Revista Cine
Sabéis, no es tan sencillo. Encontrar algún vínculo con el que hilvanar unas cuantas frases, si uno se propone, como he hecho esta vez, evitar esos vertiginosos cambios de párrafo que son casi cambios de escenario mental.La semana discurrió lenta en lo concerniente a lecturas. Normal cuando se trata de la primera semana del mes y los compromisos profesionales acucian y monopolizan tiempo y esfuerzo intelectual. Aún así, conseguí dar cuenta de un muy interesante tomo de narrativa corta de Varlam Shalámov, llamado Relatos de Kolimá. Bueno, en realidad, el título iba acompañado de un parco Volumen I, que venía a confirmar la existencia de volúmenes posteriores, en este caso cinco, cuya lectura puede que acometa, con paciencia, con mesura, algún día. Porque el Kolímá del titulo es, para entendernos, Siberia. Los campos de confinamiento y trabajos forzados organizados por el régimen soviético, a los que fueron conducidos enormes contingentes de prisioneros por los más variados motivos, desde presos comunes hasta disidentes, pasando por profesionales de diversas disciplinas relacionadas con industria o artes. Lectura casi agotadora, pues su legibilidad (raro es el relato que ocupa más de quince páginas) no impide que los relatos tengan una tonalidad aglutinadora, la desesperanza y la resignación ante la mala fortuna, pues la aniquilación fisica (de la que se encarga el frío, el hambre, los piojos, las enfermedades) viene escrupulosamente precedida por la aniquilación psicológica. Los personajes descritos por Shalámov (que vivió en diversas fases de su existencia esos internamientos) acaban renunciando a esa capa aplicada por la civilización para entregarse al humillante hábito de la supervivencia por encima de todo. Lo primero que se congela en Kolimá es la ética. Qué enorme respeto sentimos por esos autores que escriben desde la dura experiencia personal, y qué enorme respeto añadimos si esta escritura muta en incontinencia, en prosa torrencial, en derroche descontrolado de palabras y palabras e ideas que mezclan aspectos subjetivos y objetivos. Somos, algunos, fanáticos entregados de antemano a cualquier escritor de pose atormentada, de cara surcada por eso tan socorrido de las arrugas de expresión, más cuando sepamos que esa pose es auténtica, más cuando sepamos de que sólo han tenido que añadir un poquito de recurso narrativo al servicio de las verdades como puños. No sé si algún día leeré esos miles de páginas de Proust, y no sé si me entregaré a tumba abierta a devorar obras completas de algún clasico del siglo XIX. Knausgard, noruego de pose escandinava, va publicando, traducido al castellano por Anagrama, piezas (van tres) de su hexalogía titulada (genial provocación) Mi lucha. Reconozco haber dejado para momentos menos luminosos la lectura de la segunda mitad de su primera entrega, La muerte del padre. Lecturas de esas que no se abandonan sino que se dejan para situaciones más adecuadas. Inviernos crudos, noches de insomnio, estancias en hoteles solitarios frente al Atlántico. Las doscientas páginas iniciales me fascinaron, pero dejad que recurra al tópico del momento para cada cosa.Leer a Shalámov, regresando al primer párrafo, ha empezado a convencerme de las excesivas similitudes entre los aparatos represores, por diferentes que sean los planteamientos de sus puntos de partida, y de la enorme contradicción de la puesta en práctica de los postulados del comunismo. Me perdonaréis, pero asisto a un proceso espantoso de nueva polarización, donde parece que se esté migrando de un bipartidismo a otro bipartidismo, donde una fuerza emergente como, parecía, iba a ser Podemos, empieza a introducir matices entre sus planteamientos más osados la serpiente venenosa de la socialdemocracia, a la par que entra en un proceso de depuración (récord absoluto: proceso iniciado sin que haya mediado ninguna concurrencia a proceso electoral significativo) para desprenderse de sectores más radicalizados (justo lo que se esperaba de un partido así; radicalización) y empezar a usar esa táctica tan abyecta que viene a denominarse ampliación del espectro electoral.Mientras, Varoufakis, el teórico ariete de la aguerrida política económica de Syriza, admite, con media sonrisa, que fue su mujer la señorita griega que mencionaba Jarvis Cocker en Common people, uno de los hitos de Pulp, y, cosa curiosa, versión, la del tema, que me parece la mejor (casi la única) aportación de los Manel a la historia de la música, pequeño hito de este blog, también, justo de esos nostálgicos momentos en que discutíamos de mandolinas y ukeleles, era pre-Orsai, que la hubo, de cuyo público, hoy, considero injusto no mencionar más a menudo.