por haber sido tú. Y gracias a la vida, por haberte puesto en mi camino.