Revista Cultura y Ocio
Lo bueno de la novela negra es que hurga en la parte nuestra que no conocemos del todo, la que aflora cuando se nos violenta o la que se guarece porque no conviene airearla, por incómoda, por poco presentable. Todos somos malvados y perversos cuando la maldad y la perversión se abren paso a gritos y exigen su cuota de realidad. La literatura de Fred Vargas es visceral, es maligna, es perversa, es inteligente. Sus novelas tienden a avanzar hacia abajo, la pesquisa es siempre interior, su escritura es laberíntica, hay que entrar con voluntad, no se puede uno descuidar a pesar de la aparente liviandad de las tramas. Un amigo y buen lector me confesó que no compra libros que se venden mucho. Se declara escéptico de toda esa literatura que ocupa los mostradores preferentes en las librerías. Sí, esos en los que Stephen King y Vargas Llosa rivalizan con Paulo Coelho o María Dueñas. Cuando le presté El ejército furioso, cogió el libro con educación, agradecido, haciéndome ver que le daría una oportunidad. Al mes (creo que no mucho más) me llamó para contarme que estaba con otro de Vargas (no recuerdo cuál) y que estaba encantado de que hubiera decenas de libros suyos. Lo que hace Fred Vargas en convencernos de que la escasa importancia del género (novela negra, erótica o fantástica) y que lo único verdaderamente importante es leer y encontrar la salida del laberinto. Declarada admiradora de Agatha Christie, Vargas es una estupenda enigmista. Mima el misterio, respeta como pocos autores la intriga y cuida amorosamente de las claves para que no lleguemos demasiado pronto al desenlace o, llegado a él, aceptemos que nos haya engañado. En una de ellas (La tercera virgen) se tiene la impresión de que no habrá un final que nos contente: es tal la brillantez de la trama que creemos que no habrá talento para cerrarla a entera satisfacción nuestra. Quizá el hecho de que sea arqueozoológa de oficio contribuya a que sus historias se impregnen de ese aura de historia oculta y de épica con su ruda lírica que tienen las piedras. Alegra que se premie a escritores que le gustan a uno. El Princesa de Asturias tiene una trascendencia que excede el rango de la literatura, se escuchará en sitios donde estas cosas nunca se escuchan que existe una autora francesa que escribe maravillosamente, monta historias inteligentes y convierte la lectura en un apasionado descenso a las fosas abisales del alma, que es un cielo y un infierno juntamente. Ahí están los enigmas, los muertos tranquilos y los que reclaman justicia, el paseo que va de la sangre a la sangre, todas las desventuras del género humano. Y eso lo hace esta señora sin escatimar humor y cultura y un lenguaje hermoso y limpio. Viva el inspector Adamsberg, ese héroe apático en apariencia, pero vigoroso, alejado del canon de Sherlock Holmes, más apegado a la tierra, al olor de la carne y al peso humano del corazón. Quizá influya que Vargas sea también una medievalista seria, una historiadora en excedencia académica, pero volcada en cuerpo y en alma (de ambas cantidades apreciables) en escribir con lucidez sobre la muerte y sobre los vivos, sobre la luz y sobre la sombra. Leí hace tiempo una entrevista en la que venía a decir que sólo deseamos encontrar la luz y que toda nuestra existencia es una salida lenta de lo oscuro. De ahí que sus personajes (los buenos y los malos) ejerzan la misma atracción. Así que viva Adamsberg, viva Vargas, vivan los libros.
adenda:
en ese hilo de las cosas, de premios, ojalá gane alguno notable el excelente John Connolly y su inefable y admirado Charlie Parker, el otro gran detective del noir actual.