Me gustaría relatar hoy mi experiencia en una de las visitas temáticas guiadas que ofrece el Museo del Romanticismo. Mi intención principal es describir parte del amplio, pero oculto, panorama cultural gratuito madrileño, y recordar a todos los madrileños que, aunque haya que buscar con ahínco, hay muchas actividades gratuitas de este tipo de las que una sale más feliz que una perdiz y sintiéndose un poco más sabia.
La visita temática de la que he podido disfrutar hoy se llama “Morir en el siglo XIX”, por el título se puede deducir gran parte del contenido. Los guías del museo han conseguido, con gran éxito, relacionar el concepto de la muerte en el siglo XIX con distintos temas que se podían encontrar en el museo. Esta visita temática, de la que solo era posible disfrutar en tres ocasiones, surge como “homenaje” al Día de Difuntos, festividad que tenemos muy reciente y que está directamente relacionada con la temática de la visita. Para poder realizar esta actividad era necesario reservar previamente pues las plazas eran limitadas.Para empezar nos recibía una guía del museo que amablemente nos preguntaba si estábamos allí para la visita guiada y comprobaba nuestro nombre para ver si estábamos en la lista. A lo largo de la visita, la guía nos fue llevando a través de casi todas las salas del museo, que en realidad es un palacete del siglo XIX, ilustrándonos con sus explicaciones. Entre otras, visitamos la sala de los niños, la de las mujeres, los bandoleros, la sala dedicada a la muerte, la sala de los poetas suicidas y pasamos por el salón de baile, en el cual la guía simplemente nos dijo que por suerte en el salón de baile no solía ocurrir nada relacionado con la muerte.
La guía relacionaba el concepto de cada sala con el concepto tan particular de la muerte que los habitantes del siglo XIX tenían inculcados desde muy pequeños. La idea principal que era posible vislumbrar en cada una de las salas era la importancia que tenía poder recordar a los difuntos en el siglo XIX. Por ello encontramos fotografías, cuadros e incluso esculturas hechas en honor a cadáveres de niños muy pequeños. También surgió durante un tiempo la moda de llevar joyas hechas con pelo de los difuntos, hoy en días suena a locura, pero en su momento tuvo mucho éxito. La figura del suicida, y más aún del que se suicida por amor, es plenamente romántica. Como figura de suicida español encontramos a Larra, que se suicidó por el rechazo de su amada Dolores. No obstante, llama la atención aún más una figura más desconocida, la de Bernardo Posetti, otro de los grandes suicidas españoles. Bernardo Posetti dejó una carta de suicidio en la que les contaba a sus hijos que mirando a su retrato podrían descubrir las razones que le llevaron a tan desgraciado fin, sin embargo los historiadores del museo aún no han conseguido descifrar este enigma y no encuentran en el retrato tales señales “tan evidentes”. Especialmente remarcable también, en la sala de la muerte, una mesita fabricada con una lápida. Escalofriante e impactante el retrato en su lecho de muerte del gran Gustavo Adolfo Bécquer, cuyas Rimas y Leyendas son de lectura obligada para cualquier amante del Romanticismo español. En dicho retrato es posible observar con detalle las marcas de la tuberculosis, ese rostro alargado, con ojeras y largas pestañas, el ideal de belleza romántico que tantas mujeres ansiaban conseguir.
No puedo pronunciar más que elogios sobre este museo, sus trabajadores y ese ambiente, que nos transporta al siglo XIX nada más pisar el museo, yo me sentía como la mismísima Mary Shelley escribiendo su aclamada Frankenstein. Ha sido una visita muy agradable, muy entretenida y que repetiría sin duda. Espero veros entre los visitantes en las próximas visitas guiadas.