Son muchos los medios destinados a la prevención de este tipo de terrorismo. Pero también son muchas las víctimas, puesto que mientras siga existiendo una sola, serán demasiadas.
Y mientras por parte de ellos, los de faldas largas y negras, como siempre, en silencio respecto de este terrorismo.
Ellos tan beligerantes con el respeto a la vida en temas como el aborto o el derecho a una muerte digna, no dicen ni una palabra cunado se trata de asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas. Es intolerable.
Y además con la preparación del viaje del Papa a Madrid en el mes de agosto, seguro que les importan un comino este tipo de cosas.
No puedo dejar de pensar la cantidad de dinero público que se destina a este evento, el viaje del Papa a Madrid, mientras que los recursos destinados a formación, sensibilización y protección de las víctimas se reducen o se congelan con el pretexto de la crisis. Me enfadan mucho estas cosas. La vida de las personas es demasiado valiosa como para no invertir en su protección. Y las mujeres somos personas con todos los derechos reconocidos.
Pero nos siguen matando por ser mujeres y querer apropiarnos de nuestra propia vida. Por decidir por nosotras mismas qué hacer con nuestras vidas. Por renunciar al paternalismo impuesto por el sistema androcéntrico que nos quiere convertir, de nuevo, en seres dependientes y nosotras buscamos la independencia y la libertad, nuestra propia libertad.
Y mientras ellos, los de faldas largas y negras con el Papa a la cabeza siguen predicando para que formemos familias, pero sólo admiten su tipo de familia. Un tipo de familia en donde en la cúspide de la jerarquía siempre se sitúa al padre, que en todo caso es el sustentador de la estructura. Y predican la sumisión de las mujeres a través del papel de madre o hija, pero en cualquier caso siempre subsumida al poder del varón.
Ese tipo de discurso de entrega, de sumisión, de dedicación de las mujeres a la familia y, por ende, al padre y/o marido, lleva implícita una carga de violencia increíble puesto que le entrega al varón el poder de hacer con las vidas de las mujeres lo que él considere oportuno, ya que para ello es el sustentador y proveedor de la familia.
Afortunadamente las cosas están cambiando y ese poder de los confesionarios va desapareciendo poco a poco y ya son muchos hombres lo que se han comprometido en público y en privado en la lucha contra este tipo de terrorismo que nos mata a las mujeres cuando buscamos nuestra libertad.
Pero a ellos, a los de faldas largas y negras habrá que pedirles responsabilidades por su silencio cómplice y por su discurso segregador y generador de desigualdades entre mujeres y hombres. Y, sobre todo, habrá que pedirles muchas responsabilidades por mantener en los confesionarios y en los púlpitos el discurso de la paciencia y del “aguantar todo que es tu marido y le debes obediencia”. No, no tienen derecho a inculcar ese tipo de principios cuando la propia vida de la mujer está en juego.
Desde aquí les condeno por practicar la hipocresía más absoluta puesto que no condenan este tipo de terrorismo machista para mantener sus principios. Unos principios que imponen la sumisión, la paciencia y les da igual que lleve implícita la muerte de estas mujeres, mientras el orden que ellos predican permanezca intacto pese a que nos sigan matando por buscar nuestra libertad que, en demasiadas ocasiones, lleva parejo el rechazo a sus actitudes radicalmente misóginas, sectarias y incluso con sus dictados morales, potenciadoras de actitudes violentas por parte de demasiados hombres que no creen en la igualdad de derechos y de oportunidades entre mujeres y hombres. Demasiados hombres (y aquí incluyo a toda la jerarquía eclesiástica de todos los rangos) que prefieren tener siervas a tener compañeras de vida.
Definitivamente ellos se lo pierden. Pero desde estas líneas les acuso a todos ellos por su falta de compromiso, por su silencio cómplice que ha permitido acallar las voces de más de cuarenta mujeres que han sido ya asesinadas en lo que llevamos de año.
Hoy toca recordarlas y recuperar su voz. A quienes hemos asumido el compromiso de la lucha y la denuncia pública de estos asesinatos, hoy nos toca canalizar el enfado y la rabia y pasar al plano de poner negro sobre blanco algunos orígenes de este terrorismo. Y algunos de esos orígenes se siguen manteniendo en los discursos de púlpitos y confesionarios.
Aunque, como he dicho antes, afortunadamente algunas cosas están cambiando para nuestra sociedad.
Teresa Mollá Castells
La Ciudad de las Diosas