Lo peor de que mi hijo cumpla en diciembre es que en menos de tres semanas se nos juntan los regalos del cumpleaños, Olentzero y Reyes. Y esto exige una labor importante de previsión y de organización de regalos, libros y ropa que va a necesitar en invierno y que incluimos en las listas de regalos para no acumular juguetes porque sí.
Desde el año pasado nos pasa que nos sobran los regalos: al final, lo que más necesita y creemos que le va a gustar cae en su cumple, que es primero, y el resto, las sobras, van para Navidad. Pero así acabamos acumulando juguetes que no valora, que se quedan muertos de risa en un rincón y que se compran sin sentido, por comprar.
¿Y qué pasa si no quiere nada? Desde hace unos días, le pregunto a mi hijo qué quiere pedirle al Olentzero. Y su respuesta es siempre la misma: “máis no”. Si insisto, su respuesta es “ninoninonino papá. Máis no”. Lo que en su idioma significa que ya le hemos regalado el camión de bomberos que tanto deseaba para su cumpleaños, y que no quiere nada más, porque sólo quería eso, un camión rojo con una gran escalera para apagar incendios.
Me asombra que a sus tres años no sienta avaricia ni ganas por tener muchos juguetes o cosas nuevas. En su cumpleaños, de hecho, se sintió tan abrumado por los regalos de familiares y amigos que dejó paquetes sin abrir. Los he guardado para dárselos más adelante, cuando realmente tenga ganas de jugar con algo nuevo.
Me conmueve que tenga ese sentimiento tan claro de que no necesita nada más, y sobre todo que no esté todavía corrompido por el consumismo que nos invade y que a quienes vuelve más locos es a los niños. Lo que demuestra, una vez más, que no necesita grandes cosas para divertirse, y que con el mando de la televisión, un puñado de tierra o un rato de atención exclusiva de sus padres, le vale.
El problema es que esta actitud nos deja en una postura difícil: ¿cómo va a ser el único de sus primos que no reciba un regalo debajo del árbol? ¿Qué metemos en los paquetes? Cuando ya se han agotado otras necesidades, hemos optado por los libros (algo que no me cansaría nunca de tener), los vales regalo para hacer la compra de ropa de verano (que siempre nos supone un desembolso) y sobre todo, por experiencias.
Para mi hijo, el mayor regalo del mundo sería ahora volver a irnos de vacaciones a nuestro paraíso particular, pasar tiempo los tres juntos y hacer cosas divertidas, como llevarle a conocer el parque de bomberos de Pamplona. Es algo que tenemos previsto hacer estas Navidades y que sabemos que sería algo que podría hacerle muy feliz.