La desigualdad mediática, la proliferación de sondeos para reforzar la línea editorial de turno y moldear las perspectivas electorales, esos combates entre periodistas o políticos enzarzados en análisis de trazo grueso, chascarrillos tabernarios o trifulcas bochornosas y la actitud pasiva de buena parte de la ciudadanía, son factores que limitan y empobrecen la democracia. Mal asunto cuando ésta se convierte en simulacro, cuando los ciudadanos, indiferentes, no alzamos la voz ante las injusticias o cuando consentimos que nos traten simplemente como electores.
Aunque lo pudiera parecer aquí no se propugna la abstención, todo lo contrario. Es verdad que tenemos un problema cuando las organizaciones políticas se convierten en rígidos entramados burocráticos. Pero, aunque tengamos la tentación de caer en ese banal "todos son iguales", sabemos que no es cierto. Pese a todas las decepciones habidas y por haber, ese rasero resulta falso y, en todo caso, en el reparto de responsabilidades unos tienen más que otros. Por otra parte, no se conoce mejor fórmula para salir de este bucle malicioso que la toma de conciencia y el compromiso crítico.
Conforme se acercan las elecciones, quienes han sido los principales responsables de evitar un acuerdo, se refugian en un infantil "yo no he sido" para descargar la responsabilidad en los otros. Todos reparten culpas entre los contrarios, todos exponen sus motivos y razones para el desencuentro: Rajoy señala a Sánchez y Rivera, Sánchez a Iglesias, Iglesias a Sánchez y Rivera a Rajoy. Ellos, sus acólitos y seguidores realizan el espectáculo del trile moviendo los cubiletes con destreza para distraer al electorado sobre la ubicación exacta de la responsabilidad. Sabemos que este entretenimiento tiene truco, también que todo ilusionismo precisa de espectadores ciegos ante la destreza del trilero porque de lo contrario el misterio -quiero decir el engaño- desaparecería y la función resultaría un fiasco.
Hace unos años asistí a un espectáculo de magia en un colegio público. Precisar que los ilusionistas eran unos chapuzas y que los alumnos más sagaces no estaban predispuestos a dejarse embaucar por los juegos de luces, tácticas de distracción o la palabrería de aquellos supuestos ilusionistas. Ante el regocijo general, a cada instante alguien alzaba la voz para descubrir el truco. Es cierto que no hubo magia, pero los chicos se lo pasaron en grande. Igual debiéramos proceder como aquellos niños y desenmascarar a tanto inepto y a tanto embaucador que piensa que somos ilusos, cándidos y necios.
He recordado esta anécdota al conocer la proposición para rebajar la edad de votar a los 16 años y al leer al famoso juez Calatayud posicionarse en contra alegando que "a los 16 años los niños son eso, niños, y los niños son maleables (lo somos los adultos, así que los adolescentes todavía más)". Paradojas legales: con dieciséis años se tienen derechos y deberes asociados, se puede trabajar, pagar impuestos, emanciparse o ser responsable penalmente. Pese a ello, hay quienes se niegan a tratarles como adultos y a que puedan decidir sobre cuestiones políticas.
Cada vez que alguien argumenta lo manipulables que pueden ser estos jóvenes, me viene a la memoria esas jornadas electorales en las que siempre aparecen ancianos, personas discapacitadas, alguna formación política concreta y denuncias de manipulación electoral.
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