Revista Cultura y Ocio

Y mi ADN me hace sentir como…

Publicado el 23 noviembre 2016 por Antonio Alfaro De Prado @genealogiah

Aunque no lo sepamos, quienes nos acercamos a la Genealogía tenemos algo en común con la trama de la famosa saga de videojuegos Assassin’s Creed. Ésta gira en torno a una sorprendente máquina llamada Ánimus, capaz de escanear el ADN y de transportar a los personajes desde el presente hasta la memoria ancestral de sus antepasados… ¡el sueño de todo genealogista!

Personalmente, hace años sentí en mis venas la fuerza del cátaro Raimundo de Alfaro, yerno del Conde de Tolosa, cuyo hijo según afirman algunos autores escapó de la masacre final de Montsegur en 1244, tal vez portando el Santo Grial.

Sin embargo, me resultó más creíble y cercana la asimilación con uno de los conquistadores de Sevilla en 1248, Lope Díaz de Alfaro cuyo nombre se anotó junto al de su sobrino Juan Martín de Alfaro. Cristianos viejos y nobles, una combinación muy del gusto clásico.

Pero quizás mis ancestros escondían una historia aún más sugerente y atormentada, puesto que en esta misma ciudad surgen los nombres de los judíos conversos Diego y García de Alfaro, cuyas respectivas hijas serían perseguidas y condenadas por la Inquisición en 1494.

Aún más complejo fue el panorama cuando me identifiqué con los moriscos Yuce y Muça D’Alfaro, quienes vivían en la población aragonesa de Plasencia de Jalón según relata un censo de 1495. Descendientes de los moros, antiguos señores de la Península, no debieron tener una vida fácil en aquellos años que vieron desaparecer el último reducto musulmán, Granada.

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Animus, la máquina soñada por los genealogistas que nos escanearía nuestro ADN y nos transportaría a la mente de nuestros antepasados (tomado de la saga Assasins Creed)

Y como no hay que tener estrechez de miras, aún me faltaba por conocer e identificar mis raíces aborígenes americanas en la figura del cacique mexicano Gaspar de los Reyes Alfaro, a quien Carlos V otorgaría nada menos que un escudo y la distinción de “Conquistador de Chichimecas”.

Aún no tenía claro mi papel en la Historia cuando se cruzaron en el camino las relaciones de aquellos pobres esclavos africanos que en la América Hispana fueron marcados con el apellido Alfaro, propio de sus amos. Y también, para mayor perplejidad, el caso de los indígenas filipinos que recibieron al azar este mismo sobrenombre.

Surgieron Alfaros “de toda la vida” en diversos lugares de España (desde San Sebastián a Ayamonte), Portugal e incluso ItaliaRicos, pobres, nobles, plebeyos, héroes, villanos…

¿Quienes fueron en realidad mis antepasados? Pues lo cierto es que la investigación documental, hasta el momento, no me ha  podido relacionar con ninguno de estos personajes. Por tanto, confirma algo evidente y muy común: he recreado auténticas sesiones mentales de genealogía-ficción, basadas únicamente en mis deseos y no en los datos ciertos.

Este mismo recorrido fantástico lo observamos cada día en muchas personas que tienen la ilusión de perseguir el espectro de alguien que en el pasado tuvo su mismo apellido o que por alguna otra razón consideran que “debió” ser su antepasado.  A todos nos emociona la idea de descender de familias con orígenes misteriosos, intrépidos, sugerentes… pero no queramos llegar a las raíces del árbol sin haber identificado plenamente el tronco que nos une a ellas.

Es más, aunque lleguemos a identificar sin lugar a dudas que uno de nuestros antepasados siglos atrás fue un interesante personaje, no caigamos en la reducción de pensar que por ello ha recaido en nosotros un herencia genealógica casi mágica. Asumamos que, por ejemplo, un descendiente directo de Colón en el siglo XXI no es ni una viva imagen física ni mental de él y que probablemente con el paso de las centurias no conservará ya ni un mínimo rastro del ADN de don Cristóbal. Y, a la inversa, no proyectemos trazas siniestras o ignominiosas en los descendientes lejanos de quienes así fueron considerados en el pasado.

El tiempo nos mostrará que nuestros orígenes son mucho más ricos y diversos de lo que nunca hubiéramos sospechado, pero dejemos que sea la investigación quien nos muestre el camino y no las sospechas, conjeturas o deseos.

Antonio Alfaro de Prado


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