Muchas personas piensan que, cuanto menos se espere de alguien, mejor. Así se quitan de en medio las decepciones, los quebraderos de cabeza y evitan que sus expectativas se hagan añicos. En su mundo de desconfianza general, se protegen poniendo barreras entre lo que esperan y la realidad que después, inevitablemente, van a encontrarse. Y sabéis qué, creo que esas personas tienen razón.
Hoy en día no se puede confiar en nadie, no se puede esperar que alguien reaccione de tal o cual forma o que haga ciertas cosas por uno, porque no siempre las harán. Porque las expectativas son casi siempre mejores que la realidad, porque no siempre la respuesta o la reacción que esperas es la que recibes. Porque es imposible que alguien se pase toda una vida sin decepcionarte o dañarte ni una sola vez.
Pero, ¿y lo bonito que es, aun sabiendo que no se puede esperar nada de nadie, esperarlo de alguien? Porque no se trata de que la gente no nos decepcione o nos dañe nunca. Se trata de saber que, como seres humanos, algún día fallarán (y nosotros también fallaremos) y que probablemente dolerá y aun así, seguir confiando. No de manera ciega, pero sí de una manera sincera y realista, que nos permita esperar cosas sin miedo a abrirnos, sin miedo a que duela porque, ¿al final no es eso de lo que va esto de la vida?
Hasta el lunes, almas cándidas :)