Se dice que los escritores aspiran a alcanzar la inmortalidad, que sueñan con formar parte del futuro con un vasto puñado de palabras escritas que no pondrán en duda su paso por este planeta. Una fantasía realizable, pero de la que los aludidos nunca serán testigos.
El mundo se despidió de Barbara Comyns en 1992. Para entonces ya había sido alabada por Graham Greene y contaba con un suculento público que había disfrutado de sus once novelas en su idioma original. ¿Quién le iba a decir a ella que tantos años después iba a ser descubierta por el público español?
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