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Yamamoto y la Operación Venganza

Por Manu Perez @revistadehisto

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Yamamoto y la Operación Venganza

Yamamoto y la Operación Venganza

Tiempo de lectura: 8 minutos

Es muy probable que nunca sepamos quién dio la orden de matar a Yamamoto. Todo ocurrió muy rápido y en el más alto secreto. Hablamos de, seguramente, la operación militar más rápidamente decidida y planeada de la Segunda Guerra Mundial.

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Yamamoto y la Operación Venganza

Esta historia comienza el 14 de abril de 1943 en la base de Dutch Harbor, en las Aleutianas. Una de las estaciones estadounidenses dedicadas a interceptar y descodificar los mensajes, conocidas con el nombre “Magic”, pulsa frenéticamente un despacho cifrado. El oficial de servicio reconoce la contraseña del superacorazado “Yamato”, buque insignia de la flota. Todo lo que es transmitido desde el navío del almirante Yamamoto -comandante en jefe de la flota japonesa- reviste particular interés.

En la base de Pearl Harbor el despacho es pasado a la Blackbox, la caja negra, un dispositivo preparado por IBM para descifrar el código japonés, y luego es llevado a los traductores. El mensaje indicaba un itinerario de visitas de Yamamoto a campo Kahili en la isla Bougainville. Contenía detalles de tiempo y la ruta, así como la cantidad y tipos de aviones que lo transportarían y lo acompañarían en el viaje: un bombardero mediano Mitsubishi G4M Betty escoltado por 6 cazas Mitsubishi A6M Zero. Yamamoto, el comandante en jefe de la flota nipona, concede una importancia fundamental a su inspección. Había comenzado a lanzar una gran ofensiva la primera semana de abril de 1943 en todo el Pacífico Sur a fin de impedir que los americanos tomaran la iniciativa bélica, que parecía girar a su favor desde la batalla de Midway y la posterior conquista de Guadalcanal. Su visita daría a las tripulaciones el necesario entusiasmo y elevaría su decaída moral.

En pocas horas, la noticia voló por los despachos, desde Pearl Harbor a Washington. Asaltan dudas. Los Estados Unidos tienen la posibilidad de matar al genio japonés de la guerra. A la mañana siguiente una escuadrilla de aviones de caza podría tender una emboscada al aparato del comandante en jefe nipón y, con un poco de suerte, derribarlo. ¿Vale la pena? ¿Entra verdaderamente en las leyes de guerra el asesinato de un hombre concreto? Probablemente hay riesgo de hacer dudar a los japoneses de la seguridad de sus claves. ¿Qué hacer?. ¿Es verdaderamente tan importante Yamamoto para el enemigo?. Quizá sea sustituido por otro más eficiente que él… Todos excluyen unánimemente tal posibilidad; tan grande es el respeto por el genio militar del jefe del campo enemigo.

Finalmente se dio luz verde a la operación. Es más que probable que el presidente Franklin D. Roosevelt autorizase la “caza de Yamamoto”, pero no existe un registro oficial de tal orden y las fuentes no están de acuerdo si lo hizo. El Secretario de Marina, Frank Knox esencialmente dejó que el Almirante Chester W. Nimitz, desde Pearl Harbor, tomara la decisión. Nimitz primero consultó al Almirante William “Bill” Halsey, Comandante del Pacífico Sur, y luego autorizó la misión el 17 de abril. En “La Gran Guerra en el Mar”, libro escrito por Nimitz, no hace mayores referencias al episodio, apenas lo menciona en un párrafo sin dar mayores detalles.

Sea como fuere, el jefe de la base aérea de Guadalcanal, el comandante John Mitchell, será el encargado de derribar, al día siguiente por la mañana, el avión de Yamamoto en una operación de notable complejidad.

Base aérea Henderson Field. Guadalcanal

La 339ª Escuadrilla comandada por el Mayor John Mitchell, con 18 aviones Lockheed P-38 Lightning, es apresuradamente reunida. Se les pide que alcancen un punto indeterminado del cielo en la isla de Bougainville a las 9:30 de la siguiente mañana y que derriben el bombardero medio japonés (Mitsubishi G4M Betty) que verán pasar escoltado por seis Zeros. Todos han sido informados sobre el carácter de la misión que se les ha confiado y sobre el pasajero que viajará en el bombardero. Lo que deja perplejos a los hombres en un primer momento es la posibilidad de éxito. ¿Cómo puede ser razonablemente posible llegar puntuales a una cita que no ha sido acordada, en un punto del cielo que no ha sido fijado con exactitud? Mitchell es optimista: Yamamoto iba a aterrizar en Balalae, cerca de Bougainville, a las 9:45 de la mañana siguiente y, sabiendo que es puntualísimo, no es difícil establecer a qué velocidad volará y dónde se encontrará, en la ruta más lógica, a determinada hora. Se despliega sobre la mesa un gran mapa que los pilotos conocen como la palma de la mano. Desde hace unos meses han sobrevolado muchas veces la espesa jungla de las islas esparcidas por aquel remoto rincón del océano Pacífico. Se trazan líneas, se miden rutas, se consultan reglas de cálculo, se ajusta el goniómetro… La puntualidad es absolutamente esencial. El alcance máximo de los P-38 era de 1400 km y el objetivo estaba a 500 km, por lo que, aun utilizando tanques adicionales de combustible, la permanencia en la zona de ataque se limitaba a apenas 15 minutos. Eso sí, el P-38 con sus cuatro ametralladoras calibre 50 y el cañón de 20mm, más sus dos motores Allison, le daban un poder muy por encima de los cazas japoneses en esos momentos. Planearon el vuelo al más mínimo detalle. Nada se dejó al azar. Para asegurar una sorpresa completa, la ruta debía mantenerse por debajo del horizonte desde las islas que tenían que evitar, porque los japoneses tenían radares y observadores costeros. La hora de despegue sería a las 07:20 del 18 de abril. Trazaron el curso y lo cronometraron para que la interceptación tuviera lugar 10 minutos antes de aterrizar en Balalae, a las 9:35 am., a unas 30 millas de distancia. Cada minuto se discutía el detalle, y nada se daba por sentado. Procedimiento de despegue, curso de vuelo y altitud, silencio de radio, cuándo dejar caer los tanques de barriga, la tremenda importancia de la sincronización precisa y la posición del elemento de cobertura: todos fueron discutidos y explicados hasta que Mitchell estuvo seguro de que cada uno de sus pilotos conocía su parte y las órdenes de los otros pilotos desde el despegue hasta el regreso.

Abril 18, 1943

La madrugada es límpida y la jornada se anuncia cálida, como corresponde a los trópicos. Los mecánicos de la base de Guadalcanal han trabajado sin descanso toda la noche para acoplar bajo las alas los tanques supletorios de 320 galones que habían llegado la tarde anterior desde aeródromo de Milne Bay, en Nueva Guinea. Despegan 16 aparatos:

  • Un grupo de cobertura de 12 cazas al mando del comandante John W. Mitchell se ubicaría a 6000 m de altura en prevención del ataque desde el aeródromo de Kahili, que contaba con más de 50 cazas japoneses.
  • El segundo grupo de cuatro P-38, el “grupo asesino”, está a cargo del capitán Thomas G Lanphier, con la escolta del teniente Rex T. Barber. El teniente Besby F. “Frank” Holmes lidera el segundo elemento con la escolta del también teniente Raymond K. Hine.

En vuelo el silencio es absoluto porque las radios van calladas. La misión ha comenzado.

Tras dos horas volando pegados al agua (a una altura de 10 a 50 pies) para evitar la interceptación enemiga, los P-38 americanos emprenden una maniobra que les hace ganar altura. Mitchell los mantuvo en rumbo calculándolo sólo en base al tiempo y la velocidad, y gracias a su compás naval. Pero ahora han llegado al punto de la emboscada. De un momento a otro podría descubrirse el avión de Yamamoto. De pronto y después de más de dos horas de completo silencio de radio, el teniente Douglas S. Canning ––Old Eagle Eyes–– pronunció un Bogeys, eleven o’clock high! (“¡Aviones enemigos arriba a las once!”). Eran exactamente las 9:35 am. Tanto Yamamoto como los americanos iban justo a tiempo. Era casi como si el asunto hubiera sido arreglado de antemano con el consentimiento mutuo de amigos y enemigos.

Pero sorpresa. Son 6 cazas Zero y dos bombarderos en lugar de uno. En efecto, dos Bettys estaban a 4.000 pies con seis ceros unos 1.500 pies más arriba y justo detrás de ellos, en una formación en “V” de tres aviones a cada lado.

Los chicos de Mitchell dejaron caer los tanques supletorios y aceleraron a tope buscando altitud. La “sección asesina” se acercó para el ataque, mientras que la sección de cobertura se quedó a unos 18.000 pies para protegerse de los esperados combatientes de Kahili. Sin embargo, ninguno de los cazas japoneses fue a recibirlos. La fuerza de interceptación encontró solo a los Zeros que escoltaban a Yamamoto.

Lanphier y Barber enfilaron hacia el enemigo, pero los Zeros los vieron y tuvieron que bajar para enfrentarlos. Holmes, el líder del segundo elemento, no pudo soltar sus tanques supletorios, así que se alejó, moviendo su avión para liberar los tanques. Ray Hine, su ayudante, no tuvo más remedio que seguirlo para protegerlo.

En ese momento, los Bettys se inclinaron en un giro en picado para alejarse de los P-38.

Lanphier derribó a un zero y dispersó a los demás. Esto le dio a Barber la oportunidad de ir a por los bombarderos. Fue tras uno de ellos y disparó sin descanso haciendo saltar algunos pedazos el avión enemigo. Probablemente no estaba a más de 100 pies detrás del Betty cuando de repente éste giró a la izquierda y disminuyó la velocidad rápidamente, con humo negro saliendo del motor derecho. Barber pensó que el Betty se había estrellado contra la cercana jungla, aunque no vio el impacto porque tres Zeros se pusieron sobre su cola y le dispararon obligándole a una acción evasiva violenta. Afortunadamente, dos P-38 del vuelo de Mitchell le quitaron a los Zeros de encima. Barber dijo que luego miró atrás, hacia el interior de la isla, y vio una gran columna de humo negro saliendo de la jungla, que creía que era el bombardero al que él había disparado.

Cuando Barber enfiló hacia la costa, ayudó a Holmes y Hine a derribar al segundo bombardero. Eso sí, una gran parte del Betty golpeó su ala derecha, cortando su turbo intercooler y otra pieza abolló su góndola. Después de esto, él, Holmes y Hine dispararon a más Zeros, derribando a alguno de ellos.

Por su parte Lanphier, después de haber dispersado a los Zeros, se encontró a unos 6.000 pies. Mirando hacia abajo, vio un Betty volando a través de las copas de los árboles, así que bajó y comenzó a disparar una ráfaga larga y constante. Tenía la sensación de estar demasiado lejos, sin embargo, para su sorpresa, el motor derecho y el ala derecha del bombardero comenzaron a arder y luego el ala derecha se desprendió y Betty se sumergió en la selva y explotó. Más tarde tanto Lanphier como Barber reivindicarán el mérito de este derribo; quizá sus disparos fueron fatales en igual medida. Sea como fuere, Yamamoto no tiene tiempo de darse cuenta de lo que sucede antes de que su bombardero se precipite en llamas sobre la jungla.

Los funerales oficiales tuvieron lugar el 5 de junio. Un millón de ciudadanos de Tokio, casi todos llorando, dieron el último adiós a las cenizas de Yamamoto, colocadas sobre un armón de artillería.

Al mismo tiempo fue anunciado que Mineiki Koga había ocupado su puesto. Le tocaba enfrentarse con una situación que se hacía cada vez más difícil. Los americanos tenían la iniciativa sólidamente en su mano. Koga dijo que había que considerar ya pasado el momento de las conquistas fáciles y las victorias frecuentes. La oficina de censura se alarmó ante estas palabras y un alto oficial se apresuró a explicar a los corresponsales de guerra el exacto significado de la frase del almirante. Aclaró que Koga había querido decir que sólo había habido un Yamamoto y que nadie era capaz de sustituirlo. Por parte americana se limitaron a referir que la radio de Tokio había anunciado la muerte de Yamamoto. Los que sabían más guardaron el secreto.

Autor: HISTORIADOS PODCAST para revistadehistoria.es

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