[ ]Silencio. Pausa. Un tragar saliva. Un no poder hablar. Un humedecer de ojos. Eso es lo que han significado estos corchetes cada vez que me los he encontrado en este libro. Un parar de leer, también, porque hay que pararse para poder digerir lo que se está escuchando. Escuchando, sí, porque este libro habla, porque da por fin voz a los que hasta ahora no han hablado, a los que no han sido escuchados. Entre esos corchetes suele situarse un llora (tercera persona del presente de indicativo de llorar) o cualquier otra acción de quien habla que interrumpe su testimonio, pero una de las palabras que más se repite entre ellos y que considero más indicativa de lo que es este libro es el calla (presente de indicativo nuevamente del verbo callar). Y son esos 'callas' lo que más me ha conmovido. El silencio tiene su propio lenguaje que también ha de ser escuchado. Pero dejemos atrás el silencio, este es un libro de voces. Vamos a escucharlas.
Portada de Voces de Chernóbil
Nadie imaginaba cuando el día anterior tocaba a su fin que el 26 de abril de 1986 pasaría a la Historia como una fecha negra. A las dos de la madrugada se produciría un accidente en la central nuclear cercana a la ciudad ucraniana de Chernóbil que se ha convertido en el mayor accidente nuclear hasta la fecha y en una de las mayores catástrofes medioambientales a nivel mundial. Llamarlo catástrofe medioambiental es quedarse corto, el accidente de Chernóbil supuso la desaparición del mundo tal y como era conocido para millones de personas, la devastación que solo puede traer consigo una guerra cuyo enemigo es invisible y desconocido. Sus consecuencias son también físicas, sociales y psicológicas. Diez años después de la catástrofe, la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich recogió testimonios de los implicados: familiares de las víctimas mortales, bomberos y soldados que ayudaron a paliar las consecuencias del desastre, evacuados de sus hogares, habitantes en tierras contaminadas, científicos, maestros, médicos,... y los reunió en una crónica que solo podía tener un título: "Voces de Chernóbil".Datos numéricos. Eso es lo primero que nos arrojan las páginas de este libro. Nos abruman. No por la aridez que suponen sino por lo que implican. Cada número, cada cifra, suponen personas. Nos abruman. Pocas páginas, ya está, comienzan los testimonios. El primero me conmueve profundamente, el que más. Afortunadamente, no creo que hubiera podido resistir 400 páginas así. Pero este libro no solo ataca a las vísceras sino también a la razón.
Yo contaba menos de diez años cuando sucedió la catástrofe de Chernóbil. No puedo decir qué estaba haciendo cuando me enteré de la noticia, no lo recuerdo. Naturalmente he crecido sabiendo lo que significa Chernóbil y lo que implica. O eso creía. Este libro me ha servido para acortar distancia, distancia en kilómetros y ojalá pudiera añadir distancia en años, pero las consecuencias temporales están lejos de terminarse. Me ha servido para situar Bielorrusia en el mapa (aunque la central nuclear estaba situada en Ucrania por cercanía Bielorrusia es una de las zonas más afectadas), pues supongo que como alguno de vosotros para mí los países procedentes de la extinta Unión Soviética son Rusia y un batiburrillo de naciones (eso sí, nos indignamos y mucho cuando por ejemplo un estadounidense coloca a España en Latinoamérica o en el norte de África. En fin, somos un gran mundo de provincianos). Y me ha servido para redimensionar todo lo que es Chernóbil.
El dolor humano es con lo que más empatizamos. Es lo más importante e irreparable. Pero referirse solo a él es tener en cuenta solo la punta del iceberg. El silencio que rompe este libro no es tan solo el del dolor de las víctimas, sino el de las autoridades soviéticas hacia sus ciudadanos y también e incluso más incomprensible el que estos abrazaron porque no querían ver ni escuchar otra cosa. Hay una forma de ser soviética: fatalista, absurdamente heroica. Se hablará mucho de ello en este libro, que por otra parte parece que es un tema recurrente en la obra de la autora.
Svetlana Aléxievich. Para mí (al igual que su tierra) era una desconocida hasta que se le otorgó el Premio Nobel de Literatura el año pasado. Esta vez tengo excusa, "Voces de Chernóbil" era hasta entonces el único de sus libros publicados en España (Debate publicó en noviembre pasado "La guerra no tiene nombre de mujer" y Acantilado en diciembre "El fin del 'Homo sovieticus'", así que ya tenemos dos más para disfrutar de ella). El Nobel me puso sobre su pista, la magnífica reseña de Agnieszka en su blog 'Si no leo desespero' me animó a leerla. Y la leí. O más bien leí a los habitantes de un mundo nuevo llamado Chernóbil. La voz de Aléxievich apenas se escucha, pero su inestimable labor periodística (de Periodismo con mayúscula) por la que fue reconocida con el más ilustre galardón de las letras está ahí. Yo tomo su ejemplo y apago mi voz, y cedo el resto del espacio de esta reseña para que se escuchen las voces de Chernóbil:
"No sé de qué hablar... ¿De la muerte o del amor? ¿O es lo mismo? ¿De qué?Nos habíamos casado no hacía mucho. Aún íbamos por la calle agarrados de la mano, hasta cuando íbamos de compras. Siempre juntos. Yo le decía: "Te quiero". Pero aún no sabía cuánto le quería. Ni me lo imaginaba..."
"Nadie podía imaginar aún que ambos átomos, el de uso militar y el de uso pacífico, eran hermanos gemelos. Eran socios. Nos hemos hecho más sabios, todo el mundo se ha vuelto más inteligente después de Chernóbil. Hoy en día, los bielorrusos, como si se trataran de "cajas negras" vivas, anotan una información destinada al futuro. Para todos."
"Quiero dejar testimonio: mi hija murió por culpa de Chernóbil. Y aún quieren de nosotros que callemos. La ciencia, nos dicen, no lo ha demostrado, no tenemos bancos de datos. Hay que esperar cientos de años. Pero mi vida humana... Es mucho más breve. No puedo esperar. Apunte usted. Apunte al menos que mi hija se llamaba Katia... Katiusha. Y que murió a los siete años."
"¿Por qué hemos venido aquí? ¿A las tierras de Chernóbil? Porque de aquí ya no nos echarán. De esta tierra, no. Porque ya no es de nadie. Solo es de Dios. Los hombres la han abandonado."
"Hace poco se encontraron en el bosque un caballo salvaje. Estaba muerto. En otro lugar, una liebre. No los habían matado, sino que estaban muertos. Y ha cundido el temor. Pero un día se encontraron a un vagabundo muerto y el hecho pasó casi desapercibido.En todas partes, la gente se ha acostumbrado a ver personas muertas..."
"Llegaron los primeros periodistas extranjeros. El primer grupo de filmación. Llevaban unos monos de plástico, con cascos y con botas y con guantes de goma; hasta la cámara bajo una funda especial. Los acompañaba una de nuestras muchachas, la traductora. Ella iba con traje de verano y zapatillas."
""Cariño, ¿pero tú puedes tener hijos?". Ya hemos entregado los papeles. Él suplicaba: "Me iré de casa. Alquilaremos un piso". Pero a mí no se me salen de la cabeza las palabras de su madre: "Cariño, para algunos parir es pecado". Amar es pecado."
"Doy clase de literatura rusa a unos niños que no se parecen a los que había hará diez años. Ante los ojos de estos críos, constantemente entierran algo o a alguien. Lo sumergen bajo tierra. A conocidos. Casas y árboles. Lo entierran todo. Cuando están en formación, estos niños caen desmayados; cuando se quedan de pie unos quince o veinte minutos les sale sangre de la nariz. No hay nada que les pueda asombrar ni alegrar. Siempre somnolientos, cansados. Las caras pálidas, grises. Ni juegan ni hacen el tonto. Y si se pelean, si rompen sin querer un vidrio, los maestros hasta se alegran. No los riñen, porque no se parecen a los niños. Y crecen tan lentamente..."
"Se necesitaba yoduro de sodio. Yodo corriente. Para medio vaso de gelatina, de dos a tres gotas para los niños, y para un adulto, de tres a cuatro gotas. El reactor estuvo ardiendo diez días, diez días durante los cuales ya se debía haber hecho esto. ¡Pero nadie nos escuchaba! Ni a los científicos, ni a los médicos. La ciencia estaba al servicio de la política, la medicina atrapada por la política. ¡Faltaría más!"
"Ahora se sabe. Se ha escrito. ¿A qué ritmo endiablado se construyó la central atómica de Chernóbil? Se construyó a la soviética. Los japoneses levantan instalaciones como estas en doce años, aquí lo hicimos en dos, tres años. La calidad y la seguridad de una instalación especial como aquella no se distinguían de la de un complejo agropecuario. ¡De una granja de aves! Cuando faltaba algo, hacían la vista gorda y lo sustituían por lo que tuvieran a mano. Así, el techo de la sala de máquinas se cubrió de alquitrán, que fue lo que estuvieron apagando los bomberos. ¿Y quién dirigía la central atómica? Entre los directivos no había ni un físico nuclear. Había ingenieros de energía de turbinas, comisarios políticos, pero ni un especialista. Ni un físico."
"Pasados cinco años, el cáncer de tiroides creció treinta veces entre los niños. Se ha establecido el crecimiento de las lesiones congénitas de desarrollo de las enfermedades renales, del corazón, de la diabetes infantil.Pasados diez años... la duración media de la vida de los bielorrusos se redujo a los cincuenta-sesenta años.Yo creo en la historia..., en el juicio de la historia... Chernóbil no ha terminado, tan solo acaba de empezar."
"Me cuesta decirlo pero nosotros... Nosotros amamos Chernóbil. Lo queremos. Representa un sentido para nuestra vida que hemos reencontrado. El sentido de nuestro sufrimiento. Da miedo decirlo. Lo he comprendido hace poco."
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sea of gas masks in Pripyat school. Fotografía de Jennifer Boyer.
Ficha del libro:Título: Voces de Chernóbil. Crónica del futuro
Autor: Svetlana Alexiévich
Editorial: Debolsillo
Año de publicación: 2015
Nº de páginas: 408
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