Revista Cultura y Ocio
Me gustaría que fuese algo inaudito. Pero no, lejos, frío, frío. Por repetitivo y cargante incluso invita a callar. Pero la sangre aragonesa manda. Me encapricho con la suerte del oreo de lo que me pasa por el alma y la cabeza, impotente, no para.Don Alfredo Pérez Rubalcaba, el hijo de su papá, el niño de Santander, el de siniestra figura, el de alopécico brillo, el serio desinformador, el mago de Oz del Foro, portavoz y ejecutor de cuanta duda hubo en la democracia española; la faz de las malas noticias, a tal punto que se espera que la parca en su capucha tenga ésta y no otra cara, ha decidido cacarear nuevamente, como un faisán desplumado, tras arruinarnos a todos que, atención, amigos míos, el pueblo no perdonará a la oposición por esta crisis... por su actitud en esta crisis, mejor dicho, en la que se ha dedicado tan solo a "sembrar malos rollos". Y silencio. Como es costumbre patria, cuando habla un jerifalte dudoso del más dudoso partido que la historia nos ha dado, silencio nacional ante la desfachatez. Como cuando, en aquél debate que perdió el escaldado Pizarro, ahora cansado de ser tonto, frente al torpe repetido Solbes el Constante (pues siempre que tomó la Cartera de Ministro dejó al país en lo mismo), fue acusado de lúgubre, agorero y fascista, con una sonrisa y media mirada. Un debate que, hoy día, debía pasar a todas horas en todas las cadenas de tv.Una vez más, causado el mal, se culpa al que no lo aplaude o lo señala. Tiempos oscuros. Hoy, si el emperador sale desnudo, mejor no señalarlo, pues acabas con el Sambenito y la hoguera crepitando. O peor, oprobio u ostracismo.Y así las cosas, mejor comer y callar, cada día más. Roma locuta, causa finita. Pues no. No.