“Por favor, apaguen completamente sus teléfonos y dispositivos electrónicos. Los robots podrían volverse locos”. Con esta amenaza, que la mayoría del público no atendió hasta que una persona de la organización, micrófono en mano, rogó encarecidamente a los asistentes que desconectaran sus móviles, tablets y reproductores mp3 (no fuera a ser que en lugar de disfrutar de una obra de teatro nos viéramos inmersos en un inesperado remake a lo castizo de Terminator), comenzó la representación de Tres hermanas, versión androide, del grupo de teatro japonés Seinendan en la edición madrileña del festival musical y de artes escénicas Fringe.
Un par de horas antes de que empezara la obra pude acercarme con mi amiga Andrea a una entretenida charla con su director, Oriza Hirata, en la que el dicharachero japonés de tremendo pelazo nos desveló algunos detalles técnicos de los dos componentes no humanos de la troupe desarrollados por el profesor Hiroshi Ishiguro de la Universidad de Osaka. Como curiosidad nos confirmó que, al igual que nuestros ordenadores de sobremesa (los usuarios de PC estaréis más acostumbrados a ello que nosotros, los maqueros), son susceptibles de quedarse “colgados” y que, para esos casos excepcionales, los actores llevan preparados textos alternativos para rellenar los tres minutos que se tarda en reiniciar el sistema.
También nos comentó que todas estas innovaciones robóticas han comenzado a aplicarse en el tratamiento de personas con autismo o lesiones cerebrales que tengan dificultad para interpretar las expresiones faciales (y, por ello sean incapaces de establecer relaciones empáticas con su entorno), ya que la fidelidad con la que androides como Geminoid F simulan o imitan los gestos humanos hace posible que los enfermos aprendan por medio de la repetición a qué emoción se corresponde cada ademán, mejorando sus aptitudes para interactuar con otros.
Y después de conocer alguna más de las intimidades de Geminoid F y Robovie-R3, como su precio (100.000 eurazos el androide y 40.000 el robot, casi nada), solo nos quedaba comprobar como interactuaban con sus partenaires de carne y hueso, o si, por negligencia de algún inconsciente que, desoyendo el consejo inicial, había dejado su móvil encendido, estallaban en una furia destructiva. Afortunadamente todo el mundo fue lo suficientemente cabal como para desconectar todos sus gadgets y pudimos disfrutar de esta libre adaptación de la obra de Chéjov sin ningún problema.
Conserva de la original la nostalgia por el tiempo pasado (que siempre fue mejor), cuando aún vivía el padre de Risako, Marie e Ikumi, eminente científico de la investigación robótica, antes de que la crisis asolara el país y acabara con esa floreciente industria. A partir de ahí, Hirata construye una historia radicalmente diferente en la que Ikumi, la más pequeña de las hermanas, ha sido sustituida por un androide, y comprender qué es la figura del hikikomori (persona que se confina voluntariamente y evita todo contacto con el mundo exterior) tiene gran importancia en el desarrollo de la trama.
Drama y comedia se alternan a lo largo de toda la obra, estallando siempre el conflicto entre los en un principio contenidos protagonistas con los comentarios de esa hermana-androide incapaz de ocultar sus pensamientos… y frenar su robótica lengua. Esta versión sintética de la joven Ikumi perturba y atrae desde su primera escena hasta sus siniestras inclinaciones de cabeza finales agradeciendo los aplausos del público. Lástima que el pequeño Robovie-R3, estupendo en su papel de Muraoka, el mayordomo de la familia, no saliera a saludar una vez terminada la función…
Fotos de Tsukasa Aoki.
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