Revista Cultura y Ocio
Este año no he visto el mar. Eso creo. Pero lo veré, cuando dentro de poco vaya a Galicia. No me he bañado en las aguas de ninguna costa; ni siquiera en las de una piscina. No lo he echado de menos. El día de mañana igual no soporto algo así y me convierto en un ser acuático. Qué tontería. No hay remedio. Hasta en los programas de radio más alternativos se recurre a esa idea de que el fin del verano es una estación término y un estado de ánimo volver a lo que muchos llaman rutina, que, para mí, no es más que un diminutivo de ruta. La ruta que algunos quieren que sigamos. Siguen llegando mensajes de hoteles en los que me preguntan por Madrid o Budapest, por Córdoba o Berlín, y me dicen que yo soy el que tiene que decidir cuándo acaba el verano, para que no deje de viajar «ni en septiembre». Lo cierto es que mañana volveré al trabajo gustoso que me permitirá leer y escribir, como ha pasado siempre, sin necesidad de hacer un mundo de ello, sin dar más importancia que la que tiene volver a ver el mar después del tiempo que sea. Qué más dará.