¿Quién no ha oído hablar de este desastre que dejó secuelas imborrables, imágenes perturbadoras, dolor y sobre todo un gélido silencio? A día de hoy, todavía son muchas las preguntas sin responder, los nombres sin decir, las consecuencias numéricas sin concretar de lo que ocurrió verdaderamente aquel abril de 1986.
Es precisamente por ese silencio por el que Svetlana Aleksiévich, la autora de Voces de Chernóbil, retoma los testimonios de las personas que estuvieron allí aquel fatídico día. Para dar voz a quienes les correspondía hablar, a quienes realmente merecían ser escuchados.
En su labor de periodista, Svetlana ofrece datos sobre la explosión al comienzo del libro, además de una justificación. Como ella misma afirma, este ensayo trata sobre "el mundo de Chernóbil", sobre "la historia omitida" y sobre "la vida cotidiana del alma". Por esta razón, no es ella quien lleva la voz cantante, por supuesto, sino que, tras la introducción y nota histórica, da paso inmediatamente a esas voces cotidianas y anónimas que vivieron de primera mano la incertidumbre, el miedo y el horror de aquel accidente.
De este modo, la obra se compone de un gran fragmentarismo que hace referencia al caos y a la desorientación que se apoderaron de la realidad cuando la central explotó. Una variedad de voces con distintas profesiones, personalidades, vivencias, edades y creencias hablan para relatar desde su minúsculo punto de vista ese acontecimiento de enorme magnitud; madres, padres, niños, maestros, bomberos, amas de casa, funcionarios y otros muchos que debieron pasar desapercibidos si Chernóbil no fuese más que un nombre.
En suma, Voces de Chernóbil es duro, pero necesario, ya que se trata de un libro compuesto de fragmentos, de voces, claro, que tomaron la palabra para narrar la Historia y la Verdad, que no siempre van unidas, por desgracia.
El nombre de mi país, un pequeño territorio perdido en Europa, del que el mundo no había oído decir casi nada, empezó a sonar en todas las lenguas y se convirtió en el diabólico laboratorio de Chernóbil, y nosotros los bielosrrusos nos convertimos en el pueblo de Chernóbil. Fuera a donde fuese, todo el mundo me observaba con curiosidad: "Ah, ¿usted es de allí? ¿Qué está pasando?"