Acabo de recibir uno de esos correos graciosos que alguien, sin duda con demasiado tiempo libre, redacta y se encarga de hacer circular. El caso es que, más que el contenido en sí, llamaban la atención las faltas ortográficas y gramaticales (19 en media página).
Lo mejor de todo es que no tengo ninguna duda de que, si me cruzara con el interfecto y le reprochara sus incorrecciones, se reiría en mi cara y alegaría que, mientras que se le entienda, no pasa nada.
En efecto, esto no es nada comparado con lo que ocurrió la semana pasada en Becerril de la Sierra. Resulta que dicho pueblo organiza un certamen literario (que por fortuna un servidor desconocía y no concurrió a él) y, sorpresa de las sorpresas, resulta ganadora la concejala de cultura del citado municipio. Pero ahí no acaba todo, sino que la señora tiene la desfachatez de colgar el texto ganador en la web del municipio (en concreto aquí) y cualquiera que lo lea puede comprobar que el primer párrafo contiene un echo (de hacer) que no es la única ni la mayor de las incorrecciones del mismo.
Al margen de corroborar que buena parte de los jurados están integrados por sinvergüenzas o iletrados, cuando no ambas cosas a la vez, uno no puede dejar de preguntarse qué clase de país estamos creando, y qué futuro nos aguarda.