Y esto lo recuerdo porque, cada 1 de enero, comenzaba con ilusión una nueva y reluciente libreta que escucharía con paciencia y devoción las vicisitudes de mi vida, ya fuesen tremendamente emocionantes o increíblemente aburridas. Después de varios años, acumulo todos esos diarios de la desesperación y la alegría en cajas y alguna que otra estantería. No los leo con frecuencia, he de decir, tal vez por miedo o porque poco o nada me identifico ya con la persona que los escribió.
Y esto se debe a que ya no los necesito
Ya no escribo en diarios, porque ya no duele. Aquellos lápices sin punta, aquellos bolígrafos sin tinta y aquellas libretas de páginas arrugadas ahora son solo un ejemplo de que, como afirma el dicho, no hay mal que cien años dure.Desde hace ya bastante, voy anotando todo en mi memoria, con tinta invisible, para ejercitarla. La mano que escribía ya me protestaba tanto, que decidí jubilarla por tiempo indefinido. Y ahora sí, feliz año nuevo.