Revista Arte

Y la realidad tendió a transformarse en un sueño; lo fragmentario, o la inexistente experiencia

Por Artepoesia

Y la realidad tendió a transformarse en un sueño; lo fragmentario, o la inexistente experiencia. Y la realidad tendió a transformarse en un sueño; lo fragmentario, o la inexistente experiencia. Y la realidad tendió a transformarse en un sueño; lo fragmentario, o la inexistente experiencia. Y la realidad tendió a transformarse en un sueño; lo fragmentario, o la inexistente experiencia. Y la realidad tendió a transformarse en un sueño; lo fragmentario, o la inexistente experiencia. Y la realidad tendió a transformarse en un sueño; lo fragmentario, o la inexistente experiencia. Y la realidad tendió a transformarse en un sueño; lo fragmentario, o la inexistente experiencia.
¿Cuál es el Arte perfecto?, ¿cuál la más completa obra que, como la vida, contemple ya todos los elementos que precisa para ser? La vida, la existencia vivida por los humanos, es una forma de invención. Que ésta sea provocada por el sujeto o forzada por la sociedad dependerá de la noción del  sentido de experiencia que tengamos. Todo lo vivido es resultado de aquello que nos sobreviene o de aquello que construimos. Cuando el Arte apareció en las postrimerías del medievo, la vida del hombre y su mundo estaban unido inevitablemente a aquél. Se representaría todo -incluso lo religioso- con una clara identificación antropológica. El Hombre comenzaría en el Renacimiento a ser el centro de todo, y su vida y sus cosas no dejarían ya de ser el motivo fundamental de cualquier representación estética concebida.
Sin embargo, algo sucedería mucho después. El Realismo -que comenzaría incluso en el barroco-culminaría ya en el Arte a mediados del siglo XIX. No se podría ir más allá en la técnica y en el sentido de lo que era el mundo y sus elementos. Era el Naturalismo, la descripción más completa de la vida del Hombre y de su medio, el enfoque más realista, el que reproduciría los modelos exactamente igual que éstos eran. Pero, entonces, surgió ya una pregunta desestabilizadora para los creadores: ¿existiría una realidad más allá de la luz que les llegaría a su vista? Y así el impresionista Monet alcanzaría a demostrarlo. Sí, sí existe.Y fue como la realidad terminaría por transformarse en un sueño. Y este fue el gran salto que la Humanidad diese ya a la modernidad y a su pensamiento.
Pero todo salto conlleva un riesgo a torcer algo el conjunto perfecto, a fragmentarlo. A partir de finales del siglo XIX los postimpresionistas (Van Gogh, Gauguin, Cezanne, etc.) consumaron la escisión de casi todo con sus obras . De la vida, de la verdad, de la belleza, del Arte. ¿Qué habría sucedido, por ejemplo, con aquella representación magnífica de Rembrandt, en donde una escena cotidiana y real -La ronda de noche, 1642- habría conseguido mostrar el Arte total, el perfecto, el más completo quizás nunca alcanzado? A partir del rompedor Cezanne (1839-1906), el mundo y su representación visual dejarían de ser un todo equilibrado y completo para iniciar así el descalabro de su fragmentación.
Y la cuestión ahora es, ¿se puede desligar la vida, sus creaciones y sus sentimientos de la experiencia real, de la experiencia sobrevenida, de la que nos contrasta y define al albur de lo azaroso y sublime? Porque si el Arte completo, el más conmovedor, el más significativo, el más sublime y magistral no está fragmentado, ¿cómo podremos comprender una vida igualmente plena y completa si ésta, sin embargo, lo está? ¿Cómo podremos apreciar lo auténtico si ésto hoy está envasado, adocenado, incluso hasta con fecha de caducidad? El filósofo alemán Walter Benjamin (1892-1940) diría una vez: ¿Qué valor tiene toda la cultura ya cuando la experiencia no nos conecta a ella? 
Goethe, el gran poeta y escritor romántico alemán, también dejaría escrito: Todo lo que el hombre se dispone a hacer, ya sea fruto de la acción o de la palabra, tiene que nacer de la totalidad de sus fuerzas unificadas; todo lo aislado es recusable. Por esto para la idea clásica de experiencia lo fragmentario será rechazable, condenable, inaceptable. Sin embargo -como todas-, la era de lo completo estaría destinada a morir. Cuando los soldados se dirigieron por primera vez a los campos europeos de 1914, recordarían heroicos las gestas guerreras de sus ancestros. Sólo que esta vez no fue así. Había sobrevenido por entonces la más sangrienta y devastadora forma de morir. 
El mayor de los miedos de aquellos guerreros modernos no fue ya el miedo a la muerte o a las heridas, sino a ser malogrados por la mutilación, por el despedazamiento del proyectil o de la explosión más devastadora, por la fragmentación en definitiva. ¿Hemos conseguido comprender que sólo la cercanía a la experiencia más auténtica y completa es capaz de cambiar el futuro, nuestros sentimientos, y nuestra creación? Walter Benjamin expondría en uno de sus ensayos (Experiencia y pobreza, 1933) lo siguiente: El fragmentado, el mutilado, no puede seguir ya funcionando como si fuera el mismísimo Goethe camino de Nápoles (viaje romántico de Goethe a Italia en 1786) sino saberse y redefinirse como pobre, como bárbaro, y proceder ya tan sólo así por el camino del desgarramiento y de la fragmentación. 
(Óleo La ronda de noche, 1642, Rembrandt, Amsterdan, Holanda; Cuadro Rocas cretáceas de Rügen, 1818, de Caspar David Friedrich, Alemania; Óleo Álamos a orillas del río Epte, 1892, Claude Monet; Lienzo de Paul Cezanne, Las grandes bañistas, 1905, Fundación Barnes, Merion, Pensylvania, EEUU; Obra de Marcel Duchamp, Desnudo bajando la escalera, 1912, Museo de Arte de Filadelfia, EEUU; Fotografía de Marilyn Monroe en la biblioteca, experiencia falsa de pose diseñada; Obra Fragmentación, actual, de la pintora argentina María Ganuza.)


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