Una vez más me encuentro en Madrid. Esa ciudad ruidosa, asfixiante, grandiosa y viva que siempre logra atraparme. Y es que lo que yo tengo con esta ciudad es una relación amor/odio en toda regla.
Siempre me ha gustado (y me gustará) venir, eso no lo voy a negar. Incluso, en su momento, me pareció una gran opción para echar raíces y establecer aquí mi vida. Pero durante el tiempo que sufrí, tanto sus bondades como sus problemas, se me quitaron las ganas.
Aún así, cuando voy llegando a la ciudad y percibo su silueta recortada en el horizonte, me recorre por el cuerpo una sensación de felicidad y satisfacción muy parecida a la sensación que tiene un niño la mañana de navidad, sabiendo que va a ser colmado por los ansiados regalos. Yo también espero que Madrid me regale algo, a su modo, claro está.
Al recorrer el camino que me lleva hacia el barrio de mis tíos, hacia su casa, mi casa; me invaden los recuerdos de cuando aquí vivía. De cuando hacía ese mismo trayecto al volver del pueblo, o con el autobús de vuelta a casa tras una tarde de apasionantes clases en el mítico IORTV.
Puedo recordar a la perfección la primera vez que vine aquí para comenzar una nueva etapa, con la maleta cargada de ilusión y ganas por comerme el mundo. Recuerdo cuando me despedí de mi familia en el pueblo y de cómo se me encogió el corazón en el momento en el que comprendí que era una despedida de verdad. También recuerdo cómo mis tíos me acogieron y me ayudaron, siempre, en todo momento. Por ello les estoy muy agradecidos y siempre lo estaré. Y es por eso mismo que ocupan un lugar especial en mi corazón y siempre lo ocuparán, porque para mi, en aquella época que ya parece lejana, se comportaron como unos verdaderos padres. Enseñándome y ayudándome a crecer, en una nueva etapa donde necesitaba de todo y apenas podía aportar nada. Ellos siempre serán mi papastro y mi mamastra, como les llamaba (y llamo) con todo el cariño del mundo.
De igual forma, no podré olvidar mi primer viaje en metro o en autobús, donde siempre permanecía alerta hasta el momento en el que la rutina logra rebajar tensiones. Ahora recuerdo, riéndome , la angustia que sentía cuando me perdía y la satisfacción, al encontrar el camino adecuado.
¿Y el primer día de clase? Mucha gente nueva, demasiada. Pero allí encontré a un grupo de personas insuperable: diverso, amable, completo. Muchos de ellos dejaron una huella en mi que hoy día persiste. Nunca olvidaré lo que en aquel ruinoso y viejo edificio, más parecido a un antiguo psiquiátrico que a un instituto de RTVE, viví con toda aquella gente.
Los días pasaban y cada vez me sentía más cómodo en la ciudad. Más madrileño. Y entonces la conocí a ella. Y Madrid me dio una nueva alegría. Con ella pasé aquí momentos únicos y especiales, y aún hoy los sigo pasando cuando venimos de visita. Ella fue lo mejor que me dio la vida en esa nueva etapa, que me dio Madrid.
Podría contar miles y miles de anécdotas de mi historia con Madrid, pero, con toda seguridad, os aburriría.
Esta ciudad siempre está viva, nunca duerme. Siempre me ha parecido un tanto peligrosa pero..., ¿dónde está el peligro? Donde está el cuerpo. De igual modo, me parece una ciudad ruidosa y caótica. En ciertas ocasiones, fría y deshumanizada. Pero también es mucho más. La ciudad de las oportunidades, donde puedes encontrar todo cuanto necesites. Un lugar donde puedes ver y vivir cosas increíbles que en otros sitios sería imposible. Madrid es de ese tipo de ciudades que te lo puede dar todo, pero también arrebatártelo. Es una ciudad que atrapa y enamora, del mismo modo que ofende creando tan sólo odio. Madrid no deja indiferente a nadie.
Hoy, al salir a la terraza de la casa de mis tíos, he sentido caer sobre mi rostro una brisa familiar. Los aspersores estaban encendidos, haciendo que el ambiente se cargara con ese olor tan reconocible a tierra y plantas mojadas. Todo esto, unido a las difusas luces de la calle, han logrado que me deje llevar por los sentimientos que ya me invadieron una vez, hace mucho tiempo.
Y es que pese a todo lo que he vivido aquí, bueno y malo, sólo dejo que los buenos recuerdos me atraviesen. Y puedo decir, bien alto, que la etapa que viví en Madrid, en esta ciudad vibrante, ha sido hasta ahora una de las mejores de mi vida. Siempre guardaré un buen recuerdo de mi Madrid. Ésta siempre será mi casa.
Siempre que pueda regresaré, y todos deberían hacerlo. Pasearé por la ciudad, que a buen seguro tiene más de una sorpresa y una alegría guardada para mi. Viviré nuevas situaciones y me dejaré llevar por el momento. Me permitiré ser arrastrado por las corrientes de sus calles hacia emociones indescriptibles. Escucharé atento todo cuanto me tenga que decir y veré todo aquello que me quiera enseñar.
Y cuando me despida, no diré adiós, sino hasta siempre.