Por Ileana Medina Hernández"Lo blando es más fuerte que lo duro; el agua es más fuerte que la roca; el amor es más fuerte que la violencia". Herman Hesse
Leyendo y saboreando a Casilda Rodrígañez me encuentro con esta provocativa pregunta: "¿Y no será que las mujeres hemos asumido la inferioridad que nos han atribuido milenariamente, que tenemos un complejo de inferioridad, y por eso intentamos superarlo demostrando que sabemos ejercer el mando y administrar la Ley en la sociedad patriarcal?".
Siempre me han gustado más las grandes preguntas que las grandes respuestas.
Efectivamente, creo que el siglo XX fue el importante momento histórico en que a las mujeres nos tocó demostrar que sabemos ejercer el mando y hacer todas las actividades productivas y públicas que durante un par de miles de años habían sido exclusivas de los hombres.
Lo cual no quiere decir que todas esas actividades, por el simple hecho de ser hechas por los hombres, sean buenas o deseables: ¡¡¡sí, las mujeres también podemos hacer la guerra, pero ojalá no hiciera falta!!! ¿Nada bueno sería que todos nos metiéramos a soldados, solo para demostrar que también podemos serlo, no? Tampoco es nada bueno que queramos ejercer el poder del mismo modo en que lo han hecho muchos "grandes hombres" a lo largo de la historia.
Sí, las mujeres podemos ser grandes científicas. Las universidades hoy en día comienzan a tener ya más mujeres que hombres en sus aulas. Sí, las mujeres podemos ser grandes artistas, literatas, profesoras, médicos. Sí, podemos conducir camiones, ambulancias, helicópteros y aviones. Sí, tenemos inteligencia lógica: podemos ser matemáticas, físicas, ingenieras, arquitectas. No hay nada, ninguna tarea, que hagan los hombres que las mujeres no podamos hacer. Pretender discriminar cualquier profesión o actividad pública por razón del sexo es hoy una estupidez, además de una grave violación de derechos.
Además, la sociedad de la información necesita de unas cualidades que parece que poseemos en mayor medida las mujeres por razones antropológicas, como muy bien ha explicado la antrópologa Helen Fisher en su libro El Primer Sexo: la capacidad de trabajar en redes y en equipos, la empatía, la colaboración, la capacidad de hacer varias tareas a la vez, la capacidad de negociación, la comunicación no verbal, etc... son cualidades muy necesarias hoy en día en el mundo empresarial de la sociedad avanzada de servicios, y parece que estas cualidades las tenemos sobre todo las mujeres, precisamente por los millones de años en que hemos sido criadoras-cuidadoras-sembradoras.
No sólo tenemos las mismas capacidades intelectuales que los hombres, sino que parece que a lo largo de estos miles de años de dominio patriarcal no nos ha quedado más remedio que desarrollar mejores capacidades emocionales (o se nos han mutilado menos), y eso se revaloriza mucho hoy en día.
La sociedad se feminiza, y eso es lo importante. Las labores dejan de necesitar fuerza bruta, y reclaman cada vez más otro tipo de cualidades más "blandas", que las mujeres poseemos en alto grado. Cuidar de las crías, además, provee a las mujeres de importantes habilidades sociales y emocionales, de ahí que la maternidad, lejos de ser un obstáculo para el trabajo, mejora el cerebro de las mujeres, como han demostrado muchas investigaciones científicas recogidas por la periodista Katherine Ellison en su libro El cerebro de mamá.
A finales del siglo XX y principios del siglo XXI, convergen pues los dos ríos del feminismo: el río del feminismo de "la igualdad" que nos ha llevado a que logremos conseguir los mismos derechos que los hombres y a que nos hayamos podido incorporar a todas las profesiones y tareas; y el río del feminismo de "la diferencia", que valora más el hecho de que se "feminice" la sociedad en su conjunto, revalorizando aquellos aspectos que hasta ahora la sociedad del Padre, del Dios absoluto, de la Razón, de la Industria, de la Ciencia y de la Productividad han dejado afuera: las emociones, la empatía, el cuidado de los otros, la generosidad, la solidaridad, el tiempo para sí mismo, la receptividad, la espiritualidad.
El advenimiento de la mujer al mundo público, como he dicho en otras ocasiones, tiene que servir para cambiarlo, y lo está haciendo. Para cambiarlo a favor de los bebés, de los niños, de los excluidos, de los "diferentes", de los pobres, de los desamparados.
A ambos ríos les faltan hoy cosas por conseguir, y la convergencia de ambos debe llevar a una nueva era de más bienestar para todos. Pero, en primer lugar, la sociedad necesita urgentemente de una inyección de Yin, de un aumento de la capacidad de amar y de cuidar de los otros, de generosidad, de la capacidad de dar a los demás y de ser mejores personas.
¿Cómo puede aumentar una sociedad su capacidad de amar? Como ha demostrado la neurobiología moderna, como bien han explicado Michel Odent y otros, para que las personas desarrollen su capacidad de amar, su generosidad, su empatía, sus valores, deben ser respetados desde el embarazo y el parto, deben ser cuidados desde el mismo momento de la concepción. La oxitocina, la hormona del parto, es también la hormona del amor. Y eso no es casual. El baño de oxitocina al nacer es imprescindible para que podamos amar en el futuro, para que podamos ser buenas personas, para desarrollar nuestras capacidades sociales de empatía y relación con el prójimo.
Todas las sociedades violentas han buscado el modo de perturbar la naturalidad del parto, y de separar a las crías de sus madres cuando aún son muy pequeñas. En esa perturbación nace el Miedo, el miedo primario a ser abandonado que no se cura jamás, y de ese Miedo todas las posibilidades de explotación, de sumisión, de dominio de unos hombres sobre otros.
Embarazarnos, parir y amamantar: embarazarnos bien (con conciencia), parir bien (sin hormonas sintéticas, sin cesáreas, sin partos inducidos, sin anestesias, sin inmovilizarnos, sin ser observadas y maniatadas....) y amamantar bien (a demanda, sin reloj, sin biberones, durante varios años), es pues imprescindible para que haya una sociedad mejor. Es la tarea más importante de la sociedad en su conjunto. Y es algo que sólo podemos hacer, hasta ahora, las mujeres.
Las mujeres pues, podemos efectivamente, alcanzar el poder e impartir la ley en la sociedad patriarcal. Podemos ser juezas, coroneles, ministras de Defensa. Pero con ninguna de esas labores contribuimos mejor al bienestar de la sociedad que con la otra labor más simple y ancestral, la labor más importante que existe: la de parir -bien, libre, con placer- y amamantar -bien, libre, con placer- a nuestros hijos. El poder tiene que servir pues para hacer esto posible, para hacerlo compatible con el resto de profesiones y labores sociales.
Esa es la tarea que hay que prestigiar. Lo que paradójicamente, no han podido hacer hasta ahora nuestras madres, abuelas, bisabuelas y tatarabuelas patriarcales... Atrapadas no solo en la esclavitud del hogar, sino también enajenadas del conocimiento de sus cuerpos, de sus ciclos reproductivos, de su sexualidad, de su libido... La liberación lleva dos partes, y las dos son necesarias.
No sólo "libera" poder ser ministra, empresaria de éxito o actriz de Hollywood, no sólo "libera" la posibilidad de ganar dinero y ser independiente económicamente, hay otra liberación también urgente: la de nuestros cuerpos, la de nuestras funciones reproductivas, la de nuestras emociones, la de nuestra psique reprimida, la de nuestras infancias arrebatadas, la de nuestra capacidad de amar y cuidar de nuestros hijos.
Y para mí, la segunda, desde luego, es mucho más importante, más difícil, más revolucionaria.