Revista América Latina
Bajando por la ladera arbolada junto a Marvin y Luis Enrique, mis compañeros de Acción contra el Hambre, me sentía como Jeremy Irons en la película “La Misión”. La selva era de película. El bosque nuboso de altura recibe una constante lluvia horizontal causada por las nubes que se condensan al subir por la ladera. Este bosque nuboso se encuentra en el Departamento de San Marcos, concretamente en el municipio de Sibinal, en la frontera entre Guatemala y México. De hecho, para llegar hasta Yalú hay que serpentear por entre los hitos blancos que delimitan la frontera entre ambos países. A medida que entraba de manera regular e ilegal en territorio mexicano, me daba cuenta de cuán artificiales son las fronteras entre países. Retomo el hilo del cuento, pues nos dirigíamos a Yalú, una de las comunidades remotas en las que trabajamos con un proyecto de seguridad alimentaria. La verdad es que de tanto pronunciar este nombre en la última semana empieza a sonarme ya a sitio mágico, a “un lugar que se mira bonito”, pues tal es el significado de Yalú en lengua M´am. Y Yalú amerita llamarse yalú, y no de otra manera, porque el lugar es precioso y sobrecogedor. Está enclavada en el parteaguas de una montaña pequeña que forma parte de la gran ladera occidental del Volcán Tacaná, de cara a México y de espaldas a Guatemala, en el sentido real y en el metafórico. Los paisajes que se divisan desde el pueblo, con las faldas de las montañas tapizadas de verde árbol y de gris piedra, son maravillosos. Desde el centro de la villa, por subirla de categoría, que es la iglesia, se divisan dos cascadas finas pero altas que caen sobre praderas de XXX, tubérculo que se come y que se conoce en otras latitudes como batata. Hay multitud de pájaros de colores, que aparecen por doquier, y llenan los árboles con sus movimientos y trinos. Este lugar tiene un escenario y una avifauna ideal para fomentar el turismo de naturaleza, con caminatas, observación de aves y descanso en hamacas con vistas al volcán.
Sin embargo, y muy a mi pesar, no hemos recorrido tres horas desde San Marcos en auto y dos a pié para venir aquí a hacer senderismo, estamos aquí en una visita exploratoria para detectar elementos que nos ayuden a desarrollar mejor nuestras actividades de lucha contra el hambre. Hemos llegado hasta Yalú atraídos por el hambre de sus habitantes, por la elevada desnutrición crónica de sus niños, por la anómala situación nutricional en el escenario de una naturaleza prodigiosa y generosa. El agua sobra, la tierra cultivable escasea, el comercio de desarrolla, los caminos son muy difíciles, Guatemala es su nación, y México su mercado. A pesar de no parecernos tan pobres (perdón por la expresión, pero después de llevar doce años en este tema, uno aprende a discernir entre categorías de miseria) su desnutrición es muy elevada, de un 70% de la población. Siete de cada diez niños sufren retardo severo de talla para la edad. De hecho, vimos cinco niños y tres de ellos presentaban este retardo de manera evidente. Esaú, el niño de siete años que aparece en la foto, apenas le saca cuatro dedos a mi hija Jimena, que todavía no ha cumplido cuatro. Eso es la desnutrición crónica, una cadena perpetua que impide el desarrollo físico y mental de las personas: serán menos altos, menos fuertes, menos listos y menos innovadores. Por esta causa, estarán condenados a sobrevivir en la miseria el resto de su vida. Nunca saldrán del círculo vicioso de la pobreza y el hambre. Y por eso está Acción contra el Hambre trabajando en Yalú, porque el hambre ancla a esta comunidad en las miserias terrenales y nos hace olvidar las bondades del paraíso. Sin embargo, hambre y belleza no están reñidas. Espero volver pronto a Yalú por ambos motivos.