Por estos días somos bombardeados con alarmantes mensajes en nuestro móvil, vía Whatsapp, así como por Facebook, Twitter y hasta en la cándida Instagram. Nos llegan angustiosos titulares, rumores, conjeturas extremistas y chismes de muchas de las campañas para la Gobernación, Asamblea, Alcaldía, Concejo y JAL… Serán tantas que a veces llegan noticias de verdad…
Whatsapp y Facebook se han convertido en las plataformas preferidas de quienes de manera sistemática se están dedicando a producir y/o propagar contenidos falsos o descontextualizados para procurar confusión en las audiencias.
Y digo “sistémico” porque no se trata solo de personas que al azar sienten que favorecen a su candidato si reproducen contenidos que afectan a la campaña contrincante sino porque, según un estudio del Instituto de Internet de la Universidad de Oxford, Colombia es uno de los 12 países en donde trabajan tropas digitales para difundir campañas políticas por Whatsapp, por ejemplo.
El informe titulado ‘El orden de la desinformación global: Inventario de la manipulación organizada por redes sociales 2019’ señala que en 70 naciones es evidente la manipulación organizada de campañas en redes sociales, mientras que el año pasado eran 48 y en 2017, ‘apenas’ 28.
Lo complejo de esto es que mientras muchas veces las redes sociales son el instrumento para la expresión democrática de la ciudadanía, en otras, es el arma de estas tropas de trols que más allá de persuadir, se dedican a intimidar, desinformar, hostigar y mentir para confundir.
Las fake news o noticias falsas siempre han existido, mucho antes de la emergencia de los medios sociales, pero ahora, con éstas, tienen una caja de resonancia que potencia su impacto negativo.
Es nuestro deber no solo no caer en esas trampas, sino no contribuir en su redistribución. Las campañas que acuden a mentir sobre las demás deben sufrir una sanción social ya que enturbian el panorama electoral con total deshonestidad. Si tiene dudas sobre una noticia que recibe, acuda a fuentes oficiales, a medios con credibilidad probada; si se trata solo de un chisme, detenga la distribución y pregúntele a su emisor por la veracidad del mensaje. No seamos cómplices.
Nota: columna publicada originalmente en Vanguardia el día 3 de octubre de 2019