Revista Arte
La rueda de las preguntas gira y gira del cielo a la tierra sin llegar a pararse o posarse en un lugar determinado, quizá, porque la vida sea el símil perfecto de una noria que nunca se para y va dando vueltas y vueltas, vueltas y vueltas… Así se nos presenta esta pieza melodramática con tintes de comedia que tiende más a la teatralización que a la cinta cinematográfica y bebe casi por igual de las obras dramáticas de Tennessee Williams (Un tranvía llamado deseo), o de Arthur Miller (Panorama desde el puente), para ofrecernos las oscuras pulsaciones del corazón que se hallan escondidas tras cada grieta que nos ha producido la vida. Grietas que representan el fracaso de las elecciones amorosas y existenciales que se van acumulando dentro de nosotros mismos como un peso insalvable que nos impide despegar de nuestro propio foso. Woody Allen tira de esos elementos argumentales para presentarnos su última película, Wonder Wheel, bajo la luz maravillosa de una paleta cromática en tonos pastes del gran Vittorio Storaro, y una escenificación de ensueño que nos envuelve en cada movimiento de cámara y que es el perfecto encuadre material para el nuevo enredo de corazones rotos que nos presenta un Woddy Allen que, en esta ocasión, planea a gran altura sobre las pasiones humanas. En un rasgo fácilmente identificable dentro dela filmografía del neoyorquino, la trama no es introducida por uno de los salvavidas de las playas de Coney Island. Un personaje que es interpretado por un Justin Timberlake muy plano. Poeta de poca monta y joven enamoradizo que sabe aprovechar las oportunidades que se le presentan, es sin embargo, el perfecto paje de ceremonias que todo melodrama necesita como excusa o tarjeta de presentación de todo lo que en verdad mueve el mundo: las pasiones del corazón que, Allen, vierte sobre una magistral Kate Winslet y un estupendo James Belushi. Ambos, representan de una manera muy convincente el calor asfixiante que el corazón ejerce sobre el fracaso y sobre los deseos en un tórrido verano de los años cincuenta en Coney Island. En ese contexto claustrofóbico no hay escapatoria para unos perdedores como ellos, ni tan siquiera a través de la liviandad del mar que aquí se no presenta como un muro y no como una balsa hacia la salvación. No obstante, en el raquítico espacio existente entre las olas de la playa y la pequeña vivienda en la que viven (frente a la majestuosa noria que nunca se para), hay un infinito territorio en el que compartir y representar el gran teatro del mundo que se cierne sobre las almas atormentadas.
Wonder Wheel, tiene muchos aspectos positivos, que la hacen destacar por sí sola entre los últimos títulos de Allen, pero si de algo podemos estar seguros, es de que asistimos a una de las mejores interpretaciones de Kate Winslet, pues la actriz brilla con luz propia y juega con nuestro sentidos en cada una de las escenas, sobre todo, en aquellas en las que ha sido filmada a contraluz, pues hacen de su presencia una especie de sueño hecho realidad, que se nos cuela entre la bruma de la desesperación que hay tras su mirada, lo que nos lleva a acordarnos de esa otra diva de la interpretación, Vivien Leigh, en Un tranvía llamado deseo, sobre todo, en el tramo final de la película. También reconforta ver la solvente actuación de Juno Temple que nos trae ecos de Kathie, el personaje de Miller en Panorama desde el puente. Ambas, dan luz a los contrastes que se esconden bajo el tamiz del amor que corre o sale corriendo dependiendo de cuál sea el papel que te toque interpretar, igual que una noria donde viajan las pulsaciones del corazón; una noria que no para y da vueltas y vueltas, vueltas y vueltas…
Ángel Silvelo Gabriel.
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