Revista Comunicación

Y de repente todo cambió

Publicado el 04 mayo 2020 por Josgutrol @josegutrol

Nadie lo esperaba. No era bienvenido… pero llegó y nuestras vidas dieron un giro de 360º. Coronavirus, el día que aprendimos a ser “libres”.

Fue un miércoles, por la tarde. Ese día estuve arbitrando un partido de baloncesto como solía hacer entre semanas. Al acabar ese partido, me despedí de mis compañeros mientras opinábamos que partidos nos tocaría para el fin de semana. Nunca imaginamos que ese fin de semana no llegaría, ni que ese fue el último abrazo que le pude dar a mi compañera.

Al llegar a casa de mis clases de inglés, recibí un mensaje de mi director técnico donde decía que la temporada se había suspendido hasta finales de marzo. El motivo, un pequeño ser, que no se merece ni siquiera apellidarlo vivo. El Covid- 19 había aterrizado en nuestras vidas.

Hasta aquel día veíamos noticias a diario de como el virus había surgido en Wuhan, China y de como poco a poco fue pasando fronteras hasta aterrizar en nuestro país. Al principio recuerdo que mucha gente (incluida yo) no nos lo tomábamos en serio. Lo veíamos como un problema de un país ajeno a nosotros. Pero la globalización tiene sus grandes ventajas, y su parte negativa, como ha sucedido en esta ocasión.

Los virus no entienden de fronteras, ni de muros, ni siquiera de escudos antimisiles millonarios que algunos países se empeñan en mantener como orgullo nacional.  De nada sirve ser el país mas rico del mundo. Este pequeño ser ha dejado patente que no somos el centro del universo.

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China fue la caja de Pandora (podía haberle sucedido a cualquier país). Después llegaron otros países como Irán o Italia. Fue entonces cuando vimos las orejas al lobo, o tal vez no, porque se siguieron celebrando partidos de futbol entre equipos españoles e italianos. No es que quisiéramos ver las orejas al lobo; queríamos verle también su estómago.

El caso es que después como día a día la tragedia en Italia estaba en aumento, aquel éramos demasiado tímidos para reaccionar. Y al final acabó desembarcando en nuestro país, como era previsible.

Como explicaba antes, el baloncesto fue la primera puerta que se cerró en mi vida rutinaria. Supieron leer antes que ningún otro ente público lo que se avecinaba. Fueron mas rápidos que el propio gobierno, viendo que la situación para muchos que practican este deporte, especialmente los niños, podía tornase a muy peligrosa.

Todo esto ocurrió un miércoles. Aún podíamos circular libres por las calles, ir de bares, pasear, trabajar… en fin, todo lo que normalmente hacemos y que hasta entonces poco supimos valorar.  

Recuerdo también que ese fin de semana había quedado con mi compañera, Alejandra para dar una vuelta con las bicis aprovechando que llegaba el buen tiempo. No pudo ser porque para entonces ya nuestras vidas habían sido confinadas.

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Y como fichas de dominó fueron cayendo todos y cada uno de los pilares que conforman nuestra vida. Los comercios, los bares, los colegios, el transporte… el país echaba el cierre para evitar que el virus se extendiera con más agresividad.

Incluso eventos de carácter cultural- emocional como son las fallas, la Semana Santa, la feria de Abril… muchos fueron los corazones que se quedaron vacíos porque estas fechas son señaladas para muchas personas que se preparan durante un año para celebrar estos días especiales.

Todas nuestras vidas cambiaron de repente. Y lo peor es que muchos de nosotros aún no sabíamos que estaba pasando.

La vida en la calle se quedó reducida a los hogares, donde muchas familias tuvieron que readaptar sus planes de convivencia para intentar pasar el día lo mas agradable posible.

Surgieron palabras de moda que no habíamos utilizado anteriormente, (confinamiento, pandemia, desescalada…) . Quizá una de ellas fue especialmente dolorosa: ERTE. El destino fue cruel con muchas familias donde tuvieron que irse al paro. Ni que decir los autónomos y pequeños comercios, los cuales estaban abocado a un cierre o en los mejores de los casos, continuar abiertos ara intentar minimizar las perdidas.

Solo los servicios de primera necesidad podían estar abiertos. Aquellos que no tenían alternativa si querían que sus negocios siguieran sobreviviendo. Son mucho los sectores que han estado ahí, al pie de cañón cada semana para seguir prestando sus servicios a los que los necesitaban.

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Junto a ellos, personal sanitario, bomberos, policías, personal de limpieza y muchos otros fueron auténticos héroes sin capa, y por desgracia sin escudo, porque las mascarillas no llegaron a tiempo. El único poder extra que les hacia seguir en pie, fueron los multitudinarios aplausos y el agradecimiento de un país entero.

Los niños es otro sector por el que vale la pena ponerse en pie. Entendieron que tenían que quedarse en casa. Sus parques quedaron precintados y ya no podían jugar a la pelota como solían hacer. Ellos también aportaron mucho con sus dibujos. En nuestra memoria quedaran ese arcoíris con fondo blanco que se ha convertido en la bandera de esta crisis sanitaria. Una crisis que también nos deja himno (resistiré) y lema (quédate en casa)

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¿Pero acaso el confinamiento suprimió nuestras ganas de sociabilizarnos? Para nada. Más bien todo lo contrario. Se crearon lazos mas fuertes en las comunidades de vecinos. Ahora nuestra forma de comunicarnos cambió tomando dos vías distintas: Videoconferencias para hablar con las personas que teníamos lejos de nosotros, y a través de la palabra física, en casa, con nuestras familias, o en los balcones que se convirtieron en las nuevas redes sociales “en vivo”

Cualquier cosa nos servía para luchar contra una depresión vaticinada. Deporte en casa, leer libros, tocar música, aprender online mediante cursos… muchos hobbies se descubrieron y quizá quien sabe si esto nos ayuda para conocernos mejor. Todo vale para desconectar de la televisión, donde cada semana aparecía el político de turno para decir que llegamos al pico de contagios (a mí me parecía el Everest) y anunciar un nuevo paquete de medidas (muchas de ellas sin sentido) para frenar esta crisis que, también hay que decirlo, ni al mejor presidente del mundo le hubiese sido fácil plantarle cara.

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Una de las cosas que me avergüenza de la gestión política es que no hemos sido un país unido. La crisis sanitaria ha dejado mas en evidencia que España es un país de autonomías, donde cada una de ellas quiso gestionar a su manera, anteponiendo su Ego a la lucha conjunta. Después de esto quizá muchas de ellas tendrán que mirar su soberbia…

Pero la política queda al margen en esta situación. Muchos de nosotros no estamos preparados para ver como los hospitales quedaban colapsados. Residencias de ancianos donde los muertos quedaban abandonados junto a los que quedaban con vida aún. Hospitales creados en apenas días, morgues improvisadas ante la falta de servicios funerarios, funerales donde los familiares no podían despedir a sus seres queridos con dignidad…

Eso no se borrará de nuestras memorias. El resto poco puede importar.

No todo ha sido negativo. La solidaridad ha aflorado de muchos corazones que vivían ajenos a este sentimiento. La gente se ha volcado con sus prójimos, con los mas desfavorecidos y han sido ellos, no los políticos, junto a todas las personas trabajadoras que han seguido luchando para que el país siga vivo, los verdaderos héroes de esta pandemia.

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Industrias que han dejado su propia fabricación para hacer productos sanitarios imprescindibles para estos días; jóvenes que han aparcado sus estudios y sus fiestas para convertirse en recaderos de sus vecinos, comercios que de forma gratuita han ofrecido reparto a domicilio e incluso personas que han donado su tiempo para hacer llamadas a personas que se encontraban solas. La solidaridad también tiene su curva, y espero que nunca lleguemos al pico y que crezca y se mantenga en el tiempo.

Casi dos meses después empezamos a ver la luz, aunque sea muy difusa. La desescalada ya ha comenzado y espero que este tiempo de confinamiento nos haya servido a titulo individual para conectar con nuestra yo y darnos cuenta que el día a día que vivíamos antes de esta situación es un verdadero tesoro.

Muchos se preguntan si su forma de ver las cosas cambiase después de esto, como si fuese el final de “Un cuento de Navidad” de Charles Dickens donde el protagonista cambia su actitud al ver su realidad. Ojalá que cada uno de nosotros encontremos ese final y arreglásemos las cosas que no nos hacen disfrutar de lo que verdaderamente importa.

Si hay algo que he aprendido es que nunca puedes dar por sentado que es lo qué pasará en el futuro. Hay que vivir la vida cada minuto, disfrutarla, compartirla, como si no hubiese un mañana. Porque la felicidad no está muy lejos de nosotros, sino en cada una de las cosas grandes y pequeñas que nos rodean a diario.

Seguimos luchando, porque esto no se ha acabado

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