Editorial Sloper. 246 páginas. 1ª edición de
2015.
Román Piña (Palma de Mallorca, 1966) es mi editor en Sloper. De él he leído hasta ahora sus
novelas El general y la musa y Sacrificio, además del ensayo La
mala puta. Cuando el pasado verano pasé unas semanas en Mallorca,
quedamos un día para cenar y me estuvo hablando de esta nueva novela, Y
Dios irrumpió de buen rollo, que en aquel momento aún estaba terminando
de escribir. Esta vez Román ha decidido editarse a sí mismo, e imagino que esta
determinación tiene que ver con el contenido de la novela, muy fuertemente
ligado a la actualidad social y política del país, y su deseo de que un escrito
que glosa una realidad tan cercana debe ser puesta a disposición de sus
lectores lo más cerca posible en el tiempo a los acontecimientos de los que
aquí se habla.
Cuando el libro apareció en el
mercado, le pedí a Román que me lo enviara para leerlo y comentarlo en el blog.
Y Dios irrumpió de buen rollo empieza presentándonos a sor Eulalia,
una monja enclaustrada en un convento de Palma. Sor Eulalia es la encargada de
la página web del convento, que promociona sus dulces típicos. Debido a esta
función, sor Eulalia se relaciona con el mundo exterior a través de internet.
La novela sitúa su arranque temporal en junio de 2015, después de las últimas
elecciones autonómicas: “España transitaba sin saber muy bien cómo de la
dictadura a la democracia. Antes del golpe de Tejero habían pitado al rey Juan
Carlos en Euskadi. Ahora, junio de 2015, habían pitado a su hijo Felipe. El
pobre Felipe, que estaba portándose tan bien. Los españoles estaban asimilando
la abdicación de Juan Carlos. No acababan de acostumbrarse a un rey que no
anduviese con muletas ni hablase con un tarugo sobre la lengua.” (pág. 13)
La novela está escrita en tercera
persona, pero continuamente, mediante el recurso del estilo indirecto libre, se
va cediendo la voz narrativa a los pensamientos de los personajes. De este
modo, en el párrafo anterior eran los pensamientos de sor Eulalia los que
estábamos leyendo.
A sor Eulalia –que reza en
catalán, pero habla y escribe en castellano- le duele España; y sufre continuos
devaneos teológicos. Saber si Dios es de izquierdas o de derechas parece ser
una de sus preocupaciones principales, y para la que no encuentra respuesta.
Contactará, a través de facebook, con uno de sus articulistas de opinión
favoritos: Nofre Pou, personaje también palmesano, y que ha aparecido en otras
obras de Román (que yo no he leído). Sor Eulalia se reunirá con Pou –fuera del
convento- para analizar la realidad político-social del país y ver si pueden
hacer algo por arreglarla y rebajar el clima de crispación al que estamos
llegando. Esto les llevará a contacta con Susana, una mallorquina de origen
peninsular, que trabaja de dependienta en El Corte Inglés, y que puede ser la
clave para conseguir el deseado cambio.
Además de sor Eulalia, Nofre Pou
y Susana, Román nos presenta a otros dos personajes: Elena Puig, una pastelera
de Palma, que no cree en el bilingüismo, y que reclama para su tierra el uso
exclusivo del catalán; y Frederic, natural de Campos (un pueblo del interior de
la isla), camionero de profesión, mallorquín y españolista. Y quizás no debería
dejar de nombrar que otro de los personajes de esta novela (como ya insinúa el
título) es el mismo Dios, que vive cerca de Venus: “Los venusianos se peleaban
entre ellos como niños, cogían sus berrinches y tenían sus facciones políticas
también, pero si a alguien se le ocurría decir que Dios no existía, lo tomaban
directamente por loco, porque tenían a Dios allí mismo. Dios se paseaba a todas
horas por las ciudades y los pueblos de Venus. En ese planeta el amor en el
ambiente se podía cortar con un cuchillo. Por consiguiente, no había monjas
sufriendo y orando, precisamente. En el reparto de bienes divinos, a los
venusianos no les había correspondido el concepto de virginidad y,
consecuentemente, no se les había ocurrido ningún estilo de vida relacionado
con ella.” (pág. 30-31)
Y Dios irrumpió de buen rollo
muestra diversos acercamientos a la actualidad, diversas intolerancias
nacionales hacia el otro (bien sea éste un nacionalista español, catalán o
mallorquín), y pretende desactivar los radicalismos mediante una mirada
humorística y simpática sobre las realidades que muestra. También –Román es
profesor de instituto de lenguas clásicas- se ocupa de la educación,
centrándose en el caso de Mallorca, y la polémica de los últimos años sobre el
modelo lingüístico apropiado para las islas (la inmersión lingüística, el trilingüismo,
etc); y aquí, en la educación lingüística, puede estar en la novela una de las
claves para resolver los conflictos a los que se enfrenta el país (se insinúa,
por ejemplo, la necesidad de realizar a los veinte años una mili lingüística,
para que unas regiones del país conozcan las lenguas de otras).
La novela está escrita con un
lenguaje ágil, cuidado, pero que no deja de lado su uso coloquial con fines
humorísticos. Así es posible encontrar en el texto expresiones como “liarla
parda” (pág. 12), “ojo al dato” (pág. 63) o “dar el cante” (pág. 69); y, por
supuesto, con esta intención humorística y desenfadada está elegido el título.
A cualquier lector español le
sonarán los conflictos de los que se habla en esta novela (los tuits de Zapata,
la decisión de Carmena de revisar el callejero de Madrid y hacer desaparecer
las calles con referencias franquistas, los comentarios nada conciliadores del
periodista de cabecera de sor Eulalia, que no es otro que Federico Jiménez
Losantos…) y me pregunto, por ejemplo, si se acercara a ella un argentino de
Rosario qué podría opinar de esta novela, si lo narrado aquí le resultaría de
alguna relevancia, o se perdería por completo su marco referencial. Quizás
podría ir más allá: no sé cómo sería la lectura de un español que cogiera esta
novela dentro de diez años, pues es lógico pensar que –como ocurre, por
ejemplo, al ver ahora esas películas políticas de la transición española con
chistes tan cercanos al momento histórico en que fueron realizadas- de aquí a
diez años los tuits de Zapata habrán dejado de ser relevantes. Y éste es quizás
el mayor defecto que le encuentro a Y
Dios irrumpió de buen rollo: su excesiva dependencia de la actualidad
política del último verano y que en más de una ocasión parece más importante
para Román apostillar la realidad periodística de última hora (él, además de
profesor de instituto, también es columnista de El Mundo Baleares), que dar
oxígeno y movimiento a sus personajes. Y a pesar de esto, el desarrollo
narrativo de la historia y los personajes –con irrupción de lo sobrenatural
incluida y surrealismo delirante- acaba llevando a buen puerto la novela.
Lo mejor de Y Dios irrumpió de buen rollo, por el contrario, sería su
irreverencia (se lleva a insinuar que Dios es bisexual o que los gitanos de
Palma de Mallorca, por no hablar catalán, son fachas, por ejemplo), y su
capacidad para hacernos sonreír con una mirada desenfada y divertida sobre la
crispación política actual. Desde luego, si usted quiere leer este libro, no lo
deje para dentro de un año, el momento de acercarse a él es ahora.