Puesto porJCP on Nov 22, 2012 in Autores
CATALUÑA es diferente. Y para hacerse la ilusión de que no lo es, se la está tratando con la delicadeza del racista acomplejado que llama moreno a un negro. Cataluña es diferente por su lengua. No sé cómo puede molestar que los catalanes hagan todo lo que esté en su mano legítima para proteger tan valioso patrimonio. Lo peor para todos sería que lo dejaran a merced de la lengua castellana, que puede competir allí en superioridad de condiciones. Cataluña es diferente por su cultura. Aunque la cosa cultural no esté aquí tan clara. No a causa de la exageración catalana o la mezquindad española, sino porque no se sabe bien qué quiere decir «cultura catalana». Si por ella entendemos «sociedad catalana», como haría un anglosajón, no hay entonces razón suficiente para considerarla diferente de la sociedad española. Tampoco la hay si extendemos la noción de su cultura a las creaciones morales que decoran la civilización en Cataluña. Ya que el decoro catalán no es hoy, por desgracia, diferente del español. Otra cosa distinta es que el concepto de cultura se limite a los solos valores instintivos o sublimados de las costumbres catalanas. Hablando con este rigor, no sé cómo puede molestar a nadie que la cocina, el folklore, el arte y el derecho foral catalán sean diferentes.
Cataluña fue diferente en su historia. Pero eso no tiene ya importancia real. Salvo para exaltar el sentimiento romántico del nacionalismo, las diferencias que todos los pueblos tienen en sus pasados lejanos no fundamentan un derecho histórico a reproducirlas en el presente. Sólo el pasado que perdura vivo en la tradición de la realidad y en la ensoñación o pesadilla de la memoria histórica, tiene virtualidad para condicionar el futuro. Por eso la historia del pueblo catalán se enseñó durante el franquismo, y se enseña ahora, no como una disciplina científica, sino como ideología. Hecho lamentable. Pero no muy grave, por ser universal. Cataluña fue diferente en su economía. Hasta que la filoxera asoló sus ricos viñedos, el movimiento obrero asustó a su pujante burguesía y la rápida innovación tecnológica marginó su magnífica industria textil. Las consecuencias son tan tristes como obvias. La gran burguesía catalana no es más potente que la del resto de España y está igualmente sometida, en sus proyectos vitales, al favor del Estado. La burguesía media hace lo propio con los poderes autónomos y municipales. Y la pequeña burguesía, a la que se asimila la clase asalariada, se entrega como siempre a los vaivenes de ilusión y desencanto de los ciclos económicos, que atribuye a la política de los partidos estatales.
En suma, Cataluña es diferente por su lengua y su cultura. Pero esta diferencia no le ha servido para nada al nacionalismo catalán a la hora de instituir relaciones de poder con el Estado central, diferentes a las de las comunidades sin características idiomáticas y culturales propias. ¿Por qué? 1. Porque la cultura lingüística no es en sí misma un texto de lectura política, sino el contexto más propenso y el pretexto más movilizador para la ambición colectiva o personal de poder. 2. Porque la dictadura dividió a la burguesía catalana y, cuando llegó su final, ningún grupo social era capaz de imaginar su futuro sin el concurso del Estado español. 3. Porque la clase política catalana ha cultivado siempre el «pactismo», como medio exclusivo de acceder al poder estatal. 4. Porque ninguna personalidad de la transición, fuera y dentro de Cataluña, tenía preparación y carácter para propiciar la transformación de la monarquía del régimen franquista en una forma moderna de Estado democrático. Todo lo demás son historias. Y, sin embargo, Cataluña se mueve hacia la diferencia política. Aunque su movimiento, por no ser fascista ni democrático, sea institucionalmente imperceptible o políticamente inapreciable.
Trevijano