No recuerdo qué canción fue, pero sí lo que sentí la primera vez que, allá por mi adolescencia ochentera, vi un vídeo de
W.A.S.P.: una mezcla de repulsión y atracción morbosa ante la pinta algo siniestra y maligna que se gastaba Blackie Lawless, al tiempo que un placer culpable por disfrutar de aquella música que sentía íntimamente como proscrita y alejada del buen gusto y las buenas maneras. También el convencimiento íntimo, aunque quizá inconsciente en esos momentos, de que tarde o temprano los discos de aquella banda iban a tener un hueco en mi estantería.Y lo cierto es que así fue, pero más bien tarde. Los ochenta terminaron conmigo iniciándome y descubriendo multitud de bandas y estilos, entre los que el heavy metal no ocupaba un lugar todavía destacado, situación que se acentuaría con la llegada de los noventa y su revolución sonora, que me llevó a la exploración inquieta y constante de nuevas bandas con nuevos sonidos y nuevas formas de acercarse al metal y al rock pesado, entre otros estilos. Lo que no cambió fue ese convencimiento íntimo en forma de cosquilleo en las tripas acechándome cada vez que entraba en una tienda de discos y veía una carátula de W.A.S.P., lo que era más habitual de lo que uno en principio podría pensar. En aquellos años noventa recuerdo que la carátula de “The Crimson Idol” aparecía a menudo en un lugar destacado en las tiendas que frecuentaba y además su diseño y sus colores, blanco, negro y rojo, difícilmente pasaban desapercibidos. Era una buena carátula. Aun así, me pasé toda esa década resistiendo la tentación de comprar ese disco en beneficio de otras adquisiciones normalmente más modernas o más antiguas (nada con “tufo ochentero”, supongo que me entendéis), hasta que con la llegada de los dos mil y el progresivo abandono de prejuicios, un buen día entré en una tienda y, junto con el “Antichrist Superstar” de Marilyn Manson, sin darle más vueltas me hice con “The Crimson Idol” y también “The Headless Children” de la banda californiana. Bendita la hora. Aunque aquellos noventa no hubieran sido muy propicios para ese tipo de hard rock/heavy metal de corte clásico, desde que puse el cedé en el reproductor tuve claro que “The Crimson Idol” era un disco muy grande, probablemente (para mí desde luego sin ninguna duda) de lo mejor de esa década en su género.
“The Crimson Idol” es un disco conceptual casi con vocación de opera rock que narra la historia de una estrella de rock imaginaria de nombre Jonathan Steel, un tipo atormentado desde su niñez que pronto encuentra en el rock and roll y sus excesos un cauce para expresar su rebeldía y dar vía libre a sus frustraciones, y en su repentino y fulgurante ascenso al estrellato y a la fama, una vía de escape de los fantasmas que le atormentan, una huida hacia delante que a la postre no logra sin embargo suplir las carencias que arrastra y que termina con él, en el momento álgido de su popularidad (y sumido en el hueco más profundo de su soledad), ahorcándose en el escenario con las cuerdas de su guitarra carmesí. Un final a lo grande para la historia, y trágico, patético y esperpéntico para el personaje. Y a lo largo del camino recorrido para llegar hasta ahí, diez canciones memorables de épica contagiosa, y de fuerza e intensidad arrolladoras. Este disco tiene todo lo que un amante del género puede pedir: riffs contagiosos, solos orgásmicos, pasajes acústicos, teclados que propician las atmósferas que los temas requieren, teatralidad, melodía, dureza, la balada, momentos calmos y auténticos trallazos… Pero sobre todo, la grandísima voz de Blackie Lawless, que lo borda absolutamente en todos los registros, un verdadero monstruo y un placer para recrearse y deleitarse. Para terminar, pese a que ninguna canción está de más en este disco, no puedo dejar de mencionar la adicción inmediata que me produjeron temas como “Arena Of Pleasure”, “Doctor Rockter” (arrolladoras), “Chainsaw Charlie (Murders In The New Morgue)” (también arrolladora e inequívocamente nacida para ser gritada y coreada en grandes estadios), “The Idol” (absolutamente épica y magistral) y la intensísima “The Invisible Boy” y su comienzo digno de The Who… En fin, por si no se ha notado todavía que me gustó y me gusta el disco, creo que “The Crimson Idol” de W.A.S.P. es una jodida obra maestra que cualquier aficionado al hard rock debería, cuando menos, conocer. Te lo digo muy en serio, ponte a ello.
Canciones:
1. "Arena Of Pleasure"
2. "The Idol"
Album: "The Crimson Idol" - W.A.S.P. (1992)