Nunca fui “gringófilo” y espero no serlo, pero simpatizo con el sistema de justicia de los Estados Unidos, donde se da seguimiento a los casos de corrupción, no como en otros lugares de cuyos nombres, como dice Cervantes en “El Quijote”, no quiero acordarme.
Ciertamente, también en el vecino país se cuecen habas: hay corrupción, claro, la prueba está en el reciente proceso electoral, donde se acusa al actual presidente Donald Trump de haber manipulado la elección en su favor, con el apoyo de los rusos.
En otros países –en el nuestro, para no ir más lejos–, una acusación de esta naturaleza ya se hubiera esfumado en las intrigas del poder y en el silencio de los medios de comunicación, hasta el punto de perderse en la noche de los tiempos.
Pero otros son los caminos
En el sistema estadounidense las cosas caminan de otra manera: los políticos y la sociedad en general se preocupan por dar seguimiento a los casos de corrupción; existe cierto balance en las leyes y en su aplicación, aunque tampoco deja de haber influencia del poder para torcer la justicia.
Esto es lo que ha ocurrido en Estados Unidos desde que se conocieron, a fines del año pasado, las primeras noticias sobre la intervención de Rusia en la campaña de Trump en contra de su contrincante, la candidata demócrata Hillary Clinton.
Aquí lo importante es que políticos, jueces y periodistas norteamericanos no han quitado el dedo del renglón. Por más que alegan inocencia el presidente Trump y sus secuaces, hay ciudadanos interesados en que se haga verdadera justicia.
No sabemos en qué vaya a parar esto, pero hay antecedentes en la historia estadounidense sobre el castigo aplicado a encumbrados políticos que abusaron del poder. Está, por ejemplo, el caso del ex presidente Richard Nixon, quien tuvo que renunciar a su cargo al comprobarse su participación en el espionaje contra sus adversarios políticos en Watergate.
No sería remoto que le aplicaran la misma receta al señor Trump, que además de su probable complicidad en el caso de los rusos, ha tenido graves desaciertos en este primer año de su gobierno, al grado de que ya se habla de una alianza entre poderosos personajes de su país para echarlo del poder.
Y no sólo se trata de políticos y periodistas que están en contra de las medidas arbitrarias de Trump, sino también de fuertes sectores económicos como el de la industria automotriz, determinante en la economía estadounidense, que se siente afectada por el capricho trumpista de acabar con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Volvamos a lo nuestro
Pero dejemos a nuestros vecinos que arreglen sus problemas lo mejor que puedan y atendamos lo que a nosotros interesa, que es combatir a fondo la corrupción en México, no sólo en el gobierno sino en toda la sociedad. No se trata de una cultura ancestral, como dicen ciertos políticos interesados, sino de malas mañas adquiridas a través de los tiempos.
Artículo publicado en el Semanario Conciencia Pública en su edición del domingo 5 de noviembre de 2017.