«Our aspirations, are wrapped up in books / Our inclinations are hidden in looks«
Lecturas de verano 2022:
«La Casa de Hojas«, (Mark Z. Danielewski, 2000). Tenía ganas desde hace años de leer este nuevo clásico (no sé si añadir la coletilla «de la literatura de terror» me parece del todo ajustado) que dio tanto que hablar en su momento, y que hoy en día resulta tan francamente difícil de encontrar. Al final renuncié a comprármelo (en todas partes está como «no disponible») y lo encontré en la biblioteca, algo de lo que en el fondo me alegro, porque tampoco me ha parecido para tanto. A ver, que sí, que es un libro como ningún otro que se haya escrito, pero a mi entender la imposición de la forma sobre el fondo, de una forma tan radical, no termina de justificar -que me perdonen los entendidos- las alabanzas que en su día despertó este tocho (más de setecientas páginas) sobre una casa encantada en la que empieza a desplegarse un inquietante laberinto. ¿Está bien escrito? Está bien escrito ¿Es original? Originalísimo ¿Da miedo? No ¿Me arrepiento del tiempo que empleé en su (vamos a llamarlo así, aunque de convencional tiene bien poco) lectura, tumbado sobre la arena de la plaza? No. Más aún, viendo el sensacional trabajo que sostener este libro en esa posición horizontal -no sólo sostenerlo: hay páginas escritas en diagonal, páginas escritas al revés, o páginas en espiral que te obligan a girar el libro para leer, ante la mirada atónita de los bañistas- ha hecho con mis bíceps. Vale, eso no ocurrió. Pero hubiera estado bien.
«La Señora March«, (Virginia Feito, 2022). Recurrí a este libro que me prometía una lectura ligerita y refrescante después del apabullante despliegue de Danielewski. ¡Hum, alusiones a Patricia Highsmith en el fajín promocional, esto es lo mío! Pues no, primer patinazo del verano. La tal señora March es una señora que se sobresalta todo el rato, y que me puso francamente nervioso ¿Le dice «buenos días» la de la panadería? Se sobresalta. ¿Gira su marido la llave en la puerta? Susto de muerte. ¿Le dicen que qué vestido tan raro se ha puesto? Le dan los siete males. Braulio, mis sales. En fin, que a mitad del libro el personaje principal me caía gordísimo (eso en realidad no debería haber sido un problema, no necesito empatizar con Humbert Humbert para adorar «Lolita» de Nabokov) y lo que más deseaba era que a esta chica alguien le pusiera una pastilla debajo de la lengua, y que se relajara un poco. El final está bien.
«Canciones de Amor a Quemarropa» (Nickolas Butler, 2013). EL LIBRO DEL VERANO. Qué digo del verano: DEL SIGLO. Debía de ser de los poquitos que no se habían acercado aún a la formidable prosa de Butler, y eso que con lo de las alusiones que había leído por ahí a que uno de los personajes del libro está inspirado en Bon Iver y tal, mira que era fácil que me hubiera tentado. Cosas que tiene la vida, no ha sido hasta este verano que he leído devorado el extraordinario debut del escritor del novelista de Wisconsin, que me conmovió en su tramo final hasta un punto al que pocos libros me han llevado. Recomendable, no: debería ser obligatorio leer este libro que te enseña más sobre la amistad, el amor, el sentido de pertenencia a un lugar y el paso del tiempo, que todos los tratados escritos sobre la amistad, el amor, el sentido de pertenencia a un lugar y el paso del tiempo. La vida en un libro, ni más ni menos.
«El Cuaderno Dorado» (Doris Lessing, 1962). Todos los años me impongo el ejercicio de acercarme a un clásico de la literatura, y este verano decidí hacer caso de los consejos de mi madre y atreverme con las 856 páginas que más fama dieron a la (premio Nobel, ahí es nada) británica Doris Lessing. La tarea parecía ardua pero el premio que se ofrecía era goloso; en mi cabeza, estaba convencido de que leer este libro me ayudaría a dar respuesta a Las Grandes Preguntas De La Vida: ¿Qué es una mujer? ¿Qué necesita una mujer? y sobre todo ¿Qué necesita MI mujer? Las doscientas primeras páginas no arrojaron mucha luz sobre el tema, y tanto Doris como yo empezamos a ver que las cosas entre nosotros (Yújuu, Doris, te hablo desde 2022: dentro de 60 años todo esto del compromiso con el partido comunista nos parecerá una castaña) no estaban funcionando como esperábamos. De forma que hicimos un pacto: veamos, son 856 páginas; la mitad exacta, 428. Pues bien, me comprometí a darle una oportunidad a esos cuadernos en los que Anna Wulf , el personaje, despliega las distintas facetas en las que Anna Wulf se construye, y leer exactamente hasta la página 428: si llegados a ese punto, Doris y yo veíamos que no tenía sentido seguir adelante, terminaríamos justo ahí, en ese punto en el que si hubiera leído una página menos hubiera tenido la sensación de rendirme antes de tiempo, pero si hubiera leído una página más hubiera convertido la lectura de un libro que no me gusta en una huida hacia adelante. (Al respecto de esto, tengo que darle la razón a mi mujer y a I, qué manía más tonta la mía de dedicarle el tiempo a un libro que no me está gustando, con lo fácil que me resulta abandonar una canción o una película cuando es evidente que no me interesan. Pero con los libros, no sé qué me pasa, parezco bobo: como si dejar un libro a medias, por el hecho de estar escrito, fuera algo así como una pequeña traición a su autor). El caso es que llegué a la página 428, y
«Algo En Lo Que Creer» (Nickolas Butler, 2019): Dos de dos ¡qué barbaridad, pero qué bien escribe este tío! Sin entrar en la estéril comparativa entre si es un poquito mejor o un poquito peor que su prodigioso debut, un libro que atrapa desde el principio, y en cuyos brazos me arrojé gustosamente, plenamente consciente de que en mi entrega estaba siendo infiel a Doris, qué digo a Doris: al género femenino entero, cuya expectativas había defraudado. De modo que volví a Butler y sus hombres de buen corazón y manos encallecidas por el trabajo, volví a los paisajes nevados y a los pequeños gestos domésticos que aunque sean pequeños, encierran un mundo de palabras no dichas. Si la preciosísima (me da igual la opinión de todos los que desprecian está canción y les parece una ñoñería) «Hero» de los Family Of The Year fuera un libro en lugar de una canción, sería este emocionante y prodigioso libro de Butler.
«Mi Planta de Naranja Lima» (José Mauro de Vasconcelos, 1968) El verano se termina con esta recomendación de I, un clásico de la literatura brasileña, precioso pero tristísimo. Qué pena más grande, Dios mío, la historia es algo así como un cruce de la ternura y la picardía de «El Príncipe Destronado» (Delibes) con la devastadora miseria de «Ladrón de Bicicletas» (De Sica). Algún episodio roza sutilmente lo cursi, pero el libro sale airoso, y de alguna forma te ves obligado a disculpar al autor, sabiendo que muchos de esos episodios de franca tristeza fueron autobiográficos. Oye, y estos de Libros del Asteroide, qué pasa ¿que no tienen un libro malo?
Publicado en: Greatest HitsEtiquetado: 2013, Belle & Sebastian, Dear Catastrophe Waitress, Pop, Rough TradeEnlace permanenteDeja un comentario