Su postura le delataba, pero él no podía darse cuenta. Allí, repantigado en el sofá, se había ido colocando de manera inconsciente en la postura más cómoda posible, resbalando poco a poco por el respaldo hasta que su cabeza se hundió al máximo sobre sus hombros. Nadie diría que estaba jugando a un videojuego si no fuera porque aún sostenía el mando entre las manos. De repente vio una pantalla negra con textos blancos en el televisor, y tuvo que frotarse los ojos para poder enfocar su visión borrosa. Se había quedado dormido mientras jugaba. Apagó el televisor y se fue a la cama corriendo; no quería desvelarse.
A la mañana siguiente pensó en lo sucedido mientras se vestía para ir al trabajo. Le preocupaba lo que había pasado, aunque no como lo habría hecho un problema de disfunción eréctil la noche anterior. No era grave, era cierto, pero ¿qué le ocurría? Aquello era una nueva demostración de algo que le rondaba la cabeza desde hacía muchos meses, otro síntoma más de lo que creía le estaba pasando. Ya no era el mismo cuando se ponía frente a un videojuego, algo estaba cambiando.
Había convertido los videojuegos en su principal afición y casi forma de vida desde que siendo bien pequeño su padre le acompañaba al bar del pueblo a echar monedas a la máquina recreativa.
Su altura no le permitía aún llegar al joystick y los botones, y necesitaba subirse en una caja de cerveza vacía para poder jugar a los marcianitos, término que de una manera divertida solían emplear los mayores. Debía concentrarse al máximo si quería maximizar el tiempo que le otorgaba su inversión habitual de 25 pesetas. En sus manos estaba jugar la tarde entera o sólo unos minutos. Cómo le fastidiaba que le mataran, que su torpeza le impidiera seguir pegado a ese mando y esos botones al menos un rato más. Lo que hubiera dado por tener los bolsillos llenos de monedas ya no de 25, mejor de 100. Ahora amontonaba pilas de juegos sin abrir, que poco a poco había ido comprando pero nunca jugando. Si trabajaba 60 horas a la semana era para poder permitirse algún lujo, y aquello para él lo era. No le suponía mucho esfuerzo económico ir a la tienda dos o tres veces al mes y comprar lo que le apeteciera. Ahora tenía dinero y medios, justo lo que antes le faltaba, pero eso no le abocaba a jugar como un poseso, a comportarse como el chaval que añoraba estar jugando todo el día. ¿Y si ya no le divertía jugar a videojuegos?
Cogió el abrigo y sus llaves, y se subió al coche para enfilar la carretera que le llevaría a su oficina. Tenía bastante trabajo pendiente, y su preocupación estaba en acabarlo durante la mañana. Cada vez tenía menos tiempo para él, para sus cosas, aunque bien cierto era que llevaba años sin pasar tanto tiempo en casa. Ser padre le obligó a recortar su vida social, cosa que él hacía encantado. Menos cine, menos cenas con los amigos, menos tiempo fuera de casa a fin de cuentas. Su consola estaba allí, esperándole para hacerle la tarde más llevadera, pero ya no tenía la influencia de antaño. Cosa distinta era lo que le pasaba cuando era más joven, cuando estudiaba. Le faltaba tiempo para estar en casa. Clases, fiestas, salidas con los amigos, vida social… todo ello combinado con aquel trabajo de becario a tiempo parcial que le permitía tener el beneplácito de sus padres para hacer todo lo anterior sin problema – además de proporcionarle algo de dinero, que falta le hacía -. Aún con esto, siempre se las apañaba para pasar un rato delante del televisor con el mando en la mano, dispuesto a devorar cualquier RPG que se le pusiera a tiro, porque lo disfrutaba. Sacaba tiempo de donde no lo había. Era poco, la verdad, pero lo aprovechaba al máximo. Y sin embargo, ahora que pasaba muchas horas en casa encontraba cualquier excusa para no jugar a ningún juego, engañándose a sí mismo al decirse que no tenía tiempo, cuando era lo que más le sobraba en este momento. Sólo pensaba en el mañana, mañana jugaría. En el fondo sabía que aquello no era una cuestión de tiempo como ocurría antes, sino de interés. ¿Y si ya no le interesaban los videojuegos?
Aparcó en el garaje y subió a su oficina. El choque generacional era más que evidente ¿Qué media de edad tendría su departamento? ¿45? ¿50 años? Él era un treintañero que a simple vista no encajaba allí, pero hacía su trabajo a las mil maravillas. Se llevaba bien con todos, pero sólo confraternizaba con los más jóvenes, algo hasta cierto punto lógico. Algunos jugaban a videojuegos pero no a su nivel. Hacía unos cuantos años que no podía hablar de su afición con la pasión que solía hacerlo antes, por no tener enfrente a alguien que la compartiera de la misma forma que él. Recordó fugazmente aquellas tardes de invierno jugando con sus amigos del barrio, machacándose los pulgares en juegos de conducción, de lucha o deportivos sólo por ver la cara de perdedor del rival. Lo pasaban tan bien juntos que a veces no hacía falta ni tener un videojuego cooperativo: uno jugaba y los otros miraban. Lo importante era compartir aquel momento. Llevaba años sin tratar con la mayoría de aquellos chavales. A la mayoría no los tenía localizados ni en las redes sociales que solía utilizar. Pensó en lo bien que lo habrían pasado con una estructura on-line como la actual, pensó en cómo habría servido para mantenerlos unidos en torno a su afición principal, pensó en si seguirían siendo amigos ahora. Amigos de videojuegos. Echaba de menos jugar con otros. No sabía por qué pensaba en eso, si llevaba meses sin entrar en un servidor para jugar una partida en línea. Detestaba el juego online, rehuía de él aún a sabiendas de que era la principal fuente de diversión de la mayoría de jugadores actuales. Ser competitivo requería esfuerzo, dedicación, hasta valor, diría, cosas que no estaba dispuesto a ofrecer, no al menos en este momento. Se veía como un viejo ermitaño superado por la tecnología, sin ganas de aprender de nuevo a jugar, a reinventarse en su afición. ¿Y si ya era viejo para jugar a videojuegos?
Al regresar a su casa le esperaba su familia. No tenían grandes problemas así que su vida funcionaba con normalidad. Cenaba con sus hijos y charlaba con su mujer. La casa quedaba en calma al poco tiempo, algo que le gustaba y le relajaba a partes iguales. Sentado ya en su sofá seguía dándole vueltas a lo pasado la noche anterior. Como si se avergonzara, evitaba la mirada de ojo rojo de sus consolas, dispuestas estratégicamente por el salón. “Hoy no queridas, me duele la cabeza” parecía decirles de manera inconsciente, como obligado a entregarles una excusa que sirviera para justificar su alejamiento momentáneo, su pérdida de interés. No podía pasarle nada, nada por lo que debiera preocuparse, así que mucho menos avergonzarse. Quizá sólo era cansancio acumulado. “Sí, eso era”, se repetía mientras se levantaba y se dirigía a la cama con la intención de descansar hasta el día siguiente. Estaba agotado, esa era la explicación. La repetía para interiorizarla, para que fuera una profecía autocumplida. La que parecía ser su excusa definitiva le iba a impedir dormir como lo hacía normalmente. Quizá había dado con la clave, pero no en el sentido que esperaba. Estaba cansado, sí, pero ¿y si estaba cansado definitivamente de los videojuegos?
La entrada ¿Y si…? es 100% producto Deus Ex Machina.