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Walser. Berlín y el artista

Publicado el 05 abril 2021 por Santosdominguez @LecturaLectores
Walser. Berlín y el artista

Robert Walser.
Berlín y el artista.
Prólogo de Thomas Hirschhorn.
Traducción de Isabel García Adánez.
Siruela. Madrid, 2021.


"Cada texto, cada libro, cada uno de los libros de Robert Walser me parece necesario, hasta el texto más breve, el libro más delgado. Porque cada uno de sus libros, cada uno de sus textos cuenta. Todos los libros y todos los textos son igual de importantes. Importante quiere decir, para mí, significativo. No hay texto ni libro que no sea "significativo" o "relevante", porque también los "libros malos" son significativos, eso es válido para todos los libros. No es una cuestión de relevancia, nunca es una cuestión de relevancia. Es cuestión de que los textos de Robert Walser que he seleccionado son imprescindibles. Son imprescindibles Vladimir, Mis afanes y también Berlín y el artista. Todos los textos que comprende esta antología son imprescindibles, y en todos ellos se hace valer un significado propio más allá de lo significativo", escribe Thomas Hirschhorn, escultor y artista conceptual suizo, en 'Por qué me encanta Robert Walser', el prólogo de Berlín y el artista, que publica Siruela con una espléndida traducción de Isabel García Adánez.
Magníficamente editado en tapa dura, es una estupenda selección de textos, entre los que figura Walser sobre Walser, que se publicó por primera vez en un periódico de Zurich el domingo 19 de julio de 1925. Termina con este párrafo:
Así pues, deseo que no se me preste atención. Si, a pesar de todo, insisten en hacerme caso, advierto de que pienso hacer yo caso omiso del caso que me hagan. Llevar al papel los libros que he escrito hasta ahora no fue ninguna obligación. Pienso que escribir mucho no es sinónimo de riqueza en la escritura.¡Que no me vengan con los "libros más tempranos"! Que no los sobreestimen, y, al Walser vivo, a ver si intentan aceptarlo tal y como él se muestra.
Susan Sontag lo definió como un escritor fundamental, dotado de las virtudes del arte más maduro y civilizado. Había empezado a escribir en la adolescencia, a la vez que decidía retirarse del mundo. De hecho, Walser se planteó la escritura como una vía de escape de la realidad, como una forma de echarse a un lado. Ya en su primer texto imaginó su suicidio y se proyectó en la figura de un hijo pródigo que reclamaba atención.
A partir de ese momento se va delimitando el universo literario de Walser en torno al deseo de no ser nadie, de no llegar a ninguna parte, de perderse, como en sus paseos, entre los objetos sin propósito definido, de borrar el yo y destruir la propia identidad. Porque en Walser la realidad, como la escritura, está en un proceso de desintegración constante, de disolución en lo mínimo.
Robert Walser fue el más elusivo, el más solitario de los escritores solitarios, huyó de todo vínculo con el mundo, de toda posesión que lo atara a algún sitio de la vida o la literatura. Paseó mucho, compulsivamente, siempre en huida, pero se esforzó en no dejar más huellas que las de sus pisadas en la nieve poco antes de morir y las más persistentes, las de su literatura.
Extraño, inquietante, ausente del mundo, desvinculado de los hombres y de sí mismo, su biografía es tan opaca que -como señaló Sebald- forma parte más de la clandestinidad y de la leyenda que de la historia.
De la estirpe de Gogol, Kafka o Benjamin, todo en su literatura es rápido y fugaz como sus pasos, desde los personajes a los paisajes. Todo menos la admiración constante y creciente de muchos escritores por su obra.
Kafka, que tuvo en Walser a uno de sus precursores más evidentes, leyó sus textos con divertida admiración y aprendió en ellos una parte esencial de sus claves narrativas. Musil, Benjamin, Canetti, Bernhard, Calasso, Coetzee o Vila-Matas son otros nombres eminentes que han dejado constancia de su deuda impagable con esa extraña excepción silenciosa y llena de paradojas que es la literatura de Walser.
Porque el lector que entra en el perturbador universo creativo de Walser se convierte de inmediato en un cómplice cercano y asombrado por el matiz descriptivo y por la profundidad de una mirada interior que se expresa a través de monólogos fluidos y poderosos como el de El Greifensee, con el que se abre :
Hace una mañana fresquita y me echo a caminar desde la gran ciudad, con su famoso gran lago, en dirección a ese otro lago pequeño y casi desconocido. Por el camino no me encuentro más que con lo poco que puede encontrarse una persona corriente por un camino corriente. Les doy los buenos días a unos cuantos segadores afanosos, y eso es todo; contemplo con atención las lindas flores y, de nuevo, eso es todo; empiezo a charlar conmigo mismo tranquilamente y, una vez más, eso es todo. No me fijo en ninguna particularidad paisajística, pues voy caminando y pienso que esto ya no tiene nada de particular para mí. Y ahí voy caminando y, según camino, ya he dejado atrás el primer pueblo, con sus grandes casas anchas, con sus jardines que invitan al descanso y al olvido, con sus fuentes que chapotean, con sus bellos árboles, granjas y tabernas y otras cosas de las que en este momento olvidadizo ya no me acuerdo. Sigo caminando y lo primero a lo que vuelvo a prestarle atención es a cómo resplandece el lago a través de un manto de hojas verdes y las silenciosas copas de los abetos; pienso: ese es mi lago, al que tengo que ir, hacia el que me siento atraído. De qué manera me atrae y por qué me atrae ya lo sabrá el propio lector amigo, si es que tiene interés en seguir con mi descripción, descripción que se permitirá ir saltando por caminos, prados, bosque, arroyo y campo hasta llegar al pequeño lago mismo, donde se detendrá conmigo y no alcanzará a maravillarse lo suficiente ante su belleza inesperada, tan solo sospechada en secreto.
El goce de la infelicidad, la filosofía del perdedor, la inquietud existencial, la perpleja contemplación del mundo, su nostalgia sin causa y sin objeto, el elogio de la derrota y los paseos interminables son parte nuclear de una literatura de la que dice Thomas Hirschhorn en su prólogo:
"Si me encantan los textos y los libros de Robert Walser no es por su contenido. Me encantan como muestras de resistencia, como muestras de exigencia absoluta, pues son exigentes hasta el punto de que exigen demasiado. [...]
Robert Walser ilumina lo pequeño, lo desatendido, lo que no parece serio ni aparente. Ilumina lo que está en la sombra, y, por ello, para mí es como si sostuviera una linterna en la oscuridad. He aprendido de él que hay que considerar importante todo, porque todo es importante. He aprendido que todo puede ser importante y que todo puede volverse importante, y he aprendido que no hay nada insignificante."
Con sesenta y cuatro textos cruciales y significativos, como Berlín y el artista, que da título a la recopilación, Vida de poeta o El secretario, esta magnífica antología de relatos y artículos, entre los que se incorporan algunos inéditos, es una inmejorable puerta de entrada en el mundo literario de Walser. Y para los que ya eran sus lectores, una nueva oportunidad de visitarlo una vez más con admiración y desasosiego.


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