Revista Fotografía

World Press Photo 2013

Por Cronicasbarbaras

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Cuando está entre combatientes de cualquier guerra, el periodista narra lo más emotivo que vive porque su documento gráfico o literario emocionará a su audiencia y podría concederle un prestigioso premio profesional.

Para ello a veces se emplean trucos, como cuando un fotógrafo español ganó un Pulitzer usando hábilmente el teleobjetivo para que una pareja apareciera en una playa tomando el sol, indiferente, con un inmigrante ahogado a su lado: la pareja estaba lejos del muerto, pero el efecto óptico engañó al mundo.

El último premio World Press Photo, recién concedido al sueco Paul Hansen tiene un fondo parecido, aun siendo una de las imágenes más verdaderas y terribles de la guerra en Gaza.

Por una estrecha y oscura callejuela encabezan una procesión de hombres los dolientes familiares que llevan a enterrar envueltos en sudarios a los niños Suhaib Hijazi, de dos años, y su hermano mayor, Muhammad.

Es una imagen perturbadora, desasosegante. Los niños murieron junto con su padre, Fouad, por la explosión de un misil israelí que también hirió gravemente a su madre.

Pero lo que la foto no señala, ni los periodistas contaron, es que ese misil había destruido una batería de lanzacohetes que los fanáticos islamistas de Hamas tenían instalada junto a la casa de esa familia, desde donde disparaban contra Israel.

Porque en Gaza y en muchos otros lugares se usa como escudos humanos a niños y a familias enteras.

A veces, los terroristas se esconden incluso entre sus propios hijos, para que el mundo se horrorice si ve después imágenes como esta que ganó el World Press Photo.

El fotofraude es una de las armas más útiles de guerra ideológica de Palliwood, el Hollywood propagandístico del extremismo palestino, que Israel es incapaz de neutralizar.

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