Tomar impulso, despegar, dirigirse más alto, hacia “el infinito y más allá”, como diría Buzz Lightyear. Abandonar la tierra es deseo y actitud. Subir, ascender, ver la tierra desde una perspectiva de entera libertad; sin barreras o preocupaciones. Desde arriba, el mundo es una brillante piel multicolor unida por la diversidad. El firmamento es inabarcable; el suelo condena a vivir, con pies y mente, en la tierra. Planeando a gran altura los prejuicios son curiosidades; las fronteras, malos chistes. Todo son infinitas opciones, rutas sin marcar, atemporalidad.
Las cualidades se acumulan en las alturas: eres “una estrella”, “un sol”, “una luna”. Eres todo amabilidad: “un cielo” de persona. Nadie bueno es cueva, piedra o gruta. Los ánimos van hacia arriba, se asciende en la escala social. El averno, por el contrario, es el subsuelo, el “estar de bajón”, la caída en picado… Los humanos son aves sin alas, nacidas para volar.
Uniendo vuelo y luz (y muchos sueños) se ha presentado al primer avión solar que dará la vuelta al mundo, de aquí a un año. En el Solar Impulse 2, un aparato más largo que un avión de pasajeros, y más ligero que un turismo, Bertrand Piccard y André Borschberg se turnarán durante el trayecto, haciendo pequeñas siestas de veinte minutos, para pilotar ininterrumpidamente esta maravilla tecnológica: un avión propulsado únicamente por células fotovoltaicas. El viaje servirá para difundir el mensaje de que las energías alternativas son una realidad evidente, sostenibilidad que puede hacer volar.
Piccard, el cual ya había prometido dar la vuelta al mundo utilizando solo energías renovables, lo resume así:
”Es un ejemplo de lo que podemos llegar a construir cuando tenemos esperanza. Se trata de proteger al ser humano, no a la naturaleza. La naturaleza sabría cuidarse de sí misma si desapareciera el hombre. Tenemos que proteger al ser humano de la contaminación, de todos los problemas que él mismo ha construido”.