El inicio de la Filosofía puede ser rastreada claramente en la Apología de Sócrates de Platón según coordenadas propiamente filosóficas. Y no tanto porque una tradición lo sitúe aquí o allá. Es decir, el significado del mito al logos adquiere en la tradición filosófica un sentido completo o al menos el inicio del las claves interpretativas para entender su sentido en esta obra de Platón. Y no antes ni después. Y para ser más exacto es en las primeras páginas de este diálogo, cuando Sócrates se está defendiendo de las primeras acusaciones, no aquellas que le han llevado ante el Tribunal, sino las que le han dado mala fama y que han dibujado una imagen de un Sócrates jugando a ser un engañador y alguien ciertamente excéntrico. La clave de la acusación formal es que tiene un largo recorrido en el que se apoya y que el propio Sócrates sabe que es muy difícil deshacer. De Sócrates el oráculo de Delfos ha dicho respondiendo a Querefonte que era el más sabio de todos los hombres. El sentido de esta respuesta está por ver, y parece contradecirse con la imagen que del propio Sócrates tienen sus conciudadanos. La manera que tiene de defenderse de todos los chismes y rumores ya que nadie se hace cargo de tales habladurías es apelando a como intentó saber lo que dijo el oráculo. Se embarca en intentar aclarar en qué consiste su sabiduría para ello diferencia su actividad o su modo de hablar de cuatro grupos bien diferenciados. En primer lugar deja bien claro que no es la de aquellos que cobran por sus enseñanzas, que poseen una sabiduría que no parece muy humana. Por tanto está dimensionando el saber. No es de extrañar que Platón haga decir a Sócrates que no es un sofista, pero en el diálogo homónimo Sócrates y Protágoras inician su discusión desde posiciones bien diferenciadas para terminar confundiéndose. Y ello porque si Sócrates dimensiona el saber en clave estrictamente humana, Protágoras es conocido por la frase de que el hombre es la medida de todas las cosas. Pero antes veamos en qué consiste este saber del que el oráculo ha dicho que Sócrates es su máximo representante. La defensa en esta primera parte recurre a la investigación de la tarea que llevó a cabo para saber en qué consistía el saber de aquellos que eran sabios en algo, e interroga a políticos, artesanos y poetas. La cuestión del interrogatorio a estos tres grupos envuelve varios aspectos: en primer lugar que todos ellos son eficaces en mayor o menor grado en sus tareas, los artesanos haciendo sus objetos, los poetas conmoviendo a los espectadores, y los políticos gestionando los asuntos públicos; en segundo lugar, Sócrates no compite con ellos respecto a la eficacia de sus tareas; sin embargo, todos ellos extienden su eficacia a todos los aspectos de los asuntos humanos; y es en esta extensión dónde fracasan, dónde se engañan. Estos diferentes grupos sólo pueden aparecer en una ciudad donde hay una división del trabajo claramente establecida, y además a estos tres grupos ha de añadírseles el de los educadores llamados sofistas, que tendría como discípulos principalmente a los aspirantes a políticos y como rivales a los poetas. Pues bien, aunque no lo parezca los verdaderos enemigos que está dibujando en su defensa no son los enemigos de Sócrates, sino del mismo Platón, y no son ninguno de estos tres grupos sino de los sofistas, aunque esto lo sabremos después, después de este primer paso que es la Apología de Sócrates. La Filosofía aparece, entonces, como rival, en cierto modo reaccionaria de estos profesionales. Esto es el inicio de la Filosofía y no el paso del mito al logos, que sólo lo es después, una vez encontrado el ámbito específico de la Filosofía. Solamente después se puede apelar a una tradición. Y esta tarea no es la de Sócrates sino la de Platón escribiendo la Apología, que sólo es el primer paso, si a éste no le hubieran seguido otros, el primero no se reconocería como el primero, porque lo primero es primero de algo y no de nada.