Hace 20 años tenía 20 años, más o menos. Y las cosas eran notablemente mejores que en los tiempos que corren, aunque eso sí, sin la tecnología anestesiante que rige la mayor parte de nuestra cotidianidad.
Recuerdo que los números de teléfono los sabía de memoria y ninguno de ellos comenzaba por 6. Internet era una quimera de la que se hablaba en algún seminario para raritos y los sistemas operativos con ventanas, eran considerados por cualquiera que se preciara de ser un buen profesional de la informática una abominación que sólo era útil para consumir muchos más recursos de los necesarios y venderte hardware que no necesitabas.
Recuerdo que todavía se leía el periódico y que en las noticias salían los mismos ladrones que ahora, gobernándonos (siglas diferentes, mismos objetivos), pero con algo menos de barriga; contando estupideces que la mayoría de la gente creía, más o menos como ahora pero sin tener que repetirlo en multitud de canales de televisión clónicos.
Podías apagar el televisor porque lo que emitían era pésimo (eso sí, mucho mejor que lo que emiten ahora) y dejarte llevar por el disfrute de la lectura de un libro (en papel), de hecho podías desconectar la electricidad de la casa y la única tragedia era un paquete de empanadillas descongelado y cerveza caliente. Aunque si era invierno y vivías en Valladolid con ponerlo todo en la terraza el problema dejaba de existir.
Con 20 años estás lleno de ilusión, la generación JASP (Joder Alguien Se Pee…digo, Joven Aunque Sobradamente Preparado), de modo que curras como un animal, consintiendo que obtusos señores con bigote, incluso sin él, se aprovechen de tu trabajo. Lo que sea con tal de conseguir ganar algo más y optar a una vida mejor.
Cuando te das cuenta de los tontos codiciosos gobiernan tu vida, ya es demasiado tarde. Sin previo aviso entra el euro por la puerta grande y tu nivel de vida se suicida por la ventana. Como la avaricia es más fuerte que la inteligencia crean una crisis para someterte impunemente. Te exprimen cada vez más, despiden a gente, te libras, pero tienes que hacer el trabajo de varias personas por el mismo precio. Te agotas, te cercenan los derechos y tú haces lo mismo con la carrera profesional para subsistir, y cuando ven un síntoma de debilidad te acosan para que te vayas. Todo es legal, inhumano, pero legal.
Después de 20 años trabajando como un energúmeno, esforzándome en mejorar, he conseguido el éxito de tener que renovar cada 3 meses un subsidio insultante, y notar como una espada de Damocles me lame en cada ida y venida lascivamente la yugular. Todo el esfuerzo fue vano.
Todo se resume en “más, más, más y más”. Ya no quiero más. Ahora quiero mejor.
Ves que el contador ha vuelto a cero. Ahora toca reinventarse, volver a empezar con ilusión por cosas realmente importantes: mujer, hijos, amigos, familia. Ilusión por vivir, por derrochar la experiencia que has ido acumulando y entender que la vida no es más, más, más, sino menos, pero mejor. Mucho mejor.
Veinte años de arrogancia, más veinte años de experiencia suman una eternidad de libertad.