Revista Cine

¿Y si hablamos de algo más que de las descargas?

Publicado el 17 enero 2011 por Gcpg
¿Y si hablamos de algo más que de las descargas?Desde hace ya tiempo se viene produciendo un debate a escala global sobre el acceso a productos protegidos por derechos de autor, debate que en nuestro país ha conocido un extraordinario repunte a raíz del intento de aprobación de la conocida como Ley Sinde.
Salvo contadas excepciones, casi todas del mismo lado, que pro- ponen profundizar en el análisis de qué es hoy la cultura, cómo se produce y distribuye, cómo le afectan en lo positivo y en lo negativo las nuevas tecnologías, o qué modelos de producción cultural pueden ser sostenibles en el futuro, en la mayoría de las ocasiones asistimos a una argumentación reduccionista y pueril que podríamos sintetizar en la sentencia: "copiar es robar, y con ello matas (de hambre) a la cultura".
La frase tiene su miga porque tiene dos partes que representan premisas distintas, y que voluntaria o involuntariamente se mezclan y confunden constantemente.
Como lo nuestro es el cine nos centraremos en este arte y esta industria. Sí, arte e industria. ¿De qué hablamos? De las dos cosas claro, de industria y de cultura, pero conviene matizar ambas y no mezclarlas en un totum revolutum en función de las justificaciones que nos vengan bien en cada momento.
Es indudable que el cine casi desde su nacimiento, y desde luego desde que Hollywood se hizo su meca, es por encima de todo una industria. Quién no recuerda la famosa Guerra de las Patentes allá por el 1897. Sólo gracias al genio, la pericia, el riesgo o la autoexclusión de ciertos autores se convierte en ocasiones en algo que el tiempo eleva a la categoría de arte.
¿Y si hablamos de algo más que de las descargas?La industria audiovisual desde hace muchos años, muchísimo antes de que existiera el CD, internet y los programas P2P, viene luchando con notable éxito para que su producto tenga las mismas protecciones jurídicas que una zapatilla o una nevera, por poner dos ejemplos. Durante todo ese tiempo el término "obra cultural" no aparecía, como tampoco el de "autor", se hablaba de "producto".
Ahora algunas gentes de la cultura, que lo que en realidad hacen es darle voz a la gente de la industria, añoran tiempos pasados en los que la cosa era mejor. Yo también, la verdad, porque el terreno ganado por la industria y perdido por el usuario y el creador de la cultura ha sido mucho, aunque parece que eso no forma parte del debate. Pongámonos nostálgicos:
Recuerdo vagamente aquella primera televisión que compró mi tía, y donde pude ver mis primeras películas en blanco y negro. Mi tía no tenía dinero para comprar una tele "de marca", pero en la esquina de su calle había un señor que las montaba por componentes, mucho más económicas. Hoy algo así es impensable no solo porque no haya componentes sin marca para hacer una televisión barata, sino porque los sistemas son propietarios, generan derechos y por tanto cánones.
Recuerdo aquellas noches de verano en el pueblo de un amigo, llegaban los del cine de verano y te ponían una peli por cuatro chavos con más rayas que un traje inglés. Hoy es casi imposible porque tendrían que pagar los derechos y cobrar casi lo mismo que en el cine con aire acondicionado.
¿Y si hablamos de algo más que de las descargas?Recuerdo los cineclubs en el instituto y en las asociaciones de todo tipo donde se forjó mi pasión por el cine. Y no solo por el cine, en torno a ellos descubríamos la política, y el arte, y la vida. Hoy no puede ser, lo siento, si se te ocurre organizar algo así recibirás enseguida la llamada de la productora de turno amenazándote con todos los males del infierno.
Recuerdo los cines de sesión continua y programa doble, donde las películas tenían una segunda carrera comercial tras su estreno a precios muy asequibles. Ir al cine en aquella época era un acontecimiento social, daba incluso igual qué película ponían. Se dice insistentemente que aquello se terminó por falta de público, por la televisión, por poder ver los vídeos en casa, etc. No es cierto. A finales de los años 80, cuando ya no quedaban casi cines de programa doble, cuando ya en todas las casas había vídeo y en cada esquina un videoclub, uno de los últimos resistentes, el cine Falla de Madrid, decidió mantener el esquema de sesión continua, programa doble, entrada económica y además poner solo películas en versión original subtitulada. ¡Toma ya! El éxito fue rotundo y los llenos en los fines de semana constantes. Pero la experiencia murió no por falta de público, sino porque las distribuidoras no estaban interesadas en servir películas para ese formato de cine barato. Su negocio era el estreno, que podían cobrar caro, y después los pases televisivos y la distribución en vídeo. Quitarse "clientes" de la parte mollar del negocio era una tontería, claro.
¿Y si hablamos de algo más que de las descargas?Recuerdo haberme emocionado viendo gratis 'Nosferatu' a principios de este siglo en el "Parke de la muy disputada Cornisa", sentado en una manta, con las estrellas como techo y el horizonte como fondo de pantalla. Los vecinos que organizaban aquella lucha eran muy educados, de modo que siempre que podían contactaban con gentes de la peli que querían poner para invitarles a asistir a la proyección. Allí pude hablar con Iciar Bollaín, con Fernando León o con Pilar Bardém, entre otros. Sí, sí, con Pilar Bardem, que le parecía fantástico que una película suya se proyectase allí, aunque ahora también la utilicen a la pobre para dar voz a otros intereses. A ella le parecía estupendo, pero a la industria no, claro, así que tampoco se os ocurra hacer algo así hoy, porque lo más probable es que se os presente la policía, os secuestre todo el equipo y os detengan.Sí, hace menos de diez años,  y ningún director o actor al que se le hacía la propuesta mostraba la más mínima reserva, muchos se entusiasmaban con ella. No creo que en tan poco tiempo hayan cambiado su forma de entender la cultura, estoy seguro que hoy, como entonces, una cosa así a la mayoría les parecería muy bien, pero es que hoy tienen su voluntad secuestrada, y no es de extrañar. Al poco de aquello, en este y otros saraos de similar pelaje, empezaron a recibir presiones de sus productoras y distribuidoras, y las lentejas son las lentejas.
¿Y si hablamos de algo más que de las descargas?Recuerdo el año pasado, cuando las gentes que organizan la Muestra de Cine de Lavapiés quisieron programar de forma gratuita películas de Carlos Reygadas e Isaki Lacuesta.
Contactaron con ellos y les pidieron permiso para la proyección, que ambos dieron gustosos. Pero no pudo ser, las distribuidoras dijeron que quién narices eran los autores para dar el permiso cuando las "propietarias del producto" eran ellas.
Exacto, se cierra el círculo, "propietarias del producto", ni más ni menos.
Entonces parece claro, ¿no?, de lo que se debería estar hablando es de una reconversión industrial de un sector que se ha quedado claramente obsoleto, principalmente por el desarrollo de unas tecnologías creadas por el propio sector o por sectores hermanos. Pero entonces ¿cómo ha llegado la cosa a ser asunto del Ministerio de Cultura? ¿Por qué ha sido necesario introducir la segunda parte de la sentencia que poníamos al principio?
Pues por una combinación de factores. Hasta no hace mucho como hemos visto no les era necesaria la justificación para ir ganando terreno en la privatización absoluta de la cultura. Pero entonces llegaron internet, nuevos soportes, nuevas tecnologías y la copia sencilla, generalizada y no muy fácil de perseguir. Todo esto además llegó demasiado pronto y demasiado rápido, antes de que el avance hacia la equiparación del producto cultural con cualquier otro producto industrial fuese completa.
La primera parte de la sentencia dice "copiar es robar". Ante esto los que nos oponemos a la Ley Sinde, y en general a las políticas restrictivas de protección de derechos decimos "copiar no es robar, y así lo han dicho insistentemente los tribunales etc. etc. etc". Gran problema, porque este es el único sector industrial (creo) en el que copiar de momento no se considera robar. Si a un agricultor se le contamina su campo con una semilla registrada de Monsanto ya no puede utilizar la simiente de su cosecha para nuevas plantaciones, porque está robando. Si un trabajador casi esclavo de cualquier país del tercer mundo se le ocurre copiar el modelo de la zapatilla de marca que se pasa catorce horas manufacturando, para sacarse un sobresueldo que le permita comer, es indudable para la legislación internacional, está robando.
Son dos ejemplos extremos y que no intento para nada equiparar en importancia, trascendencia o necesidad del que hace la copia con una descarga de internet. Pero precisamente por lo extremo son muy indicativos de hasta qué punto y bajo cualquier circunstancia, para la industria en general copiar algo que está registrado es literalmente robar.
¿Y si hablamos de algo más que de las descargas?Pero claro, para su desgracia y nuestro goce hasta ahí no ha llegado todavía la industria cultural. Si no lo han hecho desde luego no es porque no hayan querido, si la cosa fuese tan fácil como publicar una ley estábamos listos. Pero no, para que la cosa sea realmente operativa hay que controlar medios, principalmente internet y eso, como se está viendo, tiene miga, porque la gente se rebela.
Ya no sirve la sentencia porque los mecanismos habituales para imponerla no son suficientes y la justificación en sí misma no es asumida por muchas gentes. Para éstas, entre las que nos encontramos, no es éticamente justo equiparar la copia al robo por mucho que lo diga la legislación internacional, ni en el caso del agricultor, ni en el del obrero que hace zapatillas, ni en tantos y tantos otros que son perseguidos y penados.
Entonces, para imponer medidas especiales que les permitan avanzar en la mercantilización y privatización absoluta de la cultura es necesario primero convencer, y ahí aparece la segunda parte de la sentencia, la justificación del despropósito que intenta hacernos ver que no se trata sólo de intereses comerciales, sino de la protección de un bien superior: La Sacrosanta Cultura. JA JA JA.
Pues vale, hablemos de muerte y de cultura, y de cómo recuperamos tiempos pasados. A ver cómo hacemos para recuperar las tertulias en torno a Godard, y poder hablar con Pilar Bardem viendo una peli suya gratis, y organizar una fiesta en un solar con 'The Rocky Horror Picture Show', y que sea rentable un cine en el que nos podamos pasar cinco o seis horas por tres euros, y sobre todo, recuperemos la posibilidad de ver 'Nosferatu' bajo las estrellas. Porque todo eso ya nos lo han robado, y creo yo que mucho bien no le han hecho a la cultura.
Apostillas:
Que quede claro, consideramos que lucrarse con la obra creada por otro no es lícito y debe ser perseguido.
Igualmente consideramos que los autores tienen todo el derecho a cobrar y vivir de su trabajo, y que por tanto hay que buscar las formas para que puedan hacerlo de forma justa.
Pero una obra cultural no es lo mismo que una zapatilla de marca. El acceso a la cultura es un derecho universal que no debe verse limitado, entre otras cosas, por situaciones económicas, intereses comerciales o mercantiles. La distribución e intercambio de forma gratuita y sin ánimo de lucro de obras culturales es lícita y no debe ser perseguida ni penalizada, como viene ocurriendo desde hace muchos años.

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