Revista Cine

Yerma

Publicado el 22 abril 2011 por Angel Esteban

Yerma; Federico García Lorca

   Tuve la ocasión de ver Yerma montada por el grupo de teatro Crisálida, como parte del Festival de Teatro en Español, Viva el Teatro en Toronto. Una vez más es el esfuerzo del grupo unir a la diversa comunidad hispana de esta gigantesca urbe alrededor de las artes y el teatro. Un trabajo no sencillo de representar los diálogos, la poesía y la desgarradora pasión de la dramaturgia de Federico García Lorca (1898 – 1936). El elenco principal estuvo a cargo de Susana Sanz como Yerma, nuestro amigo Luis Rojas como Juan, Andrea Valencia como María e Iván Lemus como Víctor, quien también dirigió la puesta en escena.

   Yerma es una joven moza, típica representante de la mujer española de provincia de principios del s. XX. Su puesto en la vida viene bien delineado por la imposición de una sociedad conservadora y fervientemente religiosa. Yerma, inicialmente siente una gran atracción por Víctor, el único que despertara la pasión en ella, al punto de enamorarse de él. Sin embargo, en persecución de su destino ya escrito, y de su inflexible moralidad, su padre decide que debe casarse con un hombre al cual no ama, Juan, apostando a un  mejor candidato capaz de darle su tan ansiado rol de madre y esposa. Juan es un hombre del campo, de trabajo arduo de sol a sol, en pos de la prosperidad familiar.

   Con el tiempo Yerma ve como otras mujeres también casadas logran dar retoños y como su tardanza en tales menesteres son motivos de insolentes comentarios y burlas de la gente del pueblo. Ella misma comienza a deslizar comentarios, como dardos envenenados sobre la ausencia de un hijo en la casa. La mujer se niega a pensar que pueda ser infértil, pensando más bien que es cuestión de tiempo, pues tarde temprano dará frutos. Juan, en tanto, se concentra más en las faenas del campo, alejándose un poco del hogar a causa de las diarias quejas de la mujer, las mismas quejas de Yerma, esas de dormir en una cama como nueva donde el marido es el gran ausente. Así, poco a poco va creciendo en la psique de Yerma esta obcecación de quedar embarazada, de dar luz a un hijo antes de que el tiempo la postre ante desconsuelo de la aridez.  Y aún peor, de no poder ocupar en la vida el puesto que le corresponde.

   En el ínterin, la mujer acude a todos lados en búsqueda de remedios, a las viejas y experimentadas mujeres del pueblo, a la bruja en el monte, a la nostalgia de haber escogido al hombre equivocado, a las insinuaciones de que tal vez sea su marido el infértil.   Pero su rigidez moral le impone que solo era con Juan con quien podía tener hijos, aunque fuere solo uno; tan anhelado primogénito que no llegará.

   En una lucha interna que ofusca sus sentidos al sentirse abandonada por su marido, y entregada a un destino estéril, Yerma ahorca a Juan con sus propias manos y como ella misma lo dice, no solamente acaba con su marido sino  que mata también a su hijo; para quedar “Marchita, marchita, pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola”

 

¡Ay qué prado de pena!

¡Ay qué puerta cerrada a la hermosura,

que pido un hijo que sufrir y el aire

me ofrece dalias de dormida luna!

Estos dos manantiales que yo tengo

de leche tibia, son en la espesura

de mi carne, dos pulsos de caballo,

que hacen latir la rama de mi angustia.

¡Ay pechos ciegos bajo mi vestido!

¡Ay palomas sin ojos ni blancura!

¡Ay qué dolor de sangre prisionera

me está clavando avispas en la nuca!

Pero tú has de venir, ¡amor!, mi niño,

porque el agua da sal, la tierra fruta,

y nuestro vientre guarda tiernos hijos

como la nube lleva dulce lluvia.

 


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