La vulnerabilidad tradicionalmente se ha asociado con la debilidad, sin embargo la vulnerabilidad no es algo bueno ni malo. Simplemente es una aptitud inherente a una forma de ser.
Vulnerabilidad vs. Debilidad
Tradicionalmente la vulnerabilidad suele asociarse a debilidad. Vulnerabilidad es ser sensible que no es más que la capacidad de detectar ciertas señales provenientes del entorno y reaccionar emocionalmente ante ellas. No es algo bueno ni malo. Simplemente es una aptitud inherente a una forma de ser, no obstante, lo que hagamos o dejemos de hacer con ella será ya otra historia.
De entrada, pensemos que lo contrario de ‘sensible’ es ‘insensible’, ‘impasible’ e incluso ‘inhumano’, y sería un error considerar la «fortaleza» como una virtud asociada a la capacidad de ser más inhumano o más cruel, algo que se aproximaría peligrosamente a la maldad y a la psicopatía.
Pues bien, si le damos la vuelta a este silogismo, nos encontramos con que la fortaleza es algo que jamás debería negarse como atributo propio de las personas sensibles. Y por eso mismo, tampoco la vulnerabilidad tendría por qué asociarse necesariamente con la debilidad o carencia de fortaleza.
Vulnerabilidad y sensibilidad
Por muy extendida que esté la creencia de que los sentimientos nos convierten en seres vulnerables, es un hecho que la ternura —y también la sensibilidad— no son signos de debilidad sino mas bien, incluso, de fortaleza como poco a poco iremos desgranando.
A lo largo de la historia de la humanidad, la sociedad ha penalizado a las emociones y a los sentimientos por considerarlos responsables de la vulnerabilidad que confieren al ser humano cuando los manifiesta.
Según esta hipótesis, ser sensibles nos convertiría en unos seres más débiles e incapaces de tomar decisiones que nos beneficien. Craso error que, afortunadamente, ha ido cambiando conforme la sociedad ha evolucionado y ha otorgado a la vulnerabilidad, sensibilidad —y al lado emocional del ser humano— un valor provechoso en las relaciones interpersonales.
No refrenar la sensibilidad ni reprimirnos cuando sentimos el impulso de manifestarnos como los seres humanos que somos y no como una ameba, no debería interpretarse como una muestra de vulnerabilidad o debilidad, sino como la capacidad de expresarnos abierta, espontánea y relajadamente. También con un talante más proclive al aprendizaje, la comprensión, la madurez y la seguridad que adolecen quienes no consiguen exteriorizar sus sentimientos.
Consideremos que muchas veces, nuestro cerebro detecta señales en forma de emociones, y tiende a reprimirla para que «todo vaya más bien» y también para sentirse «más fuertes». Sin embargo, lo único que consigue esta actitud es soterrar el conflicto y ocultar sentimientos como el enojo, la aflicción o el miedo. El resultado —que tantas veces vemos en consulta— es que conforme se perfecciona la estrategia de ocultar, surgen síntomas de ansiedad, estrés y somatizaciones que el paciente no consigue explicarse al creer que ha conseguido que «todo me va muy bien ahora» cuando la realidad es que nada está bien sino sólo «bien ocultado y reprimido».
Es tan intensa el ansia de que todo vaya bien que se finge un autoengaño de falso bienestar cuando se meten bajo tierra los sentimientos que producen malestar. Sin embargo, los síntomas de ansiedad hacen acto de presencia, y es entonces cuando muchos toman la decisión de ir a un profesional de la salud mental abrumados por el desconcierto.
La práctica en la psicoterapia pone en evidencia que muchas personas, en algunos momentos de sus vidas, han cuestionado si su sensibilidad les frenaba su capacidad para sentirse seguros y fuertes en las relaciones interpersonales. Sin embargo, esto no siempre es así ni debería serlo, a no ser que existan otros factores predisponentes y ajenos a la extraversión de los sentimientos.
«De niños pensábamos que cuando llegáramos a ser mayores ya no seriamos vulnerables. Pero madurar es aceptar nuestra vulnerabilidad. Vivir es ser vulnerable»
Madeleine L’Engle
Vulnerabilidad, sensibilidad y vergüenza
Quienes ridiculizan o infravaloran a quienes exhiben fácilmente su sensibilidad, propician la inercia de aprovecharse de las personas extravertidas al dar por supuesto que ser sensible es ser débil y por lo tanto vulnerable, cuando la realidad demuestra que no siempre es así, algo que puede producir graves fiascos que reviertan contra quienes tienen esta falsa creencia.
Sin embargo, para muchos, la sensibilidad es un motivo de vergüenza que les dificulta en la comunicación sobre todo cuando entran en juego los sentimientos.
Buena parte de culpa de esta vergüenza la tiene el cliché de la vulnerabilidad que se atribuye a quienes exteriorizan los sentimientos. Es por ello que quienes consiguen abandonar esta creencia impuesta —las más de las veces se logra a través de psicoterapia— experimenta un bienestar, seguridad, madurez y firmeza hasta entonces desconocidas.
Otra consecuencia es que el paciente se sentirá capaz de conectar de nuevo con las emociones que mantuvo soterradas. Esto permitirá que florezca una sensibilidad, que en un principio, tal vez le desconcertará (puede incluso creer que ha empeorado), cuando en realidad se trata de un signo de mejoría que podrá disfrutar al aplicar las nuevas habilidades adquiridas y poder sentir de otro modo.
Sentir, llorar…no es fragilidad ni debilidad
Conforme las personas sensibles van madurando, lo deseable es que el aprendizaje de la experiencia les refuerce en la convicción de que sentir no tiene por qué ser un signo de vulnerabilidad y menos todavía de debilidad, un estereotipo que refuerzan falsas creencias como que llorar es una muestra irrebatible de debilidad.
Quienes lloran fácilmente ante una injusticia o el sufrimiento ajeno, y se afanan por ocultar cada emoción, deben tener la certeza de que inhibir sus sentimientos no les hará más fuertes sino mas bien propiciará un estado de apatía y tristeza difíciles de canalizar al reprimir los cauces naturales.
Es cierto que estas manifestaciones pueden dejar al descubierto una apariencia de vulnerabilidad, pero esta circunstancia no tiene por qué equipararse con debilidad. Son los demás quienes creen —y fomentan— esa falsa vulnerabilidad, pero es la persona sensible quien sufre las consecuencias y acaba creyendo en ella.
Si bien es cierto que las personas sensibles son más proclives al sufrimiento, también lo son a la alegría, al goce, a la risa, y a ayudar a los demás por su predisposición a saber cuando la otra persona necesita ayuda o simplemente ser escuchada.
Suelo decir a mis pacientes, que cuando se vean a sí mismos como una persona débil porque sus emociones son muy intensas, que reflexionen y valoren si su sensibilidad les hace sentir indecisos, temerosos o apáticos. Si la respuesta fuera no, será muy alta la probabilidad de que su emotividad no les esté perjudicando e incluso que les haga cada vez más resistentes.
Clotilde Sarrió – Terapia Gestalt Valencia
Este artículo está escrito por Clotilde Sarrió Arnandis y se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España
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