Revista Arte
Cuando el gran pintor español Federico de Madrazo (1815-1894) vió La Anunciación de Fra Angélico en el convento de las Descalzas Reales en Madrid, no dejaría de pensar que esa extraordinaria obra debía estar en el Prado. Director del Museo madrileño desde 1860, dos años después conseguiría convencer a las monjas para que les cediera la maravillosa pintura en tabla del creador florentino. Pero, eso sí, tuvo que realizar el maestro español una copia de la misma anunciación a cambio. En cualquier caso, Madrazo sentiría un doble placer: poder admirar en su museo la perfección, brillantez, equilibrio y belleza de esta magnífica obra maestra del gótico renacentista italiano, y por otro lado emular al gran Angélico llevando a cabo la recreación de tan inspirada obra.
Los colores, la armonía del espacio, las bóvedas de los arcos interiores en un profundo azul celestial, con la correcta delineación de todos sus arcos. También el contraste entre el escenario exterior selvático del Paraíso perdido por la primera pareja humana que, ahora cabizbaja, abandonará su idílico paisaje, con el artificial recinto humano del mundo donde, ahora, se realzará ya majestuoso ante la anunciada redención de lo divino. Todo elaboradamente conseguido además con el tono dorado y el temple de alguna que otra grasa animal que, por entonces -principios del siglo XV- los pintores desarrollarían ya sus obras góticas.
Las alas de las aves serán aquí muy glosadas por el autor, y desde diferentes representaciones. Los ángeles y el espíritu santo, éste a través del rayo de luz, pero, también, una pequeña golondrina que, posada indolente en una guía o tirante de los arcos, sorprenderá por su inédita y curiosa forma de aparecer en una obra de Arte. Un poco seguro personaje bizantino del siglo IV d. C., Horápolo de Alejandría, fue ya uno de los primeros escritores de la antigüedad que tratarían sobre la golondrina en los jeroglíficos egipcios. Al parecer fue él quien compuso la obra Hieroglyphica, un tratado muy oscuro y misterioso que ofrecía algunas explicaciones sobre los símbolos y caracteres del antiguo Egipto. Descubierto el manuscrito en 1416 en una isla griega, sería llevado a Florencia donde los humanistas lo acogieron con gran interés, curiosidad y anhelo.
En una de sus entradas aparecía la explicación simbólica de la golondrina. El autor comentará que cuando los antiguos egipcios querían indicar los bienes dejados a sus hijos lo representarían con una golondrina. Pues ésta ya, cuando se sentía morir, se arrastraría por el barro y con él construiría un nido para sus polluelos. Y en esta relación paterno-filial sacrificada vieron los florentinos, y concretamente el fraile pintor, una reminiscencia de la Pasión y redención cristianas. Y el nido entonces sería María, sobre el que se encarnaría un Dios que salvaría a aquellos seres perdidos, esos que aparecerán a la izquierda del cuadro ahora humillados, desolados y avergonzadamente vestidos.
Pero la grandeza de La Anunciación del pintor Juan de Fiésole (1390-1455), el verdadero nombre de Fra Angélico, supo verla ya Federico de Madrazo cuando llegara él a realizar una copia del mismo cuadro para poder gozar del original en el Prado: su belleza creativa ya anticipada de lo que sería el Renacimiento posterior. Porque aquí todo estará ya. Estará la composición en diferentes espacios, la perspectiva más hermosa entre sus arcos; estarán también los colores, todos ellos, los suaves pero también los inusuales de un suelo ahora más fantasioso que real, así como el más agreste de la estancia posterior. También los verdes, los marrones, los cálidos y los fríos. La naturaleza feraz y la arquitectura clásica, la fragancia natural y la elaborada simetría de los rasgos construidos por el hombre. Lo humano y lo divino. Y el rayo, poderoso símbolo guiado ya por el trazo perfecto que marcará un sobrevenido punto de fuga celestial. Y los rosetones en grisalla, y el friso superior, y los capiteles, y las columnas, y los pliegues de los vestidos. Y las estrellas artificiosas de las bóvedas azules. Y sus arcos. Y la luz. Y una golondrina posada sin saber por qué lo está.
(Fragmento de La Anunciación de Fra Angélico; Temple sobre tabla de Fra Angélico, La Anunciación, 1426, Museo del Prado, Madrid.)
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