Donde nació la democracia, los ciudadanos se congregaban en el ágora para deliberar y dirimir cuestiones de la comunidad. Si la nueva legislación, que llaman de seguridad ciudadana, limita y pone trabas a la reunión y libertad de expresión en calles y plazas, ¿dónde nos concentramos? Si la información que nos llega es sesgada e imprecisa porque los medios más poderosos han convertido información en propaganda, ¿dónde nos informamos? Si cierran las calles, cercan plazas y los edificios de la representación popular son tomados por la policía, ¿dónde expresar nuestro malestar? Si los partidos políticos abandonan su función de representación, ¿tendremos que representarnos a nosotros mismos? Mientras pedimos más democracia y mayor transparencia, nuestros representantes, como aquellos predicadores de estola y púlpito, nos amenazan con la mayor de las catástrofes.
El poder siempre escupe palabras para camuflar su rostro. Los políticos, como muñecos de un diabólico ventrílocuo, hablan con exageración y aspavientos para ocultar la realidad. Mientras tanto, el desafecto crece noticia a noticia abonando el terreno para soluciones carismáticas. La Transición, que se construyó sobre el miedo al pasado y el temor al ruido de sables, tuvo en la Constitución su máxima expresión; pero hoy se muestra como un traje viejo al que se le revientan todas las costuras. Silenciado el ruido cuartelero y desprestigiado el bipartidismo, la nueva transición se construirá cuando los ciudadanos pasemos de figurantes a intérpretes.
La democracia tiene en la mentira y fidelidad del voto, lastres importantes. La mentira conduce al engaño y a la demagogia; la fidelidad del voto, lejos de ser un valor, supone una merma democrática al no considerar la gestión, los incumplimientos o los actos corruptos. Por otro lado, si los partidos políticos no actúan como conductores sociales, si la democracia interna sólo existe en los discursos; si dejan de ser percibidos como herramientas útiles, surgirá la tentación, tal vez la necesidad, de sustituirlos por otras fórmulas. La segunda transición se superará cuando los partidos sean entidades realmente democráticas, cuando sus cuadros sean elegidos mediante listas abiertas, cuando la dictadura de las cúpulas dirigentes sólo sea recuerdo de tiempos pasados; cuando las promesas electorales se conviertan en obligaciones incuestionables y la decencia sea requisito innegociable. Esta segunda transición se superará cuando, por ejemplo, se activen procesos revocatorios o el ciudadano, que ocupe un cargo político durante un tiempo, regrese a su trabajo anterior. La exclusividad de la tarea política en los profesionales de la representación ciudadana, supone una vulneración de la democracia porque implica la veneración al aparato del partido en detrimento de la obediencia a los compromisos y a la defensa de los intereses ciudadanos.
Para Aristóteles, el tamaño óptimo de la ciudad era el que permitiera reunir a todos los ciudadanos en el ágora. En la era de la informática, el ágora es la red. En la actualidad, sería posible que los ciudadanos participáramos directamente en los debates y decisiones que se producen en partidos políticos, ayuntamientos o en el Congreso. Vinculamos partidos políticos con democracia, pero si estos se muestran reacios a nuestros intereses, será cuestión de buscar otras fórmulas. Tal vez la de volver al ágora para que los ciudadanos nos representemos a nosotros mismos a través plataformas y de consultas en todos aquellos temas de interés que nos afecten.
Es lunes, escucho a Marcos Pin: