La verdad es que al principio me enfadé pero luego me hicieron reflexionar y vi que todo encajaba. Uno de mis contactos de Twitter me abrió los ojos. Lo que el ‘señor’ Durán y Lleida quiso decir es que las mañanas no son para ir al bar, sino para dormir la mona. El bar está para la tardes y para la noches. Todo el mundo sabe que ningún andaluz que se precie madruga. En Andalucía nos leventamos a las 12:00 de la mañana para el desayuno y ya si hace buen día, ni frío ni calor, decidimos si trabajamos o no.
Cómo son estos de CiU. Unos cachondos. Yo me los imagino a todos reunidos en casa del señor Durán, bueno, en el vestíbulo del Palace, preparando la campaña electoral: – Bueno Arturito, tú le vas a dar caña a los niños andaluces que mientras tanto yo me encargo de los agricultores y los jornaleros. – Eso me parece perfecto. ¿Y quién cañeará a las chachas andaluzas? – No te preocupes, que de eso ya se encargó la Nebrera cuando ridiculizó a Magdalena Álvarez, que es a la política lo que la Juani de ‘Médico de Familia’ a la televisión. – JAJAJA, como eres José Antonio.
Mientras tanto, alrededor de ellos hay una masa enfurecida de nacionalistas derechones catalanes que se masturba escuchándolos despotricar de andaluces y extremeños. Qué lideres tienen, qué orgullosos están de ellos. Basan su discurso en la xenofobia regionalista y en el odio injustificado. Ellos reciben y nosotros damos. Así de simple. Y claro, todo el mundo sabe que a CiU no le gusta eso de los subsidios. Todo el mundo sabe que CiU se autofinancia y que no hace campaña a costa del dinero de todos y cada uno de nosotros.
Y sí, puede que el campo andaluz viva a base de subvenciones, pero eso para nosotros no es un orgullo, es una losa heredada por los terratenientes que dejan sus tierras baldías, sin cultivar, para cobrar mucho más que un pobre jornalero y tener sus buenas casas en Madrid y Cataluña. Así que señor Durán y Lleida preocúpese de los problemas de su comunidad que nosotros ya somos conscientes de los de la nuestra. Que es muy fácil criticar los 400 euros con los que malvive una familia desde la habitación de un hotel de lujo que cuesta el doble.