“Turistas: respeten el silencio portugués o váyanse a España”, del blog Quién da a vez.
Si alguien me pregunta que es lo que más me gusta hacer puede que me quede bloqueada sin saber qué contestar entre la multitud de actividades que aprecio: ver una buena peli o una serie, acabarme uno de esos libros que te lees sin respirar, disfrutar de un conciertazo o de una simple canción, hacer el amor, comer, reírme con mi hijo... pero si alguien me pregunta qué es lo qué mejor me sienta hacer no tengo dudas en mi respuesta: viajar.Hace ya muchos años que descubrí lo bien que me sienta largarme de un sitio donde ni siquiera tengo porqué estar mal, pero esa sensación de huida ficticia (con retorno a menudo concertado y pagado de antemano) me reconforta y me reconcilia con mi propia vida. Viajar no solo me abre la mente, me genera multitud de pequeños placeres: el cambio de aire, de vistas, de miradas (que no es lo mismo), de luz, de sonidos, de sabores... Cuanto mayor es el estrés al que estoy sometida, mayor es la satisfacción que obtengo con el viaje.
El último que he hecho fue una pequeña escapada de varios días a Portugal, a su zona central, entre el Ribatejo y el Alentejo. No era la primera vez que visitaba el país vecino: he estado un par de veces en Lisboa y sus alrededores (Cascais, Sintra, Estoril...), también conozco Oporto y el Algarve, aunque siempre he ido de paso desde El Rompido, mi pueblito onubense; pero esta vez ha acabado de cautivarme por completo.
Évora, en el Alentejo portugués
La zona que tuve el placer de visitar recientemente no estaba tan llena de turistas como Lisboa y sus alrededores o como el Algarve en verano, es un área central, rural, que bebe del río Tajo (Tejo para ellos) arropándolo en su curso y sembrando de poblaciones encantadoras que te contagian su serenidad y su sosiego, casi al ritmo del caudaloso río que a esa altura transcurre con tranquilidad. Praderas verdes cuajadas de flores, pequeños pueblos con olor a leña extinta, monasterios añejos de origen medieval y ancianas piedras de vestigios romanos... Todo te traslada a una época en la que la vida avanzaba mucho más despacio que ahora. Es imposible no dejarse embriagar por la ralentización placentera de sus gentes, de su acento calmado, rebosante de 'saudade'.Está feo decirlo, pero es cierto que los españoles siempre hemos mirado (y seguimos mirando) a los portugueses por encima del hombro, con un sentimiento de superioridad que a día de hoy se me antoja más que injustificado. Por lo que he venido observando en cada una de mis inmersiones en Lusitania, se trata de un país rico en costa, en paisajes, el cultura, en gastronomía, y en calidad humana. Pese a pertenecer al primer mundo y estar sumidos en la globalización como el resto, tengo la sensación de que han sabido mantener su esencia mejor que nosotros... al menos, si lo comparas con la capital, que es lo que yo vivo a diario.
No me malinterpreteis, adoro mi Madrid, pero su ritmo trepidante, el estrés que transmite sumergirte en la marea humana del metro en hora punta, la deshumanización de rozarte con mendigos en cada esquina casi sin mirarles, los pitidos de los coches, los atascos, el humo, la basura, los churretes de inmundicia por la calle... últimamente me superan.
Siempre he mirado con complacencia la transformación de mi ciudad en una de las grandes, pero ahora no puedo evitar sentir cierta lástima por la gran ciudad en la que se está convirtiendo. Una más de las muchas en las que puedes disfrutar de las mismas cadenas de restaurantes, de sucursales de bares, de tiendas de moda de grandes grupos... Un inmenso centro comercial al aire libre donde comprar los mismos artículos hechos en Bangladesh en cada esquina, donde tomarte un cubo con cinco botellines de Mahou cada 500 metros o elegir 1 de entre 100 montaditos independientemente del distrito en el que encuentres...
El furor franquiciador que se ha hecho con mi localidad natal y con parte de mi país me hace mirar con envidia a los clientes de las pequeñas tiendas con producto artesano de Coímbra o de Évora... en fin, como decía mis idolatrados Siniestro Total, aunque con otro sentido, "y menos mal que nos queda Portugal". Yo me he quedado con ganas de seguir volviendo. Sin duda.