Lo hemos dicho muchas veces pero lo repetimos: todas las decisiones que tomamos están basadas en uno de estos sentimientos: el amor o el ego, siendo éste último producto del miedo, ya sea por uno de estos cinco motivos: miedo al fracaso, al rechazo, a la pérdida de poder, al cambio o a la supervivencia.
Hoy me quiero detener en el ego. En los próximos días hablaré del libro Brújula para navegantes emocionales, un libro estupendo de Elsa Punset. En él la autora dedica un apartado con el título: Lo que hemos aprendido de los demás nos condiciona: el ego colectivo (págs. 202-205). Allí se recogen las palabras de Carol Anthony en Love, an Inner Conection: "Cuando hemos adoptado un ego exitoso y nos identificamos con él, la sociedad devuelve su aprobación con reconocimientos y premios a nuesta conformidad, somos miembros leales de una iglesia o del estado y nos convertimos en los guardianes de los modelos aceptables. A medida que encajamos en el orden establecido nos convertimos en parte del ego colectivo".
Luego Elsa apunta: "Cuando éramos niños a casi todos nos dijeron de forma repetida, como una verdad inexpugnable, que nuestros sentimientos no eran válidos para juzgar qué comportamientos era el adecuado en cada caso. Cuando llegamos a la edad adulta no confiamos ya en nuestra intuición y nuestras emociones. El adulto necesita aprender a reclamar su capacida de juzgar por sí mismo y la confianza en sus emociones. Para ello debe luchar contra los parámetros emocionales y mentales impuestos por la educación y sancionados por la sociedad, tan asimilados que le parecen propios".
Y continúa: "La escritora Carol Anthony describe el ego como un conjunto de imágenes de nosotros mismos que hemos elegido para ser menos vulnerables de cara a los demás. Aunque a menudo nuestro ego pueda llegar a confundirnos y nos identificamos con estas imágenes como si fuesen nuestro verdadero ser, el ego no dejar de ser un papel, una charada que actuamos a diario con casi total convicción. El ego resulta tan convincente porque lo sostiene toda una estructura racional social. El ego parece un refugio seguro porque allí nos sentimos menos vulnerables a los demás. Pero al adulto que se confunde con su ego le ocurre como si se hubiese vestido con ropa que no le pertenece y, sin embargo, se identifica con lo que lleva puesto. Aunque el ser emocional de cada persona puede estar reprimido, no conseguimos nunca engañarnos del todo. En cuanto aparece el fracaso o la conmoción, el conflicto entre el ego y la verdad individual de cada uno sale a la luz la consciencia. Se tambalean entonces los cimientos del ego pacientemente construido por cada persona y se cuestionan las verdades exteriores aprendidas.
Asegura Anthony que el ego colectivo está instintivamente al tanto de todos aquellos que no encajan en el sistema. Los elementos libres inspiran temor (…). Cuando crecemos casi todos nos percatamos de este estado de las cosas y nos ajustamos en función de ello. Decidimos jugar el juego del del ego social y nos adaptamos a lo que se nos ofrece; o bien buscamos un grupo de personas con la que podamos identificarnos para sentirnos más acompañados más seguros. Resulta muy difícil renunciar al sentido de pertenencia a algún grupo humano, sobre todo porque nos han entrenado para tener miedo a estar aislados y, por tanto, nos aferramos a la necesidad de sentirnos aceptados".
En definitiva, sólo conectando con uno mismo, algo que prácticamente nadie logra –algunos monjes y otra gente dedicada a la meditación– no es fácil liberarse del ego producto del miedo, lo que produce no pocas frustraciones. Sólo con mucho autoconocimiento, análisis y reflexión es posible salir adelante sin dejarse atrapar por las redes del ego colectivo.
* Hoy no os perdáis el excelente post sobre Las bofetadas de los comentarios y su influencia en la autoestima, de Marta Colomina (@martacolomina); y también os dejo la Frase del mes, vía @blpgirl, que habla sobre los niños.